Y la polémica está servida, esta vez por Kmart (el súper de low cost más popular de E.UU):
-¡Uy!- Dicen las abuelitas sentadas en primera fila para ver bien…
-¿Pero cómo tocan esos señores las campanas?
-Con mucho estilo, abuela- le dice la nieta elevando el tono de voz.
-¿No ves que llevan smoking y que todos bailan a su tiempo? (Se han currado la coreografía, ¿eh?- Le dice murmurando esta vez a su amiga que también está delante, con la abuelita).
- ¿A que suenan bien, abu?
Sin embargo no a todos les ha sonado bien y eso que ya hace tiempo que está de moda hacer música con el cuerpo, o sea, machacando y tocando literalmente el propio cuerpo. Recuerdo un video en el que un hombre enorme, tipo sumo, se dejaba tocar, en el sentido musical de la palabra, por unos percusionistas geniales que le arrancaban notas a su tripa, a su espalda, a su estómago y en el final apoteósico incluso a base de bofetadas en la cara. Pero nadie dijo nada. Nadie protestó indignado por la humillación que podría suponer el que alguien con sobrepeso se expusiera a esta práctica musical.
También recuerdo otro llamado Los timbales de Patax, que hicieron las delicias de los más perversos. La fantasía total del timbalista freak: Un hombre rodeado de cuatro fantásticos traseros femeninos, sin cara, es decir anónimos, sobre los que tocar el Bolero de Ravel o mejor, Noche en el monte pelado, de Stravinsky. Aquí la broma apela al inconsciente colectivo: ¿cuántas veces, siendo pequeñitos, nuestros mayores nos han dicho eso de “ven, que voy a tocarte el tambor” dándonos azotes de broma en el culete? Pues ante este video absurdo, tampoco nadie levantó la voz para calificarlo de machista repugnante o para subrayar la humillación que representa para cualquier mujer eso de que le azoten en el culo (y quien lo niegue, miente cual bellaca) cuando una no se lo espera o no lo quiere.
Se ve que los de Kmart han tocado una fibra sensible en los norteamericanos y no es precisamente la genital. Supongo que se trata más bien del espíritu navideño, que cada vez se aleja más de la sociedad norteamericana entre tanto consumismo y capitalismo extremo. Es decir, que estos señores que tan virtuosamente tocan sus campanas han sexualizado de alguna manera el espíritu de la navidad. Y eso si que no. Pueden salir ustedes armados hasta las cejas; pueden ustedes salir vendiendo incluso a su madre moribunda si les deja, pero eso de jugar así con “bolas”, en Navidad, eso, de ninguna manera.
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