Una de las grandes críticas que inundó los medios tras aquella controvertida gala de los Goya en la que la mayor parte de sus participantes politizaron sus discursos fue que resulta muy complicado reivindicar derechos enfundado en un estilismo valorado en varios miles de euros. El error era más que evidente. Por una parte, la fortuna personal -o la falta de- no es un motivo que impida manifestar la opinión de nadie acerca de cualquier tema. Y por otra, la práctica totalidad de esos estilismos eran prestados, por lo que ni los actores, ni las actrices tuvieron que invertir ni un euro -en el caso de que lo tuvieran- para adquirirlos. Ahora, el trasfondo de la crítica sí puede llamarnos la atención.
Para los ciudadanos de a pie, para los que tenemos problemas para llegar a fin de semana, tratar de aunar revolución social ante las injusticias del poder con una posición económica más que acomodada es una tarea algo complicada. Puede ser una mera estrechez de miras, pero resulta difícil. Y más cuando quien ejerce la crítica social vive, a su vez, una existencia repleta de lujos, muy alejada del sufrimiento real de las verdaderas víctimas. ¿Qué empatía puede tener alguien que descansa cada día entre algodones perfumados? ¿Qué lección puede darme el que cobra varios cientos de miles de euros cada año?
La burguesía bohemia, o izquierda caviar, no es una novedad en nuestro país. Todos podemos recordar grandes luchadores de la transición que han terminado amasando auténticas fortunas, sin que eso les afectara para tomar, de nuevo, la palabra y continuar defendiendo lo que defendían hace treinta años -si a ellos no se les mueve nada por dentro, ¿por qué a los demás sí?-. La cuestión es que, como todo, las técnicas se han perfeccionado y los casos son cada vez más sangrantes. ¿Cómo es posible que uno de los actores más combativos con las injusticias sociales acabe teniendo a su primer hijo en uno de los hospitales más exclusivos del mundo? ¿No sería más lógico acudir a un centro más acorde con lo que se predica? ¿O es que a 'lo bueno' uno se acostumbra muy rápido?
Javier Bardem ha sido siempre -le viene de familia- una voz incómoda. No ha dudado en señalar con el dedo cuando lo ha creído necesario, se ha manifestado políticamente, ha apoyado las causas que consideraba y no le han flaqueado las fuerzas a la hora de luchar contra el poder establecido. El problema es que, de un tiempo a esta parte, sus palabras y sus hechos no han ido de la mano. El lujo ha llegado a la vida del actor y de ahí es muy difícil apearse. La semana pasada, sin ir más lejos, veíamos como Bardem disfrutaba de unas idílicas vacaciones en Australia aprovechando el rodaje de la película Piratas del Caribe. Destinos exclusivos, sueldos millonarios y una comodidad propia de las grandes estrellas de Hollywood. Algo a lo que pensábamos que nunca acabaría de acostumbrarse.
Pe y Ja han sido vecinos de los duques de Cambridge, han sido clientes del exclusivo hospital Cedars Sinaí, han disfrutado de vacaciones del más alto rango y han ganado millones, muchos millones gracias a sus imparables carreras. Y no han perdido ocasión para dejar claras sus ideas políticas -más él que ella-, aunque eso les costara convertirse en 'los tontos de la semana' en un programa de televisión norteamericano.¿El juego de Hollywood impide este tipo de manifestaciones? ¿Han decidido abandonar la lucha para abrazar la prosperidad? Posiblemente pensarán que no, pero, así a simple vista, más que 'izquierda', vemos tan solo 'caviar'. Olvídense de Ana Belén y Felipe González, la regeneración democrática ha llegado incluso a estos extremos. Ahora lo que se lleva es manifestarse al estilo Bardenélope. ¿O queda mejor Penerdem? ¡Con lo fácil que lo tienen los Brangelina para encontrar seudónimo!
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