En España hay varias rosas. Rosa Benito, la más polémica, la más buscada, Rosa Villacastín, Ana Rosa, la reina de todas, y sí, Rosa López. La cantante fue, durante una época, la estrella más mediática. Recién salida de su pollería paterna y con una dicción que ha intentado domar con el tiempo, aquella tierna jovencita sorprendió al mundo gracias a su portentosa voz en la primera edición de Operación triunfo. Su timidez innata, su compañerismo y su encanto natural hicieron el resto. Rosa se convirtió, instantáneamente, en la favorita del público. La fama le golpeó fuerte tras la victoria y, sin darse cuenta, acabó cantando en Eurovisión. Todos esperábamos el primer puesto. Nos tuvimos que conformar con el quinto.
Desde entonces, Rosa no ha tenido momento bueno. Lo que iba a ser una carrera más que prometedora se quedó en un mero intento. Un cúmulo de decisiones desastrosas hicieron que terminase interpretando canciones del verano en lugar de dedicarse a otros géneros más acordes con su voz y el público no lo compró. Gracias al tirón mediático de la salida del concurso puedo situarse en la cola que dejaron Bisbal y Bustamante, pero pronto cayó en el olvido. Rosa se reinventó -o más bien, la reinventaron- en ejemplo de superación. Cambió los estudios de grabación por los gimnasios y los remedios farmacéuticos para perder peso y dejó de ser aquella chica con encanto natural para transformarse en otra persona distinta. Estrenó nueva sonrisa, nuevo peinado, nueva figura y quiso ser sexy. La música, eso sí, seguía sin acompañarla.
Rosa ha cambiado más veces de estilismo que Rihanna
En los últimos años, Rosa ha cambiado más veces de estilismo que Rihanna, que ya es decir. La hemos visto con pelo corto, con melena larga, rubia platino, con peinado a lo payaso -una imagen difícil de olvidar- y con cresta. Ha adelgazado, se ha musculado, ha vuelto a adelgazar y lo ha achacado todo a la alimentación y al ejercicio físico. Mentiríamos si no dijésemos que la vemos estupenda, pero tanto cambio de estilo nos lleva a pensar que detrás hay algo más. Se ha empeñado en hacer versiones musicales que no venían a cuento, incluso a probar otros estilos más tranquilos, donde dejar salir la voz, y tampoco le han funcionado. Rosa está perdida y no hay forma de encontrar su camino. Un drama peor que el de Chenoa.
Rosa podría haber llegado muy lejos. Podría haberse convertido en un clásico, en una de esas artistas que pueden permitirse el lujo de tomarse tiempo y desaparecer, en una Adele a la española, pero lamentablemente se quedó en juguete roto. A su salida del concurso se le prometió el mundo. Iba a ser el producto estrella, la salsa de todas las fiestas, y tan solo la música independiente consiguió hacerla brillar -busquen el tema que interpreta en el recopilatorio De Benidorm a Benicàssim y descubrirán lo que debería estar haciendo ahora mismo-. Rosa ha sido víctima de su falta de contundencia. No puede esperarse que alguien venido de la nada consiga manejar su destino con pericia, pero tampoco puede dejarse en manos del primero que pasa. Nadie lo supo ver. O peor, todos lo vieron y prefirieron callarse.
Ahora, Rosa de España ejerce de comentarista de Eurovisión, de aspirante a enamorada en los programas de crónica social y de invitada en los especiales de Navidad. Allí saca vestido de brilli-brilli e interpreta una de sus versiones de clásicos españoles con toques electrónicos. Todos deberíamos llorar la pérdida de una oportunidad. Rosa podría haberlo sido todo y se ha quedado en nada. ¿Es ésta la industria musical española? Está claro que en este país no solo la política funciona mal. Ay.
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