Los famosos, estarán conmigo, tienen las miras muy cortas. O la memoria muy débil. En la era de los smartphones, de los selfies, del Whatsapp y de la información inmediata, todavía nos cuesta asumir que una persona popular, conocida nacional, e incluso, internacionalmente, pueda confiar en la bondad de los desconocidos. El mundo, no hace falta más que echar un vistazo, está repleto de maldad. Lo que creemos espontáneo es premeditado, lo que pensamos que es dadivoso no es más que intencionado, lo que creemos que es para bien, siempre acaba convertido en mal. Sí, puede parecer negativo, pero tras el descontrol social al que asistimos, cuesta mucho ver las cosas de otra forma. Y no crean que nos dejamos llevar por el alarmismo. Tan solo somos hijos de nuestro tiempo.
Mientras el mundo se tambalea, las celebrities viven ajenas a la realidad, en sus universos en los que nunca ocurre nada. Cada día observamos cómo, con un sencillo gesto, aparecen decenas de capturas de pantalla en los medios, dispuestos a desmontar cualquier tipo de teoría, desde la que apunta a una posible financiación ilegal de un partido político hasta la que evidencia que Alberto Isla podría haber engendrado tantos niños como espermatozoides sea capaz de producir. ¿Todavía nadie se ha dado cuenta que lo primero que aprende un cazafamosos es a grabar conversaciones y capturar los mensajes? ¿De verdad alguien pretende hacernos creer que el propio famoso no es consciente del riesgo que corre cuando se intercambia mensajes subidos de tono con desconocidos? ¿Pensarán que la nocturnidad es una atenuante en este despiste? Llámennos desconfiados, pero no lo podemos evitar.
Ante todo, hay que desconfiar
La crónica social ha creado un nuevo tipo de famoso: el 'wasapero'. Aquella persona cuyo principal dedicación diaria consiste en conseguir el número de teléfono del personaje popular de turno, mandarle mensajes subidos de todo, acompañados, normalmente, por algunas fotografías íntimas, esperar respuesta y guardarlo todo para ofrecerlo como prueba en un programa del corazón. Cazafortunas capaces de todo con tal de sentarse unos minutos en el Deluxe. Y lo consiguen, ¡vaya si lo consiguen!
Apelaremos al desconocimiento, a una fama recién adquirida o un fuego interno que les obliga a responder, pero ¿no se les pasa por la cabeza que en todo este tinglado nunca hay buenas intenciones? Las celebrities más jóvenes caen, una y otra vez, en las garras de estos 'wasaperos', que disfrutan como nadie contando secretos de alcoba -o de coche en descampado- en prime time. ¿Qué pensarán sus familias? Seguramente, estarán encantadas.
Pero no piensen que hablamos desde la demagogia. Quien esté libre de pecado, ya sabe lo que tiene que hacer. La actriz Jennifer Lawrence argumentaba esta semana que las fotos que se había hecho desnuda eran para su novio, ya que en una relación a distancia hay que recurrir a los métodos que uno tenga al alcance de la mano. Y lo entendemos. Eran imágenes que no debían ser vistas. Pero de ahí a confiar en el buen hacer de una desconocida, cuando, por otra parte, tratas de reconquistar al amor de tu vida, hay un paso.
Desde luego, la culpa aquí la tiene quien decide orquestarlo todo para ganar un puñado de euros, pero si todos fuésemos más conscientes de nuestros movimientos, otro gallo nos cantaría. 'No te vayas con extraños, no cojas cosas del suelo y si alguien te pide fotografías desnudo por Whatsapp no se las mandes a la primera de cambio'. Ay, las madres, qué necesarias son en algunos momentos...
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