Hay un teoría en Internet, entre los cazadores SEO —esos que se desviven por las métricas, no por los contenidos— que dice: "Si no capturas la atención de un lector de tu página web en menos de 59 segundos, lo has perdido para siempre". Me quedan 45 segundos.
El postulado se basa en un macro estudio del grupo Nielsen sobre el lector medio y la usabilidad de Internet que se hizo en 2011, cuando las redes sociales todavía eran reducto solo de informáticos, frikis y periodistas de segunda ola. La socialización digital ha bajado estos tiempos, pintando un panorama desolador.
[30 segundos. La mitad de mis lectores ya se han ido.]
Si Internet cambió la forma de leer —de diagonal pasamos a leer en F—, las redes sociales están rematando nuestra capacidad de concentración, e incluso la forma de nuestro cerebro. Pasamos ya más tiempo frente a una pantalla que durmiendo pero esta lectura digital, los hipervínculos y la infoxicación provoca una crisis en la lectura profunda, crítica y analítica. Cada vez nos cuesta concentrarnos más.
La lectura que viene de redes sociales dejó de ser diagonal para pasar a se ser apocalíptica
La lectura dejó de ser diagonal para pasar a se ser apocalíptica. Apenas nos enfrentamos a un titular y una entradilla o a un análisis cutre de 140 caracteres. Podría insultarte aquí y casi nadie se daría cuenta. Podría escribir un buen titular y dejar la noticia 'en desarrollo' y cobrarme miles de visitas. El párrafo de contexto es un objeto en peligro de extinción, un atentado SEO que al periodista le puede costar bronca y sueldo. La economía de la atención cotiza demasiado alto como para andar con circunloquios.
Se me acaba el tiempo. ¿Sigues ahí?
Pasado ese minuto trampa el lector se entrega incondicionalmente al texto (o ha dejado la pestaña del navegador sin cerrar al irse de cañas, según Analytics). Es la hora de los razonamientos, los argumentos largos y los datos contrastados. Pero sin pasarse. Si este artículo pasa de las 1200 palabras habrá muerto (otra vez).
En Internet ya es imposible convivir con esta tensión creativa y que no te condicione el texto. Los periodistas son ahora cirujanos de la estructura y del SEO, condicionando todo a las estadísticas del lector medio. Ese que lee y comparte en sus redes como un robot leyendo solo un titular amarillo que subraya textos demasiado grises.
Ya no se cuentan historias como las de antes por culpa de las redes sociales. No quedan textos excelsos si no trabajan la relevancia, si no te cazan por un titular trampa o por un sentimiento: "Esta noticia te hará pensar, sufrir o llorar", ¡DEJAD DE SENTIR POR MÍ!
El modelo de contenido reposado descansa en nichos pequeños y es acusado de esnobismo intelectual. Leer lento es ahora solo de gafapastas
La prosa larga o incluso la poesía es reducto de unos cuantos chifados. Los poetas pierden, ganan los fotógrafos, viñetistas y aforistas de verso corto o los que agitan las cloacas para atraer con el hedor. El modelo reposado no trascendente descansa en nichos pequeños y es acusado de esnobismo intelectual. Leer lento es solo para gafapastas que pasan los 40 y nacieron en el papel. Antes lo hacíamos todos.
Recuerdo blogs que hoy ven pasar los arbustos rodantes o que han sido reciclados por grandes medios. Recuerdo gastar media tarde para aprender cómo funcionaba un arma nuclear en la Pizarra de Yuri, o cómo contaba Tecnología Obsoleta que Einstein fue el inventor de las neveras. Recuerdo a Cabovolo alucinarme con la historia del hombre que quería crear un continente o a Fogonazos con sus fotos inéditas de Hiroshima. Recuerdo a un bloguero tumbar a toda una cadena por pagar una entrevista a la madre de un convicto. Recuerdo historias que atrapaban sin farsas o enredos, contadas con ese tono irreverente y amateur que hoy se llevan de calle los youtubers.
Solo 2 de cada 10 lectores acabará este artículo pero los que lo compartirán nunca serán ellos
Recuerdo escribir artículos con títulos imposibles en mi blog que superarían las cien mil lecturas. Pasar horas y horas buscando historias inéditas. Recuerdo denunciar a multinacionales sin temor a perder una publicidad que no tenía, historias anacrónicas que triunfaron y hoy pasarían desapercibidas sin la pólvora de los retuits. Y mira que lo intento:
Cuando empecé a escribir hacía historias como esta y lo petaban... ahora pasan desapercibidas ¿por qué?https://t.co/sZQ3nNUo2o
— Pepo Jiménez (@kurioso) September 19, 2017
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Blogs de antes que sacrificaban la inmediatez por el alma de una buen tema. Que rascaban en libros, hemerotecas o en las catacumbas de Internet por encontrar un buen diamante a pulir. Que hacían 10 o 15 mil visitas habitualmente en la portada de Menéame tras una semana de trabajo. Blogs que apostaban por enseñar, no por convencer; por contar, no por opinar; por transmitir, no por inyectar,...
Hoy ese modelo no se comen un rosco. Alguno agoniza y sobrevive gracias al altruismo de sus autores o para construir una marca personal que luego rentabilizar. El resto duerme el sueño de los vencidos al clickbait de garrafón, a las 'Fake news' y a la post verdad. La ventana de la actualidad marca la agenda de contenidos. La denuncia, el linchamiento en redes sociales o la política se lo come todo. Si no apelas a los sentimientos, si no coges la ola estás fuera de onda y las redes te expulsarán del juego. Los Blogs no han muerto, han sucumbido al juego.
El periodismo 'tuitero' es el actor responsable de este cambio de paradigma de contenidos
Apenas se lee nada en redes sociales que no apele a la actualidad o a los sentimientos. Que no merezca un insulto, que no genere un flame o una denuncia social. Que no mueva dinero. Una buena historia no genera suficiente 'engadgement' si no puede criticarse, desmontarse o difamarse. El piropo pierde siempre con el insulto en la guerra por la atención.
El periodismo 'tuitero' es el actor responsable de este cambio de paradigma de contenidos. La lucha entre todos por la economía de la atención para poder monetizar está destruyendo el medio. La competencia, la falta de tiempo, las estadísticas, el SEO,... nos privan de más material de calidad, de texto reposado, de historias inverosímiles que no trafican con el morbo, la crítica o el miedo.
No se puede delegar la tarea de esta calidad, de los buenos contenidos solo a los que no ganan dinero con ellos.
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