En 1979 un hombre de 38 años trató de suicidarse ante la sede de la televisión alemana en Colonia cuando estaban emitiendo la serie ‘Holocausto’ al grito de "¡No se ha perseguido consecuentemente a los nazis!" No fue un hecho desdeñado, la retransmisión de la serie y aquel incidente marcarían un punto de inflexión en la autocrítica y concienciación social sobre el Holocausto en Alemania.
Trailer de Holocausto, 1978
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Hoy, después de 38 años, en la mayoría de escuelas de Alemania imparten visitas anuales de sus alumnos a los museos y campos de concentración repartidos por todo el país. Son obligatorias dos visitas al año y suelen incluir las cámaras de gas. Los planes de estudio de la enseñanza obligatoria incorporan también dos ciclos de revisión en profundidad de la historia del Tercer Reich, su gestación y las consecuencias generadas por sus políticas. Los ratones judíos y los gatos nazis que dibujaba el Pulitzer Art Spiegelman en su celebérrima Maus son el símbolo metafórico de este revisión histórica adolescente.
¿Cómo llegó Alemania a forjar todo el revisionismo que define su Memoria Histórica?
No es un ciclo completado. Todavía está aprendiendo a convivir con su pasado. La responsabilidad del mayor genocidio europeo de la historia generó unas laceraciones tan profundas en la cultura alemana que el olor sempiterno de aquella sangre ha servido, con el tiempo, para levantar un sistema de medidas correctoras ejemplares. Y esa es la clave, asumir una condición analítica y más de responsabilidad que de culpa para servir pedagógicamente a las generaciones que llegan. No hacerles cargar con la mochila histórica sino explicarles ese pasado con todo lujo de detalles. El triunfo de la educación frente al totalitarismo se ha cimentado siempre en la autocrítica.
Pero esto no siempre fue así. El legado del ‘espíritu de Núremberg’ desapareció a escobazos con la guerra fría. Se cortó de tajo la persecución penal internacional de los nazis y esa cultura de autocrítica. Y apareció el deseo de olvidar por miedo y el sentimiento de culpa de los vencidos.
No fue hasta 1963 con el famoso proceso de Auschwitz —las víctimas se enfrentarían por primera vez a sus verdugos— cuando los jóvenes tomaron conciencia de los crímenes cometidos por sus padres. El nazismo no volvió a la palestra educativa hasta bien entrados los 70, con los nuevos movimientos sociales y en los 90, con el debate que trajo la aparición de la Corte Penal Internacional y la persecución a grandes dictadores y genocidas.
When you grow up in Germany & go through the school system in Germany, you will cover the Third Reich several times.
— Dr. Sandra Schwab ?️??? (@ScribblingSandy) January 25, 2017
When we were 15 or 16, our history teacher showed us the German anti-war film Die Brücke https://t.co/A2VRPErXjP
— Dr. Sandra Schwab ?️??? (@ScribblingSandy) January 25, 2017
One of our class excursions took us to the Jewish Museum in Frankfurt & another one to a concentration camp.
— Dr. Sandra Schwab ?️??? (@ScribblingSandy) January 25, 2017
We learnt how vulnerable democracy is & how easily it is brought down.
— Dr. Sandra Schwab ?️??? (@ScribblingSandy) January 25, 2017
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Pero el curioso punto de inflexión social en el resurgimiento de este debate público fue la emisión en televisión de la serie americana "Holocausto" en 1979. Catorce millones de alemanes, por término medio, siguieron con atención inesperada y durante cuatro días cada capítulo, lo que provocaría una cascada de tertulias, programas de radio y huecos en prensa con el debate encima de sus mesas. El triunfo de la serie protagonizada por Meryl Streep fue llevar a lo más profundo y distraído del pueblo alemán su historia. De ahí pasó a los medios y de los medios al Bundestag. El politólogo Peter Reichel se refirió a la emisión como "Un hito en la historia de la mentalidad de la República Federal Alemana".
No fue fácil. Un grupo neonazi denominado "nacionalistas revolucionarios internacionales" intentó boicotear la emisión poniendo una bomba de 10 kilos en un repetidor de radio al suroeste de Waldesch Koblenz. Durante la emisión la policía tuvo que encargarse de servir de correo para llevar las bobinas de la productora a la emisora, reforzando los controles de admisión de la cadena.
Hasta 30.000 alemanes llamaron al tercer canal de la televisión de país —responsable de la emisión— para insultar y dejar sus opiniones sobre la producción americana. El "No teníamos ni idea de todo esto" fue una de las reflexiones más escuchadas en Alemania durante aquellos días. Así lo contaba Der Spiegel al terminar la emisión.
La serie llegó al Parlamento y condicionó el debate sobre la imprescriptibilidad de los crímenes del nazismo del 3 de julio de ese mismo año. 258 diputados, en su mayor parte socialdemócratas y liberales, votaron a favor de no olvidar los crímenes de propios de aquella guerra. Fue el principio de un rosario de medidas contra la indiferencia.
En 1985, durante la celebración del 40 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, el entonces Presidente Federal Richard von Weizsäcker dio un discurso que pasaría a la historia. Weizsäcker declaró el 8 de mayo de 1945 —lo que hasta entonces era el día de la derrota alemana— como el día de la liberación de la dictadura nacionalsocialista. Una vuelta de tuerca que cambiaría el ánimo de los vencidos y cuya interpretación sigue hoy vigente. Lo alemanes no perdieron la guerra, ganaron la batalla a los nazis. Desapareció el sentimiento culposo que provocaba ese silencio social de posguerra.
Ese mismo año se aprobaría una ley muy polémica que tras la reforma de 1994 sigue generando un debate público intenso. El artículo 194/21 castigaba la negación del holocausto y la prohibición del uso de símbolos y lemas nazis. Hacer el saludo romano, disfrazarse de nazi o llevar la esvástica en cualquier sitio es castigado hoy con hasta cinco años de prisión. Incluso un comerciante fue llevado a juicio por vender una esvástica tachada como símbolo antifascista. El caso fue un escándalo nacional y obligó a puntualizar la ley.
Pero no fue la única maniobra para llevar al pueblo la responsabilidad y participación de su propio pasado. La ley sobre los archivos de la Stasi permitió a millones de ciudadanos revisar los expedientes que el servicio de inteligencia del Estado Socialista había llevado de ellos. A partir de entonces se inauguraron también Centros de Documentación sobre la Historia del Nacionalsocialismo en varias ciudades alemanas, con la sede central en la ciudad de Colonia. Hoy en muchas aceras de Berlín hay placas conmemorativas en lo que fueron las casas de los judíos deportados o asesinados. Olvidar no parece el camino.
El actual plan de estudios del Ministerio de Educación en Berlín para la enseñanza obligatoria secundaria (15 /16 años) incluye la siguiente directiva para los docentes.
"Los alumnas y alumnos comprenden gracias a este campo temático que la democracia nunca está asegurada para todos los tiempos, sino que necesita en todo momento el apoyo activo, la reflexión crítica, la renovación y mejora, y que un sistema democrático precisa de demócratas activos. Los enemigos de la democracia son importantes, las alumnas y los alumnos comprenden esto con el ejemplo de los nazis y los bolcheviques, los posteriores estalinistas en la Unión soviética. En este contexto debe ser tratado de diversas formas el holocausto y el gulag con su respectiva singularidad."
El imperfecto ejemplo alemán es mentado habitualmente para que sirva de hoja de ruta a otros países. Con sus impurezas —el neonazismo sigue siendo un grave problema— ha conseguido dejar atrás su pasado sin llegar a olvidarlo, pero eso no lo convierte en paradigma porque está construido sobre una idiosincrasia demasiado singular.
En 2014, durante un debate en Berlín sobre los dilemas de la memoria histórica en España, el historiador hispano-alemán Carlos Collado Seidel señaló a la audiencia que las diferencias de esta 'cultura de la memoria' entre el Franquismo y el Holocausto tienen que ver con un lógico punto de partida:
"Fue la sociedad civil [española], no el estamento político, la principal impulsora de los intentos de recuperación y superación de su pasado. En España se pasó de una primera fase consagrada a la 'memoria de los vencedores', tras la guerra civil (1936-39), a una cierta consciencia de 'tragedia colectiva', en los 60, y luego al 'silencio consensuado' de la transición [...] mientras que en Alemania esto se articuló directamente desde arriba".
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