Mémesis

Mémesis: mi casa, mi cárcel

Tres maravillosos años. Más de 500 artículos, 11 millones de páginas vistas y miles de comentarios e interacciones en redes sociales. Mémesis ha sido mi ingrato hogar y mi plácido

Tres maravillosos años. Más de 500 artículos, 11 millones de páginas vistas y miles de comentarios e interacciones en redes sociales. Mémesis ha sido mi ingrato hogar y mi plácido infierno durante 72 meses de intenso trabajo sin pausa. Pero se acabó.

Un punto y aparte que me permite coger aire para quemarlo en nuevos retos e inquietudes que se intuyen en el horizonte. Una despedida a tiempo para no hacerla cuando ya sea demasiado tarde.

Aprender a ser viral te enseña también los trucos para ser deshonesto.

Ha sido mi casa porque aquí me he movido como si estuviera en ella. Libertad total para diseñar, conducir. promocionar y editorializar a medida la sección y sus redes, incluso a contracorriente y muchas veces fuera de la experiencia y el periodismo más ortodoxo. Eternamente agradecido al periódico y a su dirección por permitirme ser honesto aprendiendo de mis errores. Nada mejor para explicar lo del "El valor de ser libres y fiables".

Pero también ha sido mi cárcel porque el proyecto me ha atrapado hasta la extenuación, me ha bloqueado mi capacidad para disfrutar de lo que hago con el paso del tiempo. Con mayor o menor éxito he intentado dar un toque a la sección que construyera una marca identificable pero cada vez es más difícil innovar, sorprender y destacar sin abusar de atajos indignos que construyen noticias facilonas a cambio de unos cuantos miles de clics que justifiquen tu sueldo. Aprender a ser viral te enseña también los trucos para ser deshonesto.

Tres años. Más de 500 artículos, 11 millones de páginas vistas y miles de comentarios e interacciones en redes sociales.

Aún así el viaje ha sido ventajoso e interesante. Hemos matado a Hitler, hemos aprendido por qué los veterinarios se suicidan tanto o por qué los alemanes orinan sentados. Hemos visto la progresión del ganchillo de una enferma del Alzheimer y hemos jugado a aprobar el examen para la obtención de la nacionalidad española. Os he contado mi experiencia intercambiando casa durante cinco años o por qué no hay hooligans en las grandes ligas deportivas de Estados Unidos. 

También lloramos imaginándonos cómo es sentir el peor dolor del mundo, lo que es pasar un día en la planta de los Superhéroes o dibujar nuestros miedos en nueve fotografías tomadas instantes antes de morir. Hemos reído a carcajadas subtitulando fotografías o viendo como otros las retocaban.

En la medida de lo posible hemos dedicado tiempo a investigar cómo funcionan las red de bots en Twitter y como los partidos políticos las usan en su beneficio. También descubrimos cuál es el peor restaurante de España, o aquel hotel donde jamás dormirías. Fuimos los primeros en denunciar que en Forocoches y Burbuja se estaban publicando datos personales de la víctima de La Manada.

Pero sobre todo hemos reflexionado. Hemos aprendido que ser protagonista de un vídeo viral te suele arruinar la vida, que los inmigrantes no colapsan la sanidad pública y que esta es de una calidad envidiable; que no es buena idea que trasplantados y familia de donante se conozcan o que detrás de una impoluta bicicleta blanca siempre hay una historia de amor sin final feliz.

Hemos dedicado muchísimo tiempo a divulgar sobre la impepinable necesidad de dibujar una sociedad más justa con las mujeres, de convencernos de que todavía somos demasiado machistas a ambos lados de la red, que ellas siguen siendo un objeto de acoso constante de desconocidos o de famosos, o cómo esta sociedad patriarcal tiende a disculpar socialmente a los grandes genios. Basta leer los comentarios de todas esas noticias para intuir todo el camino que queda por recorrer. 

La dictadura de las estadísticas es una tentación constante, un atajo al viral facilón que solo te permite justificar tu trabajo con miles de clics huecos

Pero también hemos vomitado decenas de artículos que prescribían a la estela de unos cuantos tuits o memes, risas enlatadas en decenas de 'hashtag' caducos al amparo de una actualidad efímera que nunca se volverá a revisar. 

Hemos tropezado con virales absurdos y coqueteado con 'clickbaits' de garrafón que nos han enseñado que ser deshonestos con nosotros mismos es serlo al final con tus lectores, aunque estos te sobornen con miles de visitas. Siempre que tropezamos nos levantamos con la lección bien aprendida aún viendo cómo el resto abusa constantemente de esa misma indecencia.

Ha sido un viaje alucinante a sitios donde jamás había estado antes, intentando aprender al mismo tiempo que compartía el regusto de un sencillo hallazgo nunca contado aquí, de una lección de vida o de recomponer en primicia una noticia falsa. Pero también miles de horas en precario buceando por las cloacas de Internet para intentar hacer pedagogía de lo absurdo de miles de personajes vendiendo su vida al viral de turno. Este esfuerzo y quemazón por competir en estulticia que destroza tu empatía por el género humano tiene un desgaste brutal; lo cuento muy crípticamente en la vida del cazador de virales. Simplemente ya no puedo más.

Ojalá hayáis aprendido lo mismo conmigo, ojalá hayáis disfrutado de viaje de baches e insóltios destinos que nos deja el dolor de las ampollas y el regusto por lo pisado. Es hora de soltar la mochila para que otro pueda planear nuevos destinos. 

Nos vemos en las redes... ¿dónde sino?

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