España. Años cuarenta. El único espacio público que da voz a la gente de la calle está diseñado por un hombre disfrazado de mujer. El consultorio de Elena Francis ponía en las ondas de la radio los problemas de la clase media para darles solución cristiana. Un cura y un psicólogo diseñaban las respuestas a las llamadas telefónicas —la mayoría de mujeres— con el manual de la perfecta esposa sumisa sobre la mesa. Un éxito. Una vergüenza.
Una década más tarde llega la televisión a este país y la mujer pasó de sumisa a florero. De las revistas de faralaes, azafatas, mamachichos y pezonazos a las nanofaldas que distraían con la carne de algunas a las estupendas profesionales: Blanca Álvarez, Adela Cantalapiedra, Rosa María Mateo, Isabel Tenaille,... herencia social de una cultura impregnada y diseñada por y para los hombres. La mujer siempre por detrás. Hasta hoy.
Internet llegó por la puerta de atrás para sazonar todos estos tópicos. Machismos en los primeros Chats del IRC hispano, porno en el 30% de la web, cosificación, publicidad sexista y acoso,... pero también trajo una bomba atómica: el anonimato. Un disfraz —en principio desleal— que ha cambiado el mundo de la desigualdad sexual.
Lo primero que pasó —lógico— fue ver a hombres haciendo de mujer para buscar atención artificial, luego vinieron las mujeres haciendo de hombres para pasar desapercibidas... y la mayoría de ellos no se dieron cuenta.
Las redes son un pedestal de marca blanca que pone en el mismo volumen a un premio Nobel o a una mujer con moratones en las piernas
Si alguien se pregunta por qué el feminismo ha crecido tanto en la última década solo tiene que abrir sus redes sociales sin necesidad de preguntar a la Elena Francis de turno. Las redes son un pedestal de marca blanca que pone en el mismo volumen a un premio Nobel o a una mujer con moratones en las piernas.
https://twitter.com/mkultiverse/status/899870743957295104
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Esta democracia de la atención está permitiendo a las mujeres denunciar lo que nunca antes han podido, ni se han atrevido, ni les han dejado. Visibilizar conductas machistas que los equidistantes creían extinguidas pero que, en realidad, solo estaban asimiladas. Denunciar trato vejatorios que la ley no sabe ni quiere amparar. Poner certezas a una realidad disimulada por esa radio y tele condescendientes. Empoderar sin desventajas y sin miedo a ser represaliadas. Vendito anonimato.
El anonimato de Internet empodera a la mujer en la lucha por la igualdad de género
Isabel (nombre ficticio) acaba de hacer viral una de estas denuncias. Un acoso normalizado que se ha convertido en un grito de guerra. El hombre que pide, implora y amenaza con hacer una 'bobería' si no atiende a súplica. El victimismo como arma. Enésimo ejemplo de la violencia de género consentida.
Isabel confiesa que le costó hacer el escarnio público. Ha sido muy valiente, como todas las que denuncian. Normalmente el acoso no termina cuando se hace público. El anonimato no acaba con todos peligros, solo los minimiza.
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Ahora está liberada. Una ola de apoyos que ha generado un desahogo medicinal que ayuda a construir ese castillo de conciencia social que tanta falta hace. El problema ha dejado de ser solo suyo para ser ahora el de todos.
Isabel es una más, como Analia Maldonado, una chica argentina que acudió hasta 10 veces a comisaría para denunciar las palizas de su ex pareja sin éxito. Solo cuando una amiga le ayudó a viralizar en Facebook las fotos de una cara destrozada por los golpes el fiscal actuó de oficio.
O como aquella chica de 19 años que denunció "Sexo a cambio de la mitad de tu negocio". O cuando "Tu acosador es el repartidor de mensajería" o te "Acosan por WhatsApp mientras alquilas tu piso".
Un aplauso para todas esas mujeres que se apuntaron de forma espontánea a #MiPrimerAcoso. Una forma de relatar en primera persona y en las redes sociales sus experiencias de acoso más íntimas. Y todavía hay hombres con la boca abierta: ¿Pero todo esto es cierto?
Miles de mujeres están descubriendo la red como un tablón de denuncia sin injerencias, un espacio libre de desahogo para romper el cascarón de toda esa indolencia. Por fin pueden abandonar el silencio sin amenazas, sin que su familia vomite un: "¿No estarás exagerando?", "Ya se le pasará". "¡Mano izquierda, hija mía!". Pueden gritar y poner el tono sin que los protocolos de la radio o de la tele disimulen o filtren sus denuncias.
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El ruido molesto de este nuevo feminismo del que muchos se quejan no viene de las mujeres que denuncian sino de los cabrones ofendidos. Hombres que ven amenazada una posición social hecha callo y fabrican sus conspiraciones de papel. Que acusan a las denunciantes de inventar testimonios para ganar el protagonismo que ellos siempre les han negado.
Si denuncias: estás mintiendo
Si te defiendes: la violencia no se soluciona con violencia
Si te mata: por qué no denunció o se defendió— Dinita?? ⸆⸉ Lisbon N2 (@hiperdina) September 12, 2017
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Ante todo este valor y rabia liberada a los hombres solo nos queda una salida digna: escuchar, comprender y aplaudir.
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