La imagen de cabecera es de un parque infantil de Dallas de principios de siglo XX. Escaleras quilométricas y barras a más de 5 metros del suelo. No es el circo del Sol ni era una excepción. Así eran las primeras instalaciones lúdicas de los parques de medio mundo. El paraíso de cualquier niño, el infierno de los padres de hoy.
Tus abuelos escalaban árboles, tus padres barras de 4 metros y tus hijos ahora disfrutan esto:
La prueba de que hemos evolucionado y cambiado de concepto y mentalidad es que, si eres padre, todo en el siguiente vídeo del archivo de la televisión británica te parecerá un atentado contra la seguridad infantil y no dejarás de encontrar peligros de muerte. Cuando dejes de hacerlo observa la cara de los protagonistas:
https://twitter.com/Classicbritcom/status/967141177886683138?ref_src=twsrc%5Etfw
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Las famosas 'Monkey bars' o barras para trepar que apenas se ven ya en ningún parque actual, fueron un invento norteamericano de principios del siglo XX que permitió la popularización de la industria de ludotecas en parques y jardines de medio mundo.
Pero una oleada de demandas por lesiones al ayuntamiento de Nueva York en los años cincuenta frenaría el boom e iniciaría su declive comercial. En los años 80, tras la regulación de la normativa de seguridad, se empezó la retirada paulatina de las casi 1000 instalaciones de la ciudad. La comodidad para que las administraciones evitaran conflictos legales en un país que judicializa todo expandió la hiperseguridad y sobreprotección por los parques de toda norteamérica y de ahí, por contagio, a todo el mundo.
La imprescindible seguridad se ha comido el puntito de aventura que te hacía madurar a base de raspones, coderas y mercromina
Donde antes había hierro y herrumbre hoy solo hay caucho y gomaespuma. Donde antes había una trinchera, un destructor o una nave espacial hoy solo queda un barco pirata de colores imposibles. Lo que ganamos en seguridad lo perdemos en diversidad y confianza. ¿Hemos encontrado el equilibrio entre protección e imaginación? Aparentemente no. Estamos creando zonas de juego tan seguras que en realidad obstaculizamos el desarrollo natural de nuestros hijos.
Contrariamente a lo que creen muchos padres cuando un niño se cae jugando de uno de estos columpios no coge miedo a las alturas. Si tiene menos de 9 años y sufre una (leve) caída es menos propenso que un adolescente a coger vértigos y desarrollar pánico porque están en un periodo de aprendizaje y captación de los límites espaciales. Así lo corroboran varios estudios científicos.
La sobreprotección está creando la generación de niños más frágiles y miedosos de la historia
Según uno del Dr. Sandseter y un compañero psicólogo, Leif Kennair, de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología y referenciado en el New York Times 'El juego arriesgado en los niños refleja la terapia cognitivo-conductual efectiva de la ansiedad', es decir, es la mejor terapia antifóbica para el miedo a las alturas. Un poco el mismo procedimiento que sirve para afrontar las fobias de adultos, enfrentarse poco a poco a tus miedos es la mejor manera de vencerlos. Y qué mejor que hacerlo cuando tu cerebro está definiendo tu carácter y conductas futuras.
¿De verdad la seguridad ha mejorado la educación de nuestros hijos?
Algunos podían decir que la propia selección natural estaría en contra de este análisis tremendista. El entusiasmo por las alturas no puede ser adaptativo y va contra nuestra naturaleza e instinto de supervivencia pero el estudio referenciado lo que aclara es que precisamente es mayor la ventaja emocional ganada y el sentido del dominio aprendido que el riesgo de muerte antes de tener esa posibilidad de reproducirse. Un niño que aprende a ponderar el peligro con una leve caída hoy será un adulto más cauto y sensato ante los riesgos del mañana, tolerando mejor sus frustraciones.
Pero lo peor de todo esto no es la hiperseguridad derivada del natural desarrollo industrial, lo peor es la connivencia y el aplauso de este proteccionismo de los llamados padres 'helicóptero', esos que sobrevuelan a sus hijos constantemente en una relación tóxica, se suben al tobogán con ellos para evitar caídas y no les sueltan la mano ni para saltar un charco.
Esta hiperpaternidad ante los baches del parque y de la vida anula la independencia y libertad de los niños, que luego se convertirán en adultos inseguros incapaces de tomar una decisión o asumir responsabilidades.
Afortunadamente todavía quedan padres que trabajan más la imaginación y la autonomía sin entregarse tanto a los límites de una seguridad mal entendida.
¿Subirías aquí a tus hijos?
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