Ocurrió el pasado martes. A una niña de 13 años de Dorchester, Boston —cuyo nombre vamos a obviar para no participar de su linchamiento— se le ocurrió la feliz idea de meter su mascota (un pequeño galápago) en el microondas para ir un poco más allá en esto de intentar sorprender a tus seguidores de redes sociales. Alguien con un déficit severo de empatía y respeto por los animales.
En vez de perder el tiempo con los filtros de SnapChap, Videostar o Instagram decidió que lo mejor era publicar su hazaña en su 'Facebook Stories' pensando que de allí no saldría. Sin saber que siempre hay algún amigo que no lo es tanto y decide denunciar lo evidente y repugnante.
Los primeros comentarios en Facebook iniciaron un incendio que se barruntaba imposible de frenar. Mientras que la protagonista mostraba su indignación por tanto revuelo: ¡Es solo una tortuga!
Inmediatamente el post fue capturado y enviado a todas las redes. Una noticia tan golosa no tarda ni un segundo en propagarse como la pólvora. Sin conocerse casi los detalles, sin saber si era otro falso viral o un montaje, el primer tweet que hizo públicas las dos fotos de la tortuga alcanzaría pronto los 15.000 retweets y decenas de miles de impresiones.
Antes de eso la madre y la hermana ya habían pedido disculpas públicas en Facebook por la horrible travesura de la mediana de la familia.
Pero ya era tarde. En ese momento la trastada de una adolescente maleducada e insensible con su mascota había mutado a linchamiento público. Insultos, amenazas de muerte,... un clásico fuera ya de control.
PETA había acudido a la llamada y alguien abrió una petición en Change.org para pedir al comisionado de la policía de Boston la detención inmediata de la hija y su madre por crueldad y maltrato animal. En menos de unas horas la petición alcanzó 7.000 firmantes.
Afortunadamente el staff de Change.org supo adivinar pronto que la misiva carecía de utilidad pública y no era más que parte del linchamiento, bloqueándola al poco tiempo y alegando ciberbullying contra la familia.
Las impresiones del primer tweet generaron demasiada indignación y hordas de detectives aficionados en busca de la identidad de la susodicha. Recordemos: la adolescente protagonista de esta historia no pasa de los 13 años.
Al acudir a su facebook consiguieron el nombre completo de madre e hija y con la herramienta truepeoplesearch.com sus números de teléfono. Alguien los publicó en el mismo hilo del tweet que se había viralizado. La cadena de errores y delitos continúa.
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A partir de ese momento toda la familia empezó a recibir decenas de amenazas por todas las redes sociales e incluso por sus teléfonos personales. La adolescente que quemó la tortuga tuvo que borrar su cuenta de Facebook. La policía y la protectora de animales contactaron con la familia y la madre y la hermana mayor denunciaron el increíble acoso mediático.
Internet es tremendamente exagerado con los juicios populares y linchamientos. Las redes sociales magnifican los errores y lapidan con sus propias leyes. El arrepentimiento nunca es un atenuante y el respeto por la privacidad importa bien poco. Muchas veces la forma de denunciar estas trastadas y fechorías es más grave incluso que lo que se denuncia.
Respetemos a los animales y a las personas. No es incompatible.
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