La doctora Shirley Koshi trabajó más de 30 años en su India natal como veterinaria hasta que se mudó a Nueva York. Allí abrió una pequeña clínica.
Un día un buen samaritano trajo un gato enfermo de una colonia callejera (en Nueva York está permitido adoptar gatos de las colonias asilvestradas de parques y jardines. Estos gatos no tienen dueño oficial).
La doctora curó a Karl —así llamó al gato— y pagó la factura de su bolsillo pero se negó a devolverlo a Gwen Jurmark, una señora que lo reclamaba como suyo: “...por haber cuidado de su colonia”. Según el diagnóstico de la doctora Shirley el problema de salud de Karl se debía a que realmente no era un gato asilvestrado, sino domesticado y no podría sobrevivir de vuelta a la colonia a otra enfermedad respiratoria.
La supuesta dueña decidió denunciar el caso y movilizar a decenas de asociaciones de animales con millones de seguidores en Internet que hicieron su trabajo. Miles de mensajes y hasta manifestaciones a la puerta de la clínica se sucedieron en esta lucha absurda por la custodia. Hasta que todo reventó. El acoso fue tan brutal que la doctora Shirley acabó suicidándose.
...y Karl volvió con la señora Jurmark.
Esta es solo una historia más de las decenas que podemos encontrar en los medios. En Facebook, Twitter y otras redes se denuncian constantemente suicidios de profesionales de la medicina animal. Hace poco el Tag #notonemorevet se convirtió en tendencia en Estados Unidos para visibilizar el problema.
¿Por qué hay tantos?
Es solo un síntoma, hay estudios científicos oficiales que corroboran los datos de redes sociales. Se ha demostrado que la tasa de suicidio entre veterinarios es dos veces mayor que entre dentistas, más del doble la de los médicos, y hasta 4 veces mayor que la de la población en general.
En 2014 el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos hizo una encuesta a 10.000 veterinarios con resultados sorprendentes. Más de uno de cada seis veterinarios estadounidenses habían considerado seriamente la posibilidad del suicidio. No es casualidad. Los veterinarios se deprimen más.
El veterinario es un profesional muy expuesto, con los mismos problemas que los médicos y, normalmente, con peor remuneración y prestigio. Una profesión con una gran exigencia y con dificultades enquistadas.
A diferencia de los médicos el veterinario tiende a trabajar solo en su clínica, lo que aumenta el aislamiento y eleva el riesgo de depresión. En ambas carreras hay una altísima exigencia académica y se tiende a un "perfeccionismo socialmente prescrito", con altos niveles de competencia y un miedo al fracaso que suele provocar ansiedad.
Hay una razón exclusiva que los hace más vulnerables. Su mayor contacto con la eutanasia.
Pero eso es propio de otras profesiones también exigentes. Hay una razón exclusiva en los veterinarios que los hace más vulnerables. Su contacto con las técnicas más modernas de eutanasia y el gran número de casos que tienen que atender por este motivo les hace tener una concepción de la vida y del sufrimiento distinta del resto de mortales.
En un estudio de David Bartram para colegio de veterinarios del Reino Unido se comprobó que el 75% de los suicidios dentro del gremio corresponden a autoenvenenamiento con barbitúricos y, en especial, de la ketamina. Un potente anestésico muy utilizado en la profesión.
La participación activa en el final de la vida de muchos animales que están sufriendo mucho te puede alterar el punto de vista que tienes sobre la muerte. Puede disminuir tus inhibiciones permitiendo la auto-justificación y llegar a ver el suicidio como una solución absolutamente racional y legítima. En los profesionales de la medicina también pasa, pero en menor medida porque están menos expuesto al sacrificio final.
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