Hablamos de Josep Borrell, Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, quien ha recalcado el lunes en Washington que los 140.000 soldados rusos desplegados en la frontera con Ucrania no están ahí para tomar el té. Y al menos desde la primera guerra de Irak desencadenada el 2 de agosto de 1990 a partir de la invasión de Kuwait por Sadam Husein, nos tiene advertidos Ferlosio de que cuando la flecha está en el arco tiene que partir. De manera que observábamos cómo crecía la progresiva concentración en Kuwait de varios cientos de miles de efectivos militares norteamericanos y de los que añadían los otros 34 países de la coalición de acompañamiento hasta que recibieron la orden de ponerse en marcha hacia Bagdad.
Ahora en la frontera de Ucrania también deberemos distinguir tres momentos: el de la concentración de las unidades, el de su despliegue y el del avance. Sin olvidar que cada vez que uno de los países de la periferia de la antigua URSS ha pugnado por incorporarse a la NATO el resultado ha sido la pérdida territorial del aspirante. Remember Osetia y Abjasia en el caso de Georgia y la guerra de cinco días, del 7 al 12 de agosto de 2008 que las desmembró o lo sucedido con la península de Crimea que fue segregada de Ucrania. Por eso se entiende bien que tras el encuentro con Borrell el secretario de Estado, Antony Blinken, declarase a la prensa que estos son los momentos más peligrosos para la seguridad en Europa desde el final de la Guerra Fría y que ambos quisieran salir al paso de las críticas que provoca el alarmismo de Estados Unidos señalando la inminencia de un ataque ruso como reiteró en Washington el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, diciendo el domingo que la invasión rusa podría ocurrir “en cualquier momento”.
Dice la prensa que Washington y Bruselas cerraron filas el lunes en torno al nivel de riesgo de la presión militar rusa sobre Ucrania, pero en las declaraciones de los dirigentes de ambos lados del Atlántico se percibe una clara diferencia de tono. Además, las únicas filas que parecen cerrarse son las de Pekín uniéndose que a Moscú para lo que haga falta, mientras del otro lado nadie respeta la formación, se olvidan del orden cerrado y optan por hacer sus ejercicios en orden abierto. Así el presidente americano, Joe Biden, recibía al canciller alemán, Olaf Scholz, en la sala oval de la Casa Blanca; el secretario de Estado, Antony Blinken, se reunía con el alto representante la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, Josep Borrell, y para mayor dispersión el presidente francés, Emmanuel Macron, viajaba para verse con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, quien escenificaba de modo gráfico la distancia sentando a su huésped al otro extremo, contrario al por él ocupado, del diámetro mayor de una mesa elíptica que lo decía todo sin palabras. Se descarta que los 140.000 soldados rusos en la frontera de Ucrania vayan a tomar el té. Pero lo que sí han recibido es una remesa de Vodka salta parapetos. Se siembra miedo, se cosecha sumisión y docilidad y se multiplica en negocio de la venta de armas. Atentos.
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