Podría escribir las frases más tristes esta tarde cuando pienso en los cumpleaños durante el confinamiento. Sobre todo tendría que entristecerme al pensar en las fiestas que no están celebrando los niños junto a amigos y familiares, en los regalos que no llegarán y en los besos perdidos. Demasiada renuncia sobrevenida. Pero la realidad, a veces contradictoria pero siempre más franca que la ficción, me obliga justo a lo contrario. Porque los cumpleaños de 2020 están siendo y serán en el futuro especiales.
¿Qué es lo peor de un cumpleaños? Que resulta repetitivo. Esa plomiza sensación de que cada año es como el anterior. Mismo rito con las mismas personas en el mismo sitio. Todo igual o peor, porque nos sentimos un poco más viejos. Cambia el número de las velas y quizás la tarta. La gente monta grandes fiestas cuando llega a una decena y cambia de dígitos, pero en el fondo eso es una burda excusa para huir de otra celebración idéntica.
Sin embargo, ninguno de los que haya cumplido o vaya a cumplir años en estas semanas de confinamiento podrá olvidarse jamás de cómo lo celebró en 2020. Una conmemoración a la fuerza más solitaria, de acuerdo, incluso más sombría si la enfermedad ha golpeado a sus seres queridos, pero precisamente por todo ello única e irrepetible. Todo esto viene a mi mente porque aún siento la euforia que me atrapó cuando vi en un vídeo cómo unos bomberos y policías felicitaban el otro día a Marcos, un niño de Las Palmas de Gran Canaria que padece leucemia. Atronaban las sirenas y acompañaba la ovación de los vecinos, que por una vez aplaudían a alguien que no fuera médico.
La felicitación a ritmo de sirenas se está extendiendo por multitud de rincones del país. Pero sobre todo forma parte del nuevo paisaje en las localidades pequeñas, donde los agentes municipales acuden a los domicilios de los más pequeños para tributarles un recuerdo que neutralice, aunque sea en parte, el disgusto de celebrar su aniversario solo junto a sus padres. Todas esos festejos públicos son emocionantes, pero lo verdaderamente extraordinario está aconteciendo, dónde si no, en el interior de nuestros hogares.
Nuestro hijo se está enganchando a felicitar, hasta el punto de que este sábado, vigésimo octavo día de encierro, lloraba si no poníamos una vela y soplábamos en el bizcocho que hicimos el día anterior
Ya es un hecho que el confinamiento exacerba la creatividad. Todos estamos obligados a discurrir maneras de celebrar o felicitar desde la distancia obligatoria. ¿Quién no ha grabado algún vídeo o ha hecho algo extraño estos días para alegrar a alguien porque cumple años? De tanto hacerlo nuestro hijo se está enganchando a felicitar, hasta el punto de que este sábado, vigésimo octavo día de encierro, lloraba si no poníamos una vela y soplábamos en el bizcocho que hicimos el día anterior.
Otra ventaja para los cumpleañeros de estas horas convulsas es que aunque tendrán menos abrazos también recibirán más llamadas telefónicas. En los últimos años nos habíamos acostumbrando a felicitar a la gente mediante un simple mensaje de WhatsApp. Amigos incluso de los más íntimos que antes siempre te telefoneaban ahora habían dejado de llamar porque ya no podían dedicarte cinco minutos de su preciado tiempo. Facebook o el calendario de turno daban el aviso, uno de los miembros del chat felicitaba y el resto lo hacía en tropel después. Se conoce que por estar encerrados y tener más tiempo volvemos a sentir la necesidad de llamar o videollamar. Hablarnos. Vernos. Sentirnos. Tocarnos. A cientos de kilómetros entre los brazos.
Para aquellos que sientan la ausencia de celebración como un trauma existe otra opción bien sencilla: celebrarlo cuando haya pasado el confinamiento. Claro que será una fiesta también distinta, porque todos llevarán mascarillas
Al final va a resultar que es mejor cumplir años confinado. Porque además, para aquellos que sientan la ausencia de celebración como un trauma existe otra opción bien sencilla: celebrarlo cuando haya pasado el confinamiento. Claro que será una fiesta también distinta, porque todos los invitados llevarán mascarillas y guantes y pocos se atreverán a felicitar besando al cumpleañero de turno. Es probable que, teniendo en cuenta lo que nos gusta montar fiestas, después de la epidemia de coronavirus llegue la epidemia de cumpleaños. Tiempo al tiempo.
Cuando esto solo sea un recuerdo lejano, las sirenas ya no sonarán para felicitar. Tiene pinta de que todos volveremos inexorablemente a las prisas y al cutre mensaje de WhatsApp en los cumpleaños. O quizás no, quién sabe. Tal vez todas estas lecciones imprevistas sirvan para algo.