Opinión

Ábalos no tiene quien le quiera

Más allá de la gravedad del hecho en sí, el asunto Ábalos puede derivar en la primera batalla de poder entre las facciones que comparten responsabilidades de gobierno

Quedan aún muchos interrogantes por despejar de la que ha sido -y está siendo- la primera crisis seria del flamante Gobierno progresista de Pedro Sánchez. José Luis Ábalos es mucho más que un ministro. De hecho, en términos estrictamente políticos es más que cualquiera de los vicepresidentes. O lo era hasta que se subió al avión de la número dos de Nicolás Maduro. Ábalos ha sido y es quien ahorma el partido, el único dirigente socialista con potestas y auctoritas suficientes para mantener abiertos canales de comunicación con el viejo PSOE y evitar que la ruptura de los González, Ibarra, Guerra, o incluso Solana, con el sanchismo, se acabe convirtiendo en irreversible.

Antes o después acabaremos sabiendo no tanto lo que pasó, que ya está bastante claro, sino quiénes y por qué maquinaron un encuentro que podía haberse realizado más discretamente en otro momento y lugar y sin comprometer las obligaciones internacionales de nuestro país. ¿Fue la Venezuela de Maduro quien planeó la encerrona? ¿Se trasladó Ábalos al aeropuerto con el conocimiento previo del presidente del Gobierno? ¿Lo hizo motu proprio? Y casi tan interesante como lo anterior: ¿qui prodest?; o su derivada en clave política: ¿Quién o quiénes pueden rentabilizar en su favor el incidente?

Al Antonio Pérez del monarca Pedro Sánchez el partido le importa una boñiga. Para Iván Redondo el PSOE sólo es una china en el zapato, y si Ábalos cae, ya ni eso

Indudablemente, el episodio tiene un primer beneficiario: Pablo Iglesias Turrión. Y no tanto por esa recurrente hipótesis que apunta a que la torpeza de Ábalos dificultaría la obtención por parte del Gobierno de información “sensible”, susceptible de ser explotada, sobre las actividades de dirigentes de Unidas Podemos en Venezuela. La muy disimulada satisfacción de Iglesias tiene mucho más que ver con el debilitamiento y no descartable caída en desgracia de uno de sus principales adversarios políticos y contrapesos dentro del Gobierno. Ábalos, es bien sabido, nunca ha sido un entusiasta del acuerdo con Podemos; y mucho menos de la cohabitación entre ambos partidos.

El otro favorecido es Iván Redondo, a quien, después de publicado el Real Decreto que reestructura a su medida y deseos la Presidencia del Gobierno, ya se le ha quedado pequeño el apellido de “quinto vicepresidente” y habría que empezar a denominar “primer ministro bis”. Si alguna cuota de poder mantenía el aparato del Partido Socialista en el cosmos diseñado por el presidente, este era el que representaba Ábalos. Al Antonio Pérez del monarca Pedro Sánchez el partido le importa una boñiga. Para Redondo el PSOE sólo es una china en el zapato, y si Ábalos cae, ya ni eso.

Entre Pablo Iglesias e Iván Redondo hay feeling. Su relación viene de antiguo, y salvo en los momentos más agrios del primer y fallido intento de negociación para formar gobierno, es fluida. A ambos les interesa mucho Iberoamérica; a ambos les conviene un PSOE aún más aletargado y desconectado de la sociedad, mera maquinaria de marketing electoral. El futuro de ambos pasa por el pacto entre ambos. Cualquier otra opción que no fuera acordar incluso la discrepancia podría terminar siendo autodestructiva. Ninguno de los le va a hacer ascos al regalo: que el ministro de Transportes pase a mejor vida. Pueden cobrarse una primera pieza sin apenas esfuerzo. Caza mayor. No está mal para empezar. No es en absoluto improbable.

Iglesias y Redondo comparten interés por Iberoamérica; y a ambos les conviene un PSOE aún más aletargado y desconectado de la sociedad

No es improbable porque todavía no conocemos el fondo del asunto, ni toda la verdad sobre los intereses cruzados, políticos y económicos (¿y quizá personales?) que confluyen en un episodio que se podía haber solventado con diligencia y discreción y, sin embargo, precisamente por la eventual necesidad de unos de ocultar el fondo y el trasfondo, y por la convicción de otros de que quizá no se presente otra ocasión como esta para desembarazarse de un enemigo, puede derivar en una cruenta batalla en la que no se harán prisioneros.

Más allá del hecho en sí, ya suficientemente grave, el asunto Ábalos puede acabar derivando en el primer combate de envergadura entre algunas de las facciones que comparten responsabilidades de gobierno. Ya no es posible el silencio, el carpetazo sin mayores explicaciones. Y ganará quien tenga mejor y más información del oponente. Esa es ahora la cuestión clave: ¿quién tiene información y de quién? Antes o después saldremos de dudas. Y puede haber sorpresas.

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