No lo va a admitir nunca públicamente pero, a estas alturas, Santiago Abascal ya tiene constancia por los sondeos de urgencia de que tanto la moción de censura como la elección de su imposible candidato a la Presidencia del Gobierno, el nonagenario Ramón Tamames, fueron un tremendo error que solo ha servido, paradójicamente, para resucitar a quien quería censurar, un Pedro Sánchez en su momento más delicado de la legislatura, y para que Isabel Díaz Ayuso rompa en Madrid con su socio verde. Es lo que tiene vivir en un continuo órdago… que alguno te lo aceptan.
Aunque el líder de Vox abjure de esto que voy a escribir, hay algo que le asemeja mucho a Pablo Iglesias. Los dos solitos se metieron en un callejón sin salida con errores de decisión no forzados por el adversario bipartidista, PSOE o PP tanto monta. Me temo que ambos lo hicieron aquejados de ese adanismo tan característico de la nueva política, el mismo que llevaría a Albert Rivera a cometer en abril de 2019 el error más garrafal de todos hasta el momento: no sumar 180 diputados con el PSOE, lo cual bien caro le costó en las urnas seis meses después.
Hagamos memoria. Iglesias e Irene Montero se compraron en 2018 el ya famoso chalé de Galapagar (Madrid), después señalar a Luis de Guindos o a cualquiera que tuviera vivienda unifamiliar, y cuando les pillaron no se les ocurrió otra cosa que someter la compra a referéndum entre la militancia de Podemos con el resultado de todos conocido: solo participó un 26% de los inscritos porque el 74% restante decidió ahorrarse el bochorno de ayudar a la pareja a sacar la pata de donde la habían metido.
El PP se “frota las manos”
El ex vicepresidente salvó a duras penas la cara pero con el tiempo ha quedado instalado en la memoria colectiva que ese fue el principio del fin de su prestigio interno y liderazgo, y del Podemos que conocimos con sus 72 escaños obtenidos en los comicios de 2016. Veremos si esto que hemos vivido esta semana no supone un punto de inflexión para Vox y Santiago Abascal.
Un dato: en La Moncloa y Ferraz andan de resaca tras la borrachera del martes/miércoles, mientras en la genovesa sede del PP, más finos ellos, se limitan a “frotarse las manos” (sic), que no es cosa de alegrarse públicamente del mal de un potencial socio tras las elecciones del 28 de mayo aunque creas que se ha pegado un tiro en el pie que te va a llenar el zurrón de votos.
Como no encontraba a nadie dispuesto a inmolarse, Abascal se fue a una marisquería con su amigo Sánchez Dragó, quien, en plena tormenta de ideas o de Albariños propuso a Tamames… Vamos, si no queríamos caldo, dos tazas; una suerte de referéndum del chalé ante toda España para llevar a un nonagenario a Moncloa
Porque, no contento con haber perdido en primera persona una primera moción de censura, en septiembre de 2020, Santiago Abascal coqueteó y amagó durante meses con la idea de presentar una segunda; hasta el punto de llegar a ser objeto de mofa del propio Sánchez en sesión parlamentaria hace semanas -“¡Qué suspense, parece usted Hitchcock!”; lo cual debería haber agudizado su instinto de peligro, pero no.
Decidido a seguir adelante con los faroles, y como no encontraba a nadie dispuesto a inmolarse, el líder de Vox se fue a una marisquería con su amigo el escritor Fernando Sánchez Dragó, quien en plena tormenta de ideas o de Albariños le propuso -en realidad, nos propuso a todos- a Tamames como candidato a presidir el Gobierno… Vamos, si no queríamos caldo, dos tazas; una suerte de referéndum del chalé de Galapagar pero entre todos los españoles a ver si querríamos que un nonagenario con evidentes dificultades sustituyera al líder socialista.
Más allá del chiste, convengamos que las claves fundamentales de toda moción de censura son la credibilidad del proyecto de gobierno y la del candidato alternativo, y eso es precisamente lo que faltó desde el minuto uno. En sentido etimológico del término, esto es, creerse lo que uno hace o en aquello en lo que participa, la credibilidad faltó a raudales; empezando por la edad a todas luces imposible del que se pretendía nuevo inquilino de La Moncloa, cierto. Pero, sobre todo, si denuncias que el Gobierno saliente es liberticida y “autócrata” estás obligado a continuación a presentar un catálogo de leyes y propuestas bien hilvanadas dentro de un discurso que, como tal, brilló por su ausencia dada la difícil psicomotricidad del candidato.
Como hijo de un padre recién fallecido de la misma edad, me angustió por momentos ver a un Ramón Tamames saltándose folios enteros y perdiendo el hilo hasta el punto de olvidar la que iba a ser su propuesta fundamental a la sede de la soberanía nacional: ser investido por el Congreso con el único objetivo de adelantar las elecciones generales al 28 de mayo, junto con autonómicas y municipales.
Puede que a Abascal le baste la etiqueta de ex comunista que Tamames le ha regalado para salir del cinturón sanitario que pretende imponerle la izquierda -en cierta medida también el PP- y frenar así la caída de Vox, pero lo que hemos visto no es serio
Conforme pasaban las horas y su figura ondeando la bandera del PCE el día de su legalización en 1977 se achicaba en el recuerdo, más movían a la conmiseración las respuestas del candidato en tono cuñado, repletas de chascarrillos de barra de bar, tan ajenas a lo que se le presupone a un doctorado emérito que venía a impartirnos una lección de democracia; de ese sentimiento primigenio de verguenza ajena vino, probablemente, el buen tono de casi todos los portavoces hacia él, no así hacia Vox.
Fue toda una exhibición de debilidad y un esperpento ver a Abascal diciéndole al oído a quien proponía para regir los destinos del país, en un lamentable estado de permanente confusión, que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, acababa de darle la palabra… y que si quería, podía renunciar.
“¡Ah, pues renuncio!”, se le oyó a Ramón Tamames por el micro con un candor impropio del momento y del lugar; empeñado en que sus alumnos -Pedro Sánchez el primero-, no malgastaran turnos y ajeno por completo a la competición electoral que allí se estaba desarrollando a su costa. Una competición en la cual nunca dejó de ser un actor secundario, mal que le pese al catedrático emérito cuando reflexione ya en el salón de su casa.
Puede que al líder de Vox le bastase a priori la etiqueta de ex comunista que Tamames le ha regalado para salir del cinturón sanitario que pretende imponerle la izquierda -en cierta medida también el PP- y frenar así la caída de Vox en los sondeos, pero lo que nos propuso a los españoles no es serio. Convertir la moción de censura en un instrumento más al servicio de la propaganda de los partidos deteriora la institucionalidad misma del Congreso.
Vox ha permitido a Sánchez y a la ”presidenta segunda” Yolanda Díaz, genial lapsus freudiano de Patxi López, escenificar el ticket que van a ofrecer al país en las elecciones de diciembre; Si eso no es pegarse un tiro en el pie…yo ya no sé.
Es esa falta de seriedad del planteamiento, lo obsceno de una operación de autobombo, precisamente, lo que ha propiciado que a Vox le salga el tiro por la culata, en lo que amenaza con ser uno de los consensos más generalizados de opinión pública y publicada española de los últimos años a izquierda y derecha.
Porque hemos visto salir vivito y coleando, fresco como una lechuga, a un presidente del Gobierno que acudía a ser censurado en su momento político más complicado, después de la reforma del Código Penal para derogar el delito de sedición y abaratar la malversación; después de 740 rebajas de condena y casi un centenar de excarcelaciones fruto de la fallida Ley del solo sí que le ha causado enormes tensiones con Podemos, y después de la trama del ex diputado socialista Bernardo Fuentes Curbelo alias Tito Berni, en el caso Mediador, con sus fotografías consumiendo cocaína en habitaciones con prostitutas.
Y de propina, los dos días de moción de censura han permitido al censurado y a la ”presidenta segunda” Yolanda Díaz -lapsus freudiano y genial del portavoz socialista, Patxi López- escenificar ese ticket de izquierdas que van a ofrecer a los españoles en las elecciones generales de diciembre próximo. Si eso no es pegarse un tiro en el pie por parte de Vox… yo ya no sé.
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