Se pregunta Cioran si no ha llegado la hora de declararle la guerra al tiempo, nuestro enemigo común y, en esa línea, Luciano Concheiro en su libro Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante afirma que, si se viera obligado a señalar un rasgo que describiera la época actual en su totalidad, no lo dudaría un segundo: elegiría la aceleración. Sostiene que cada etapa histórica se distingue por una manera particular de experimentar el tiempo y que la nuestra es la época de la aceleración. Concheiro considera que percibimos una sucesión constante de eventos que se desplazan unos a otros rápidamente, de modo que no hay dirección, no se va a ningún lugar, se trata de un ciclo interminable cuya única constante es la aceleración, de ahí que vivamos en una época de inmovilidad frenética.
Más de veinte años antes Jean Baudrillard en La ilusión del fin escribía que “la aceleración de la modernidad, técnica, incidental, mediática, la aceleración de todos los intercambios, económicos, políticos, sexuales, nos ha conducido a una velocidad de liberación tal que nos hemos salido de la esfera de la gravitación de lo real y de la historia”. Quedamos así liberados, fuera de un espacio tiempo determinado en el que lo real es posible porque la gravitación todavía es lo suficientemente fuerte como para que las cosas puedan reflejarse y, por lo tanto, tener alguna duración y alguna consecuencia. Porque “cierta lentitud (es decir, cierta velocidad, pero no demasiada), cierta distancia, pero no demasiada, cierta liberación (energía de ruptura y de cambio) pero no demasiada, son necesarias para que se produzca esta especie de condensación, de cristalización significativa de los acontecimientos a la que llamamos historia, esta especie de despliegue coherente de las causas y de los efectos a la que llamamos lo real”.
Vayamos a la cuestión y comprobemos que la factoría de Moncloa está persuadida de que la aceleración tiene efectos anestésicos, favorece el olvido y paraliza las reacciones adversas"
Coincidimos con Baudrillard en que “no hay lenguaje humano que resista la velocidad de la luz; no hay acontecimiento que resista su difusión planetaria; no hay sentido que resista su aceleración; no hay historia que resista el centrifugado de los hechos, o su interferencia en tiempo real (en el mismo orden de ideas en que no hay sexualidad que resista su liberación; no hay cultura que resista su promoción; no hay verdad que resista su verificación, etc)”. Desde esta convicción trabaja Moncloa. En una de las películas de los hermanos Marx, bajo la consigna de “más madera, esto es la guerra” se observa cómo van serrando los vagones de madera del tren para alimentar la caldera de la máquina de vapor y en una viñeta de un primero de año El Roto dibujaba una multitud detrás de una pancarta en la que se leía “QUEREMOS MENTIRAS NUEVAS”.
Vayamos a la cuestión y comprobemos que la factoría de Moncloa está persuadida de que la aceleración tiene efectos anestésicos, favorece el olvido y paraliza las reacciones adversas. Por eso, se han acelerado todos los procedimientos para sumar de una tacada la despenalización de la sedición, la rebaja de la malversación, o su anulación en caso de que no hubiera generado lucro personal y además la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial. El cálculo monclovita es que las votaciones en el Congreso coincidan con los niños del Colegio de San Ildefonso cantando los premios de la Lotería de Navidad y los demás cantando “A Belén pastores”, “Hacia Belén va una burra” y “Ande, ande, ande, la Marimorena”. De modo que pasadas las uvas todo se haya desvanecido.
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