Para no tener complejos, la derecha de Pablo Casado va justita de psicoterapia. Aunque aún erguida y perfumada con el pachulí del cambio, la nueva hornada de los populares llega traumatizada y contrahecha a la convención de este fin de semana. A falta de las jacas y los Smith and Wesson de Santiago Abascal en Andalucía, el binomio Isabel Díaz-Ayuso y José Luis Martínez-Almeida se lanza a la reconquista de Madrid disimulando con bravuconadas el furúnculo de pánico que sembró Vox al calificar a su partido de derechita cobarde. Aquello dolió, tanto que aún se miran al espejo dispuestos a reventarse el grano de la tibieza marianista.
Cuando el primo lejano de Álava llamó pollitos con pelusilla a las gaviotas de Génova, los del PP decidieron implantarse una cresta y salir a coger por el buche al más guapo del corral. ¡Socialista el que no bote! Atrapados por el síndrome de los cuasimodos, los populares sobreactúan. No hay mejor mortero que el lenguaje y Abascal supo herir con el pedrusco del ‘miedica’ a los populares, que ahora corren mostrencos, enseñando dientes de orco donde antes lucían el flequillo de la moderación: monaguillos regados con agua de Gremlins. Y mientras los nazarenos, los que pudieron asaltar los cielos, transforman a sus corderillos en ovejas negras -el niñoErrejón en brazos de la abuela Carmena para las municipales en Madrid- los populares se apuntan una de Juventudes. La gimnasia del rebaño, pero ejecutada de otra manera.
No hay mejor mortero que el lenguaje y Abascal supo herir con el pedrusco del ‘miedica’ a los populares
Vox hizo con el PP lo que Tersites con el rey Agamenón en el segundo canto de la Ilíada: increparlo y vejarlo. Hay algo bilioso y resentido en todo esto. Santiago Abascal se vistió con las ropas del hombre más feo que llegó a Troya, un lenguaraz soldado estrábico, cojo de un pie y resabiada némesis de Aquiles. En lugar de la cabellera rala y sarnosa del impertinente contado por Homero, Abascal optó por la barba del cruzado o la chepa del Torquemada. Vamos, leyenda negra pura y dura, de aquella que vendieron los humanistas italianos o los ilustrados franceses hasta sedimentar la piedra de la baja autoestima, una tesis muy Roca Barea aplicable a la ecuación electoral.
Aún está por verse si los de Vox recibirán el zape que propinó Odiseo con su cetro de oro a Tersites. Queda mucho tiempo de juego antes de confirmar si los ultras rodarán por la cuesta de la obcecación o si Santiago Abascal acabará como la versión abufonada de Tersites que hizo Shakespeare en Troilo y Crésida. Lo que sí es cierto es que ningún rey -y los populares llegaron a serlo en su cuadrante- se sobrepone al vilipendio de la desnudez una vez que alguien la ha proclamado a los cuatro vientos. El complejo de Tersites, pero sin receta médica o electoral posible.
Vox hizo con el PP lo que Tersites con el rey Agamenón en el segundo canto de la Ilíada: increparlo y vejarlo. Hay algo bilioso y resentido en todo esto
Atormentado por los paños menores en los que lo dejó Abascal, el PP de Casado ha optado por el taparrabos que sus propios adversarios depositaron sobre la mesa. Que la quinta más joven del PP asuma como propio un discurso jurásico da qué pensar. Del alpiste de FAES han comido muchos pájaros. Cría cuervos y te sacarán los ojos. Entremedias, Casado mete mecha al horno para convertir a los gavilanes polleros de Génova en rapaces. Ahí quedan el gallinero andaluz y la gallera madrileña en la que el PP se mueve con complejo de patito feo y cobardón. Ya pueden afinar el ojo para cazar a las ovejas descarriadas en que pastan ahora en las listas de Manuela. Ni la carta a San Pablo, pues.
El asunto terminará a picotazos.
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