Cualquiera que haya llegado por avión a Barcelona en asiento de ventanilla sabrá a lo que me refiero. Desde lo alto, entre la montaña y el mar, la visión del Ensanche, la trama urbana creada por el ingeniero Ildefonso Cerdá, con sus calles y manzanas en perfecta simetría cruzadas por la gran avenida Diagonal, constituye un espectáculo de una armonía y belleza tales que hacen de la ciudad una de las más hermosas y mejor pensadas del mundo. Barcelona reúne en sí todas las condiciones para ser el lugar ideal donde vivir.
Con el tamaño perfecto para compaginar el deseable anonimato con la facilidad para abarcarla, una riquísima vida cultural y un clima envidiable que permite disfrutar de su magnífica arquitectura y de la vida en la calle, los barceloneses disfrutan además de la presencia del mar, que se les aparece de repente en un semáforo de algunas de las calles que la atraviesan como una línea azul allá al fondo que les abre el horizonte no solo por fuera sino también por dentro.
La vida asomada al Mediterráneo es un lujo del que los barceloneses no somos del todo conscientes. Quizás por ello, porque no lo valoramos, hemos decidido colectivamente maltratar la joya urbana en la que vivimos confiándosela a las peores manos, las de Ada Colau. Desde que por una extraña carambola se hizo con el poder municipal, pese a que su partido era minoritario en el Ayuntamiento, esta señora y su equipo se han dedicado de forma minuciosa y constante a la destrucción de la ciudad, tanto es así, que un sector de la sociedad civil ha creado una plataforma para conseguir que el Ensanche sea declarado Patrimonio de la Humanidad con el fin de protegerlo de los constantes ataques de la banda de Colau, que lo han destrozado llenando sus calles de chirimbolos, pegotes y pintarrajos en el asfalto, cargándose las esquinas pensadas por Cerdá para facilitar la carga y descarga y congestionando su circulación hasta casi el colapso.
Barcelona ve con cierto asombro cómo Madrid, una ciudad menos convencionalmente bonita pero mucho más vital, la sobrepasa ahora en casi todo
Sucia como nunca, peligrosa como no se recuerda, Barcelona vive ahora mismo de su antigua fama. Como una mujer muy bella que se hubiera descuidado con el paso de los años, queda en ella la huella de su elegantísima osamenta de la que ahora solo cuelgan harapos. Barcelona ve con cierto asombro cómo Madrid, una ciudad menos convencionalmente bonita pero mucho más vital, la sobrepasa ahora en casi todo aquello que cuenta. Todo ello ha ocurrido en un período de tiempo cortísimo, el del mandato de nuestra nefasta alcaldesa.
Es difícil percatarse del daño que puede hacer una sola persona a una ciudad entera, pero ahí está. Con medidas absurdas como la obligación de dejar el 30 por ciento de todas las promociones inmobiliarias para vivienda social, Colau ha conseguido que las grúas sean en Barcelona una especie en peligro de extinción, y con ellas todo el sector. No sale a cuenta construir y con ello solo se ha conseguido el efecto inverso al deseado: La falta de vivienda nueva encarece la ya existente y expulsa de la ciudad a los que menos tienen.
Se persigue al automóvil sin aportar las alternativas de transporte público necesarias, lo que convierte el tránsito por la ciudad en una experiencia desesperante y mucho más contaminante que antes, ya que los trayectos, dificultados por el constante corte de calles, se prolongan hasta lo que parece casi el infinito. Como buenos señoritos con pocas jornadas de verdadero trabajo a sus espaldas, Colau y su banda se han dedicado a demonizar al turismo, la principal industria de la ciudad, sin tener en cuenta lo que eso supone para una gran parte de la población cuyos ingresos dependen directa o indirectamente de él.
Como buenos señoritos con pocas jornadas de verdadero trabajo a sus espaldas, Colau y su banda se han dedicado a demonizar al turismo
Ha puesto en marcha normativas tan demenciales como la que condicionaba la licencia de reforma de los hoteles a la obligación de reducir sus habitaciones en un veinte por ciento, que solo se ha revertido tras ganar el gremio de hoteleros más de cien demandas al Ayuntamiento. El barcelonés de cualquier ideología que desarrolla aquí su vida a pesar de las continuas dificultades que le impone la terrible gestión municipal siente de forma muy clara que las personas que nos gobiernan, con Ada Colau a la cabeza, odian Barcelona y a todos los que aquí viven. Es una sensación aterradora.
Un belén muy singular
Esta Navidad, en la Plaza de Sant Jaume, se ha llegado a la perfección del desastre. En vez del belén feo y triste de cada uno de estos últimos años, se ha instalado un código de barras para que el sufrido ciudadano descargue en su teléfono la aberración anual con la que nos premia un Ayuntamiento que ni cree en la ciudad, ni cree en la belleza. Ojalá sea el último año en el que tengamos que sufrir a esta mujer de lágrima fácil e incompetencia infinita al frente de Barcelona, la ciudad descompuesta, tal y como la definió con gran tristeza Jordi Clos, el presidente del gremio de hoteleros y una de las personas que más la aman y más la comprenden. Ojalá en las próximas elecciones la dejemos en manos de alguien que de verdad la respete y sea consciente del privilegio y de la responsabilidad de ser alcalde de Barcelona....
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación