La izquierda española del siglo XXI ha salido del armario, para declarase totalitaria y por tanto enemiga de la democracia plenamente liberal que consagró felizmente y por primera en nuestra historia la actual constitución.
Atacar e intentar dislocar el orden político instaurado a partir de la Transición, el pacto social y político más trascendente y civilizador de los últimos doscientos años, es una barbaridad; pero hacerlo además para cuadrar una mayoría de gobierno con enemigos declarados de la nación, resulta una insensatez colosal.
¿Por qué será que en EEUU no hayan reprobado ni una sola vez su Constitución desde hace más de dos siglos, ni en el Reino Unido su consuetudinaria democracia aún mas vieja? Si como aquí pretenden nuestros progresistas, cada generación hiciese “borrón y cuenta nueva” de su sistema político, EEUU y el Reino Unido habrían dejado de ser lo que son: los países mas ininterrumpidamente y democráticamente civilizados de la tierra.
Un país como el nuestro, que ha vivido cuatro guerras civiles en dos siglos, enfrentamientos izquierda/derecha permanentes y paralizantes, y tendencias disgregadoras y secesionistas que han dado lugar a fenómenos terroristas muy duraderos o golpes de estado oportunistas cada dos por tres, no tiene derecho a poner en tela de juicio el único consenso político apoyado abrumadoramente por la población que hemos conseguido alcanzar como nación.
Si hace mas de cinco siglos España descubrió y civilizó América, ahora cuando muy señalados países iberoamericanos andan destruyendo –generación a generación– con triste éxito sus sistemas democráticos, nuestra izquierda regresa allí para sumarse a sus fracasos políticos y deshacer aquí todo lo bueno andado –un ejemplo mundial- para regresar al tercer mundo, como en nuestros mas tristes viejos tiempos.
Se podía esperar esta conducta de Podemos, pero no tanto de los comunistas –que lideraron la reconciliación– y menos aún del PSOE, que se declaran ahora adanistas reivindicando la disparatada tesis de los revolucionarios franceses -Rousseau y Voltaire- que sostenían que “no hay otras leyes que las que se dan los vivos”.
Inventos de cada generación
Frente a este constructivismo progresista, los escolásticos españoles tardíos, descubrieron el término naturalis para designar aquellos fenómenos que no son producto de la creación deliberada por la voluntad, ni se reinventan por cada generación: Lenguaje, Familia, Derecho, Mercado, División del trabajo, Moneda, Ciudad, Democracia, Estado y con ellos los fundamentos de las teorías evolutivas, que adoptadas en forma pionera por Darwin han inundado desde entonces todas las ciencias.
Nuestra izquierda, en su afán adanista, además de querer demoler nuestro ordenamiento político, no cesa de cuestionar: el liberalismo económico (sustituido por el socialismo venezolano), el hetero patriarcado (sustituido por el matriarcado), el sexo biológico (para elegirlo a la carta), la dieta mediterránea (sustituida por el veganismo), el cristianismo (sustituido por el Islam), el idioma español (sustituido en cada pueblo por la lengua vernácula correspondiente), el cumplimiento de la ley (al menos en Cataluña) y de paso sustituir la calefacción y el agua caliente por apagones ecológicos.
La actual izquierda quiere demoler una serie de tradiciones como los toros, la caza, el diccionario de la lengua, las procesiones en cuanto puedan y nuestra democracia
Cuando nuestro actual sistema político estaba convirtiéndose, como en todos los países civilizados, en una tradición –“la democracia extendida en el tiempo”, según Scruton– la actual izquierda quiere demolerla, como tantas otras: los toros, la caza, el diccionario de la lengua, las procesiones en cuanto puedan, etc para sustituirlas por otras instituciones progresistas propias del “hombre nuevo”, como el que intentaron forjar en la antigua URSS. Al fin y al cabo, muy distinguidos miembros del Gobierno proclaman al comunismo soviético, el cubano y el populismo venezolano, junto con el Manifiesto comunista, sus referencias políticas.
Todo comenzó con la reprogramación totalitaria de la historia que el adanista Zapatero trajo a la política cuando comenzó a gobernar. Una iniciativa sin par en el mundo civilizado que pretende ganar batallas perdidas reescribiendo –como un guión de cine- la historia y olvidando por el camino los luctuosos hechos terroristas, incluyendo los acontecidos durante su mandato.
La mentira y el incumplimiento de las promesas –propias de sociedades incivilizadas– son las principales divisas del actual gobierno
Con la llegada al gobierno de Sánchez, la demolición de nuestro orden civilizador se ha extendido a la moral; es decir, a las reglas de oro de la convivencia social que se han venido forjando evolutivamente por consenso tácito de las sociedades a largo de la historia de la humanidad. La mentira y el incumplimiento de las promesas –propias de sociedades incivilizadas– son las principales divisas del actual gobierno, mientras que la confianza –“la virtud social que mejor explica el éxito de las naciones más prósperas”, según Fukuyama– se desmorona.
Los valores morales, en tanto que hábitos éticos heredados, son despreciables para nuestros progresistas de nuevo cuño, enemigos declarados de ellos y de cuantas instituciones que no hayan sido concebidas por ellos.
En ausencia –todavía siguen de luto por la muerte de los comunismos– de una alternativa paradigmática al Estado de derecho democrático liberal, todo su afán es horadarlo tratando de desmontarlo con sus tácticas adanistas que remiten a un regreso a la tribu que abandonara el ser humano hace miles de años: cultivando una ridícula vuelta a la España vacía, desmantelando los museos nacionales para devolver sus fondos a sus lugares de origen, reinventando el diccionario de la lengua y si se les deja sueltos, suspendiendo la vigencia del derecho civil de origen romano.
La economía española siempre creció –año tras año, sin fallar uno solo– con ellos menos que la europea, cosechando así una creciente divergencia, que en 2020 nos regresó al año 1964
Por el camino, abusando de totalitarios decretos-ley, tratan de soslayar los requisitos esenciales de las verdaderas leyes: referirse a hechos venideros y no tener jamás carácter retroactivo, ser conocidas y ciertas, e iguales para todos incluidos los gobernantes.
Para Hayek, “no existe otro factor que haya contribuido más a la prosperidad de Occidente que la prevalencia de la certeza de la ley”, justamente lo que quieren cargarse nuestros progresistas.
El adanismo institucional tiene su contrapartida económica, que aún no programada con la misma finalidad –sería una desfachatez su mero enunciado- camina en la misma dirección: un regreso al pasado para peor. Zapatero y Sánchez, en su afán redentorista programado para regresar a la tribu, obtienen resultados económicos incomparablemente desastrosos. Son los únicos dos gobernantes que siempre han consumado derrotas de crecimiento económico durante sus mandatos. La economía española siempre creció –año tras año, sin fallar uno solo– con ellos menos que la europea, cosechando así una creciente divergencia, que en 2020 nos regresó al año 1964. De este modo, el socialismo adanista del siglo XXI ya ha consumado –de momento- el regreso al nivel de vida -relativo con la UE- de la anterior generación.
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