La moneda se inventó en Occidente, en el antiguo reino de Lidia en torno al siglo VI a.C. Eran simples pedacitos de metal precioso acuñados en electro, una aleación de oro y plata. El invento tuvo éxito y su uso pronto se expandió por el Mediterráneo. A fin de cuentas, siempre será mejor librar un pago con unas obleas de metal que hacerlo con un buey. No es casual que las primeras monedas lidias llevasen impreso en una de sus caras la cabeza de un animal porque simbolizaban eso mismo. Pues bien, si la moneda se inventó a orillas del Mediterráneo el papel moneda, es decir, los billetes, se inventaron en China. Fue mucho después, durante la época de la dinastía Tang en el siglo VII d.C. Los europeos y los pueblos del Mediterráneo permanecieron ajenos al invento durante cientos de años hasta que, ya en el siglo XIII, Marco Polo vio aquellos billetes chinos y lo contó en Europa. No gustó mucho por estos pagos. La moneda seguiría siendo metálica hasta el siglo XIX cuando se empezó a popularizar el papel moneda tras las guerras napoleónicas.
Que una moneda use como soporte el papel o el metal es lo de menos. El papel puede incluso ser mucho más cómodo para mover ciertas cantidades siempre y cuando el papel en cuestión actúe como un certificado de esa cantidad en metal. Pero el dinero con respaldo metálico se abandonó en el siglo XX. En 1971 Richard Nixon cerró la llamada ventanilla del oro, en virtud de la cual se establecía un cambio fijo de 35 dólares por onza de oro, lo que hacía un cambio aproximado de un dólar por cada gramo de oro. Se podía así calcular el valor en oro de cualquier divisa del mundo convertible en dólares.
Esa es la razón por la que todos queremos tener dólares, euros o francos suizos en el bolsillo mientras repudiamos los bolívares venezolanos o los riales iraníes
Aquella decisión dio mucho que hablar en su momento. Algunos dijeron que Nixon había tirado la bañera con el niño dentro, pero no, en puridad lo que hizo Nixon fue tirar al niño y quedarse con la bañera. El envoltorio pasó de este modo a ser la mercancía. Desde entonces todas las monedas del mundo son fiduciarias, es decir, que valen la confianza que depositamos en ellas, concretamente en su emisor. Esa es la razón por la que todos queremos tener dólares, euros o francos suizos en el bolsillo mientras evitamos o directamente repudiamos los bolívares venezolanos, los riales iraníes o las libras de Sudán del Sur.
Esto no significa que el dólar o el euro no tengan valor intrínseco. No carecen por completo de él, pero su valor facial y el intrínseco no se corresponden. Por ejemplo, el coste de fabricación de una moneda de un euro ronda los cinco céntimos. Estas monedas de un euro se emplean mucho en Europa para librar pequeños pagos como un café o medio kilo de manzanas en la frutería. Para pagos mayores tenemos los billetes o directamente las tarjetas de débito, de crédito, y aplicaciones de pago como Apple Pay. Así que, en principio, podría parecer que ya el dinero es digital. Pero no, no lo es. Cuando pagamos con tarjeta o hacemos una transferencia no estamos liquidando un pago con una divisa digital, sino moviendo dinero convencional de forma electrónica.
Lo que China acaba de hacer es algo bien distinto, es convertir una moneda de curso legal en código informático, es decir, en lo mismo de lo que están hechas las criptomonedas como Bitcoin o Ethereum. Las criptomonedas han sido todo un auspicio del futuro del dinero a pesar de que se sitúan extramuros del sistema financiero tradicional y no son moneda de curso legal. Cuando Bitcoin se lanzó en 2009, los Gobiernos occidentales no le dieron importancia. China, en cambio, prestó mucha atención. Siempre vigilante ante las amenazas externas, el Gobierno chino temía que una criptomoneda que se escapase a su control podría socavar su poder si los chinos comenzaban a usarla. En 2014 anunciaron un estudio para una posible moneda digital china. En 2017 ya habían concluido ese estudio y lo tenían todo listo para ponerla en marcha, cosa que hicieron el año pasado.
China está digitalizando todo lo que puede, incluido el dinero, con la idea de aumentar el control de su propia población un al tiempo que se adelanta a tecnologías que se irán implementando en el futuro
La versión china de esta moneda digital no es una criptomoneda ni pretende serlo, está controlada por el banco central, que se reserva su emisión. Se espera que brinde al gobierno chino herramientas nuevas para monitorizar tanto su economía como a su propia gente. Por diseño, el yuan digital anulará uno de los principales atractivos de bitcoin: el anonimato para el usuario. Los chinos también están posicionando el yuan digital para uso internacional y diseñándolo para que no esté atado al sistema financiero global, donde el dólar estadounidense es el rey sin contemplaciones desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Como bien sabemos, China está digitalizando todo lo que puede, incluido el dinero, con la idea de aumentar el control de su propia población un al tiempo que se adelanta a tecnologías que se irán implementando en el futuro.
El dinero digitalizado podría reordenar los cimientos de las finanzas de la misma manera que Apple sacudió la industria discográfica, Amazon el comercio minorista, Uber el transporte urbano de viajeros o Airbnb el sector hotelero. El hecho de que un Estado autoritario y rival de EEUU haya tomado la iniciativa para introducir una moneda digital soberana ha creado cierta ansiedad en Washington. El mes pasado un periodista preguntó a la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, cómo las monedas nacionales digitalizadas podrían afectar al dólar. Fue un crochet directo a la mandíbula. Con cierta incomodidad aseguraron que el tema se está estudiando seriamente. Valoran incluso crear un dólar digital.
Dos valores seguros
Lo cierto es que no es la primera vez que el dólar se enfrenta a rivales extranjeros. Hace unos veinte años el euro se erigió como alternativa, pero no ha conseguido derrotarle. Hoy en día el dólar sigue siendo la moneda más utilizada como activo de reserva. Aproximadamente el 60% de las reservas mundiales en divisa están denominadas en dólares y el 20% en euros. El resto son divisas menores como el franco suizo, la libra esterlina o el yuan chino, en este último sólo están denominadas el 2% de las reservas mundiales de divisas. No se corresponde con el tamaño de su economía, pero el dólar y el euro son valores más o menos seguros y total, para qué cambiar si la cosa ha funcionado hasta ahora.
La digitalización por sí sola no convertiría al yuan en un rival del dólar en las transferencias de banco a banco, pero podría ganar tracción en los márgenes del sistema financiero internacional. Daría opciones a las empresas e individuos de países del tercer mundo para transferir dinero a escala global. Incluso un uso internacional muy limitado podría suavizar el impacto de las sanciones estadounidenses, que se utilizan cada vez más contra empresas chinas. Evidentemente, cualquier cosa que amenace al dólar es un problema de seguridad nacional y esto amenaza al dólar a largo plazo.
Una campaña de promoción insólita
Toca, por lo tanto, preguntarse dónde diablos está el yuan digital. No está en sitio alguno, habita en el ciberespacio y se puede acceder a él a través del teléfono o de una tarjeta. Para emplearlo no se requiere una conexión a la red. En los teléfonos aparece representado en la pantalla con una imagen de Mao Zedong similar a la que aparece en el yuan de papel. En las pruebas que se han realizado a lo largo de los últimos meses unas 100.000 personas han descargado una aplicación para smartphones desarrollada por el banco central que les permite gastar pequeñas cantidades de efectivo digital regaladas por el banco en ciertos comercios y establecimientos de comida rápida. Como era gratis, algo así como que el Gobierno te invite a un café solo por bajarte una app y mostrar un código, ha sido un completo éxito y el Gobierno ha adelantado que lo va a implementar definitivamente, pero esta vez no ya con dinero gratis, sino con yuanes antiguos digitalizados.
Por ahora aseguran que el yuan digital circulará junto con billetes y monedas durante algún tiempo. Cada nuevo yuan digital eliminará un yuan tradicional por lo que se trata de una sustitución. No sabemos cuánto tiempo durará este proceso, pero parece inevitable que las monedas y billetes de yuan desaparezcan en el medio plazo porque otorga muchas ventajas al emisor. Es algo de ensueño para un Gobierno dictatorial como el chino. Permite rastrear el gasto de la gente en tiempo real y vigilar hasta el último yuan que se intercambia. En cierta medida este tipo de control ya existe en China, allí los pagos digitales son la norma y no la excepción, por lo que se trata simplemente de perfeccionar algo preexistente con un sistema que ofrece herramientas que no están disponibles con el dinero convencional.
Se podrían también imponer límites a la cantidad de yuanes digitales que las personas pueden guardar para evitar, por ejemplo, que la gente ahorre más de lo que decide el Gobierno que es conveniente ahorrar
El yuan digital es programable, es decir, que el Gobierno puede poner fecha de vencimiento al dinero para alentar a los usuarios a gastarlo rápidamente en momentos en los que la economía necesite un impulso. Que sea rastreable en tiempo real significa que, combinado con el sistema de crédito social chino, se podrían imponer y cobrar las multas en el mismo instante en el que se comete una infracción. En China hay cientos de millones de cámaras de reconocimiento facial para monitorizar a su población. Esas cámaras pueden multar por cruzar mal la calle. La cámara detectaría la infracción y el sistema procedería a multar y a cobrar. Se podrían también imponer límites a la cantidad de yuanes digitales que las personas pueden guardar para evitar, por ejemplo, que la gente ahorre más de lo que decide el Gobierno que es conveniente ahorrar.
Bien, traslademos esto al comercio internacional y es sencillo imaginarse la amenaza que supone para monedas como el dólar. Estados Unidos, como emisor de dólares que todos los bancos del mundo necesitan para su operativa diaria, exige información sobre los principales movimientos de divisas transfronterizos. Esto le da a Washington la capacidad de congelar cuentas de individuos, empresas y gobiernos. Las sanciones estadounidenses contra Corea del Norte e Irán por sus programas nucleares han machacado ambas economías. Recordemos que, tras el golpe de Estado en Birmania en febrero, Estados Unidos utilizó sanciones para bloquear el movimiento de activos financieros de altos funcionarios militares a través de los bancos, o que los jerarcas del régimen bolivariano tienen problemas para acceder al dinero que han ido distrayendo en sus apaños.
Enormes consecuencias geopolíticas
El dólar da muchísimo poder al Gobierno de EEUU, incluso dentro China. Hace un año las sanciones que Trump impuso a China por la represión en Hong Kong dejaron a Carrie Lam, la gobernadora de Hong Kong, sin acceso al banco y obligada a moverse con dinero en metálico porque los bancos de la ciudad temían que trabajar con ella podría exponerlos también a una sanción estadounidense. El yuan digital puede dar a aquellos que la Casa Blanca persigue una forma de intercambiar dinero sin el conocimiento de EEUU. Las transferencias no necesitarían usar una clave SWIFT, esta red de mensajería que se usa en transferencias de dinero entre bancos comerciales y que puede ser monitorizada por el gobierno estadounidense.
La posibilidad de debilitar el poder de las sanciones estadounidenses es fundamental para la comercialización del yuan digital por parte de Pekín y para sus esfuerzos por internacionalizar el yuan en general. Como vemos, el asunto no es ni mucho menos una broma. Sus consecuencias geopolíticas son de primer orden y podrían no tardar demasiado en dejarse sentir.
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