El objetivo de la izquierda no es llegar al poder, sino transformar la sociedad, porque con la transformación llegará a su hegemonía política, e incluso a que el adversario comparta sus mantras. Eso se puede hacer desde el Gobierno tanto como en la oposición. El instrumento más útil para ese cambio es la educación.
Parece que cualquier Ejecutivo de iluminados puede parir una ley para decir a los españoles cómo deben ser, pensar y sentir sus hijos. De ahí que la izquierda haya borrado la frontera que había entre la instrucción -que se recibía en la escuela- y la educación -en casa-. Esos políticos se atribuyen la misión de corregir y adoctrinar, de conformar las mentes de las nuevas generaciones. No quieren mejores profesionales, sino personas comprometidas con “el progreso”.
Los motivos son dos. Como escribió Orwell -cuyas obras están siendo retiradas de las escuelas de Hong Kong- quien controla el pasado, controla el futuro. Por eso el empeño en reescribir la historia desde un modo de pensar ideológico; es decir, no aferrada a los hechos demostrados por documentos sino a un relato politizado y emocional de nuestros antepasados para explicar el presente y dirigir el futuro. Esta es la razón de que se derriben estatuas de personajes de hace 500 años por personas que no saben su biografía -tampoco otras muchas cosas-, sino el relato emocional transmitido en la escuela.
Controlar las emociones
El otro motivo es que quien controla las emociones tiene una buena parte ganada en la política. Han conseguido dividir la sociedad en colectivos vinculados con la biología o el territorio, y a esos grupos les han adjudicado unas emociones que deben determinar su comportamiento político.
No eres buena mujer si no eres feminista de izquierdas, como tampoco eres buen catalán si no eres independentista. Por eso las cuotas paritarias son una barbaridad porque no atienden a la valía personal, o presuponen que las mujeres no alcanzan las competencias de los hombres. Como también es una calamidad hablar del “problema con Cataluña”, cuando es el problema con los independentistas.
Hemos vuelto a la etapa romántica de la política, en el peor de los sentidos, en la que nada vale en función de la ciencia o de la razón, sino de lo que se siente
Es una vuelta de tuerca al viejo marxismo, que decía que el ser social determina la conciencia social. Ahora, el sentimiento social es lo determinante. Esto se debe a que hemos vuelto a la etapa romántica de la política, en el peor de los sentidos, en la que nada vale en función de la ciencia o de la razón, sino de lo que se siente. Un ejemplo claro es el sexo sentido en el Registro Civil. ¿Si una declaración sentimental vale en la administración, por qué limitarse al sexo contrario, y no abordar la edad o la especie animal?
En estas circunstancias, además, hay una parte de la derecha que baja los brazos. Ya se ha perdido, dicen. Vamos a convencer a los mayores con un modelo de gestión espectacular. Esta es la manera de dejar el campo libre a la izquierda en la educación, como han hecho en la cultura y en la universidad.
De esta manera, ¿cómo no van a querer dar Matemáticas con “perspectiva de género” y “empoderamiento”? Es el último asalto a las ciencias. Si controlan la ciencia matemática, y se explica en función del género, el sexo o las emociones esto se acabó, y tendremos un pueblo aborregado, que es el sueño de todo totalitario. Una gente que se cree libre porque puede determinar su sexo o porque en el colegio le han enseñado a sumar números machos y hembras, es un pueblo esclavo.
Homenajes a etarras
La pregunta final es por el objetivo de todo esto. Lo hemos visto en el caso catalán y vasco. El dominio del sistema educativo ha convertido al brazo político de ETA en el segundo partido del País Vasco. No solo eso, sino que los etarras reciben homenajes callejeros a plena luz del día y con la cara descubierta. “Esa es la grandeza de la democracia”, dicen algunos. ¿En serio? ¿Es democrático permitir que los asesinos se paseen como héroes habiendo cumplido penas irrisorias y sin arrepentirse?
¿Y qué decir de Cataluña? Solo el dominio de la educación ha hecho que las nuevas generaciones sean independentistas aferrándose a mantras como “Espanya ens roba”, y obviando a los Pujol. ¿No me creen? En 1980 el Partido Andalucista consiguió dos diputados en el Parlamento catalán. Hoy pretenderlo es un chiste.
Quizá es que vivimos en una sociedad muy cómoda en la que se ha delegado la transmisión de valores a la escuela. Los padres han cambiado. Antes, en casa, la voz del profesor era una autoridad, hoy no es nadie, es alguien a quien se puede acosar o pegar, a quien se presentan los “progenitores” para abroncarle por haber suspendido al niño.
El PSOE está haciendo el programa electoral al PP: hacer lo contrario que Sánchez. Es necesario revertir el intervencionismo estatal, apartar a los gurús de la educación, a los pedagogos de salón, y a los “transformadores”, sí, a esos a los que solo les importa la profundidad emocional del chiquillo, no su formación. Es preciso que la educación vuelva a ser instrucción, que lo que se enseñe en la escuela sean conocimientos, no sentimientos. Esta generación, incluso la que llega a la Universidad, necesita hacer operaciones matemáticas con soltura y rapidez, no “empoderarse” con la “perspectiva de género”, en una asignatura que evalúe las técnicas aprendidas, no las emociones.
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