Concordia, convivencia. Codiciadas aspiraciones para cualquier gobernante. Al presidente del Gobierno no se le caen últimamente de la boca. Ofrece concordia y convivencia a quienes vaciaron de contenido ambos conceptos en septiembre y octubre de 2017. Y lo siguen haciendo. Es lo que hay. La generosidad también es una peculiaridad de los hombres de Estado. La generosidad con los que admiten sus errores, con los derrotados, con los que reconocen el daño causado.
Pedro Sánchez es distinto. No hay parangón en la historia. Pedro Sánchez es el campeón de la generosidad. Tan, tan generoso, que ha decidido recuperar la convivencia y la concordia en Cataluña no desde el lado de las víctimas, no apoyándose en una contundente mayoría política, sino con los responsables de su voladura, con quienes han suprimido de su código de conducta la palabra arrepentimiento y mantienen la secesión como propósito irrenunciable; con aquellos cuya única opción de éxito pasa por debilitar el Estado hasta convertirlo en un juguete roto. ¿Generosidad o insensata osadía?
Sánchez es tan generoso que ha decidido recuperar la concordia en Cataluña con aquellos cuya única opción de éxito pasa por debilitar el Estado hasta convertirlo en un juguete roto
A finales de los 80 del siglo pasado, cuando las calles de media Barcelona estaban levantadas por las obras de los Juegos Olímpicos del 92, una ocurrencia circulaba por los ambientes políticos y periodísticos, y decía más o menos así: “Si ves una obra sin cartel, la obra es del Estado; si ves un cartel sin obra, la ‘obra’ es de la Generalitat”. Aquella ingeniosidad, bastante certera, explica muchas de las cosas que hoy nos pasan, que pasan en Cataluña.
Los ingentes recursos destinados por el pujolismo a la propaganda, combinados con el lento pero ininterrumpido abandono de los derechos y obligaciones del Estado en Cataluña, han sido los factores determinantes sobre los que el independentismo ha construido su actual fortaleza. Del raquítico 8,05% alcanzado por Esquerra Republicana en las elecciones autonómicas de 1992 (con una abstención casi idéntica a la de 2021, el 45,13%), hemos pasado al 52% independentista de los últimos comicios.
Un cambio de esta naturaleza, tan extremo y excepcional, producido en la comunidad que atesoraba los más altos índices de bienestar y expectativas de progreso de toda España, solo tiene explicación plausible en el sistemático proceso de adulteración de la realidad diseñado por el nacionalismo ya en aquellos años. Concretamente, cuando Jordi Pujol estuvo muy cerca de acabar en la cárcel por el 'caso Banca Catalana' y tomó la decisión de organizar una estructura de contrapoder que limitara en Cataluña la capacidad de actuación del Estado.
¿Reencuentro o cuento?
El ministro Miquel Iceta ha dicho que “a la mesa con Cataluña (sic) yo llevaría la reforma constitucional para una España federal”. Pedro Sánchez, en un artículo publicado en El País, reitera la intención del Gobierno de retomar el diálogo y “mantenerlo hasta que se alcancen acuerdos. Tenemos propuestas que hacer”. Bien. Aceptemos que, en línea con la expresión de moda, ya estamos en otra pantalla. Que los indultos ya son cosa pagada. Situémonos en la mesa negociadora; pensemos detenidamente en cómo aprovechar el “reencuentro” para recuperar la concordia y la convivencia. Hablemos de las propuestas.
Hagamos el esfuerzo, seamos realistas, abandonemos como dice el editorialista de El País el territorio de los parámetros morales y apocalípticos y adentrémonos en el de los políticos y pragmáticos. Aceptemos que hay un punto del que el secesionismo nunca se va a apear: el referéndum, pactado o unilateral. De acuerdo. Juguemos a pactar. Pero antes, una pregunta: ¿tiene el Gobierno algo previsto al respecto o, como dice Elsa Artadi, “la agenda del reencuentro es un cuento”?
De la mesa de negociación Gobierno-Generalitat no saldrá un acuerdo asumible por todos si como paso previo no se neutralizan las herramientas de instrucción masiva del independentismo
El independentismo mantiene la apuesta. No va de farol, pero sus dirigentes saben que necesitan tiempo, que este no es todavía el momento. Su objetivo es sentar las bases para dar el golpe de gracia cuando el constitucionalismo haya bajado del todo los brazos; cuando los catalanes que todavía se sienten españoles den por perdida la causa como natural e instintiva reacción de supervivencia; cuando ese 52%, que no es sino un 26% real, haya quedado ampliamente sobrepasado por desistimiento de lo que queda de resistencia.
Junqueras aceptará el aplazamiento. La consulta no podrá ser en esta legislatura. Necesita que gane Sánchez y no puede forzar los plazos. Necesita que el Estado siga atado de pies y manos. Su proyecto va mucho más allá de quién sea el inquilino de la Moncloa, pero no quiere correr riesgos innecesarios. Por eso, como a Sánchez, lo que le interesa es ganar tiempo, estirar la cuerda, escenificar llegado el caso una puntual ruptura para afrontar la inevitable reválida en las urnas. Y luego seguir, ya con un 55 o un 60 por ciento de los votos cosechados en favor de la causa. Sin tocar apenas nada, con todas las herramientas propagandísticas en manos del secesionismo funcionando a pleno rendimiento.
Cuatro ideas frente al adoctrinamiento
Ese es el verdadero problema de esta advenediza aventura. Nada hay pensado para frenar la causa de fondo: la manipulación continua, la reescritura de la historia, el acoso al discrepante, el espeso deterioro de la libertad. Que se sepa, en la agenda negociadora solo aparecen las reivindicaciones del independentismo (los 44 puntos que Sánchez le ofreció a Quim Torra “son un buen punto de partida”). ¿Y el Estado? ¿No tiene nada que reclamar? Permítaseme ofrecer al presidente del Gobierno algunas ideas que, como irrenunciables asuntos previos, deberían ponerse sobre la mesa de negociación.
Primera idea: la creación de un órgano mixto, con participación del Gobierno de la nación, la Generalitat y los partidos políticos con representación en el Parlamento catalán que impulse los cambios necesarios para garantizar la pluralidad de los medios de comunicación públicos, en especial de TV3.
Segunda idea: control, también plural, de la inversión prevista en concepto de publicidad institucional en medios de comunicación privados, de acuerdo con los obligados preceptos de equilibrio, proporcionalidad e igualdad de oportunidades.
Tercera idea: control, también plural, de las subvenciones a asociaciones, fundaciones y otras entidades, de acuerdo con exclusivos criterios de utilidad pública, que no política.
Cuarta idea: activación de la Alta Inspección de Educación del Estado para asegurar una enseñanza alejada de cualquier adoctrinamiento y que preserve el derecho de padres y alumnos al uso académico del castellano.
Si no se acepta algo parecido a este breve y sin duda ampliable catálogo de contrapesos, si no se toma conciencia de que lo realmente esencial es frenar la hasta ahora imparable y eficaz estrategia de instrucción masiva en favor de la secesión, todo lo demás será, efectivamente, un cuento. Una bomba de espoleta retardada que le estallará a Sánchez, y con él a todos los españoles, antes o después. Una insidiosa operación de ruptura planificada en la que ni la concordia ni la convivencia ni el reencuentro tendrán la menor posibilidad.
La postdata: lo que Casado no le dijo a los empresarios
Le echó valor Pablo Casado en el Cercle d’Economia. Pero se quedó a medio camino. Le suele pasar. No puede decirse que el líder del PP no hablara con claridad, ni que suavizara su discurso para no herir susceptibilidades. Sin embargo, no remató la faena, y dejó que su intervención fuera utilizada como refuerzo de esa tesis que pregona la inutilidad y la falta de propuestas de quienes se oponen a los indultos. Lo que se dejó en el tintero Casado fue algo que estaba obligado a decir, precisamente en ese foro, y no dijo. Pura pedagogía aclaratoria. Algo así: “Ustedes dicen apoyar los indultos, pero estoy seguro de que no todos están de acuerdo con la medida. Y ese es el problema: que los que de ustedes no comparten esa decisión, no se atreven a decirlo; ni aquí, ni fuera de aquí. Y no es que tengan miedo a ser objeto de represalias; es que están seguros de que si dijeran lo que de verdad piensan, sus empresas, sus familiares y ustedes mismos serían muy probablemente, antes o después, objeto de represalias”. Eso le faltó decir a Casado, pero no lo dijo.
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