Opinión

Adoptando un pueblo: sale mal

Con la llegada del verano llegan los de “me voy de vacaciones a mi pueblo”, cuando son más de ciudad que los semáforos. Tener pueblo está de moda. Hasta los que no tienen pueblo adoptan uno en agosto.

También en esta época nos bombardean con

Con la llegada del verano llegan los de “me voy de vacaciones a mi pueblo”, cuando son más de ciudad que los semáforos. Tener pueblo está de moda. Hasta los que no tienen pueblo adoptan uno en agosto.

También en esta época nos bombardean con los titulares del tipo: “los 100 mejores pueblos para hacer turismo rural”. Me parece de una crueldad intolerable: por un lado, si intentas alquilar una casita rural, ya no te digo en estos preciosos pueblos que mencionan en esos textos, sino en cualquier otro lugar, pasado ya el mes de mayo descubrirás lo que se siente Tom Cruise en Misión Imposible. Por otro lado, si fuiste previsor y ya alquilaste tu estancia veraniega en un pueblecito “con encanto”, con dichos artículos siempre puedes comprobar que los hay con más encanto que el tuyo: te chinchas.

Nunca le había visto la gracia a esto de los alojamientos turísticos rurales. Este año, que he tenido la oportunidad de pasar unos días invitada en una casa rural, se la veo aún menos. Por lo que se paga por una quincena en agosto, te puedes pegar quince días en un paraíso caribeño y sin nada más que hacer que levantar la mano para que te traigan otro mojito. Y eso sin contar las comodidades que tiene un hotel: tu cambio de toallas diario, tu camita hecha y toda la habitación limpia y recogida al llegar de la playa...

No me interpretéis mal, que yo entiendo que haya gente a la que le pueda apetecer mucho la paz del campo y la tranquilidad que ofrece un pueblo, así como estar liado con actividades todo el día: senderismo, paseos a caballo, visitar bodegas, rutas gastronómicas... Tengo que reconocer que no es lo mío, por muy tentador que pueda sonar hacer “la ruta del queso”. Y también tengo que reconocer que no entiendo cómo a alguien le puede apetecer ir a pasear por el puñetero monte o montar a caballo, en pleno mes de calor abrasador, a otra hora que no sea las seis de la madrugada. Sí, sí, de la madrugada. Para mí, todo lo que sea levantarse de la cama, y más en vacaciones, antes de las once, es madrugar.

Más allá de la actividad física que puedas realizar en el pueblo para tratar de entretenerte, lo que me puede es el hecho en sí de pagar un dineral por una casa en la que, cuanto más antiguo y viejo se ve todo, más te cobran. Tú dejándote una pasta por quitar el gotelé de tu piso y dejar las paredes lisas, pero luego pagas un dineral por meterte en una casa con los muros en piedra y las paredes enyesadas al estilo de “le dejé la espátula y el yeso a mi sobrino de 6 años y mira qué bien ha quedado”. Y qué decir de esos cuartos de baño, donde te pueden poner un trozo de un antiguo abrevadero para caballos como lavabo, porque es muy rústico. Al menos, tienen el detalle de poner tazas de wc, porque ya puestos a ser rústicos, solo falta que te dejen un agujero en el suelo del baño con unos cuantos papeles de estraza al lado.

Cuando la oca y las gallinas callan, empiezan los perros: eso es todo una orquesta, porque comienza el primero y se van uniendo poco a poco todos y cada uno de los perros de todo el pueblo

Supongo que nuevamente esto va en gustos y mi gusto no es el de pasar penurias ni rememorar la vida que hacían mis bisabuelos. Habrá gente a la que le encante y, como casi todo en esta vida, me parece muy respetable. Lo que ya no me parece tan respetable es que te vendan la idea de la vida tranquila del pueblo. Cinco días llevo y no puedo con tanto estrés. Cuando no es la oca del vecino la que se está desgañitando, son las gallinas del otro vecino. Cuando la oca y las gallinas callan, empiezan los perros: eso es todo una orquesta, porque comienza el primero y se van uniendo poco a poco todos y cada uno de los perros de todo el pueblo. Y aquí no escuchas a la vecina del cuarto, a Maripili, regañar a su yorkshire antes de ponerle el lacito rosa en el pelo para salir de paseo: “¡Cuchi, no ladres!”. Aquí el perro más pequeño debe pesar unos cincuenta kilos y si Maripili osara decirles algo, se la comen a ella y a Cuchi.

A todo esto, no olvidemos, por favor, lo desagradable que resulta despertar por la mañana con el canto del gallo. Que lo llaman canto porque “alarido que provoca infartos de buena mañana” se quedaba un poco largo. Me he enterado de que en un corral solo hay que tener un gallo para que se trajine a todas las gallinas, porque si hay más se pelearían. Con los patos es distinto, se requiere un pato por cada pata si quieres tener patitos, ya que son monógamos. Doy gracias a que la naturaleza es sabia, porque cualquiera se despierta con el canto de una docena de gallos. A los tres días ingreso en urgencias por cuadro severo de ansiedad.

Los tres primeros días me despertaba de madrugada pensando que alguien se había dejado un grifo abierto y que a tomar viento la tarima de casa

Y luego está lo de las fuentes. Todo “pueblo con encanto” que se precie tiene una fuente histórica de no sé cuantitos, que no es más que un caño soltando agua todo el santo día. Y noche. Toda la noche. Sin parar.

Llegado este punto os preguntaréis: “¿También te vas a quejar del ruido del agua, Rosa, con lo relajante que es?”. Pues sí, me quejo y mucho. Los tres primeros días me despertaba de madrugada pensando que alguien se había dejado un grifo abierto y que a tomar viento la tarima de casa. Hasta que ponía un pie en el suelo, notaba esa sensación única en la planta del pie que solo saben darte las baldosas de terrazo y ya caía en la cuenta de que ni tarima, ni grifo. Por si acaso, alguna noche fui hasta el abrevadero que llaman lavabo para asegurarme.

Seguramente estaréis pensando: “¡Qué exagerada! ¡Pero si los ruidos del campo y del pueblo son maravillosos!”. Eso lo decís porque no sois conscientes de los ruidos que hay en una casa vieja de madrugada, cuando todo ya está oscuro, los perros callan, y no sabes si el ruido que acabas de escuchar es el crujido de alguna viga de esas de madera del techo, que han dejado vistas porque “dale con lo rústico”, o si un asesino en serie está subiendo por la escaleras para descuartizarte y deshacerse de tus restos echándolos a los cerdos.

El único consuelo que me queda es pensar que al pueblo que me han traído no llegan ni los asesinos en serie y que, en unos días, vuelvo a mi estrés de siempre en mi piso, en mi ciudad, con un lavabo que es un lavabo y donde si algo cruje, es sencillamente que se ha roto.

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