Opinión

Afganistan: ¿cómo llegamos hasta aquí?

La opinión pública narcotizada no recordará ya que la presidencia de George W. Bush comenzó con una fuerte vocación aislacionista alérgica a cualquier intervención en el exterior. Todo eso cambió

La opinión pública narcotizada no recordará ya que la presidencia de George W. Bush comenzó con una fuerte vocación aislacionista alérgica a cualquier intervención en el exterior. Todo eso cambió con los ataques del 11-S. Los neocons se cayeron del guindo y aceptaron que poner por delante los intereses americanos implicaba, uno, evitar que la guerra se luchase en territorio estadounidense, llevándola a la casa afgana de los terroristas y, dos, que los beneficios del liderazgo del mundo libre no eran gratis, pero el costo era asumible.

Fueron intereses y también ideas los que llevaron a intervenir en Afganistán. En el libro que inspiró mucho de aquel pensamiento, El caso por la democracia: El poder de la libertad para vencer la tiranía y el terror, Natan Sharansky explica que la seguridad global mejora ayudando a liberar a pueblos oprimidos. También destruye el mito de que hay naciones que simplemente rechazan la democracia, recordando los vibrantes ejemplos de reconversión de Alemania y Japón. 

Lo venía a resumir el autor en una verdad tan sencilla como poderosa: no hay ninguna cultura en la que un padre acepte felizmente que su hijo pueda salir por la mañana de casa y ser detenido o desaparecido arbitrariamente por un régimen tiránico que pueda hacer con él lo que quiera sin control alguno. La democracia, la libertad, son en realidad aspiraciones universales. 

Este esfuerzo fundamentalmente noble que inspiró a la administración de Bush jr. fue sistemáticamente saboteado por la misma izquierda que hace pocas décadas actuó de títere de la URSS y hoy hace pucheros con la pataleta de que "hay que hacer algo" por las mujeres de Afganistán. Con un cinismo sangrante pues, como ha dejado escrito Juan Carlos Girauta refiriéndose a Podemos, socio en el Gobierno de España, "cuando te ha financiado una teocracia que ahorca homosexuales, lo mejor que puedes hacer es callarte la boquita".

Un mensaje claro

La intervención en Afganistán no fue, en términos relativos, ni demasiado dolorosa, ni excesivamente costosa para los EEUU. Más allá del interés estratégico del país incrustado entre Pakistán, Irán y los "istanes" exsoviéticos con influencia turca, lanzaba un mensaje claro para todo aquel que pensara atacar a los Estados Unidos en su propio territorio nacional. 

La campaña militar en Afganistán fue un éxito evidente. Los talibanes acabaron escondidos en cuevas y encerrados en Guantánamo. Pero la postguerra debía implicar un compromiso de largo plazo…

La democracia no comienza con votar. Acaba en elecciones, pero empieza con un sistema de equilibrio de poderes y los mimbres de una sociedad civil. Un proceso que, por tanto, lleva tiempo y requiere perseverancia. Parece que se nos olvida que la ocupación nominal de Alemania duró cuatro años y la de Japón, siete. Y que la tutela defensiva de ambos países por parte de EEUU continúa a día de hoy 75 años después de la victoria aliada sobre el Eje, con presencia militar norteamericana en ambos países. Por no mencionar también a Corea del Sur. Afganistán o Iraq venían de mucho más atrás, luego se debiera haber entendido que el empeño requerido sería aún más prolongado. 

La administración Obama comenzó a poner fecha de caducidad para algo cuyo valor, como el del papel moneda, se basa en la credibilidad que inspire el poder hegemónico que lo banca

Así, el poderoso efecto disuasivo de la victoria militar y la ocupación de Afganistán empezó a resquebrajarse con los guiños entreguistas de Obama (que seguía la escuela de Carter en Teherán en el 79 y de Clinton en Mogadiscio en el 92. Y su propio ejemplo en Benghazi, una mezcla de insondable incompetencia con la más cínica montaña de mentiras. Biden era VP en ese momento). La administración Obama comenzó a poner fecha de caducidad para algo cuyo valor, como el del papel moneda, se basa en la credibilidad que inspire el poder hegemónico que lo banca y su compromiso para continuar ejerciéndolo en un futuro ilimitado. 

Trump siguió con la tentación aislacionista del primer Bush jr, aunque mantuvo intacta, probablemente gracias a su propia impredictibilidad, la capacidad disuasiva de la posición occidental en el país. Pero ha sido la frivolidad irresponsable de una administración Biden que actúa con cretinez posmoderna e irresponsabilidad pueril la que nos conduce a esta humillante derrota. Por mucho que, en su impunidad mediática, consigan que se trate con sordina. Intentando incluso blanquear a los bárbaros, ahora "moderados", que acaban de derribar el sueño de libertad que defendieron 104 españoles con sus vidas en los últimos 19 años.

Ni Normandía ni Hiroshima

La presidencia de Biden no es sino reflejo de una sociedad norteamericana en una fase acelerada de infantilización. Esa sociedad abducida por valores de millennials gagás parece descubrir sorprendida, y rechazar, que la lucha por los Derechos Humanos implica a veces guerra. Y que no hay guerras perfectamente estéticas, asépticas, higiénicas o inodoras. Y los sacrificios que exigen no son virtuales, sino muy reales y dolorosos. 

Con estos EEUU no habría habido desembarco de Normandía. Ni Guadalcanal. Ni mucho menos Hiroshima. Porque una decisión como la de la conveniencia de arrojar una bomba nuclear que acorte la hemorragia de una guerra justa, sin renunciar a sus objetivos y a una victoria incontestable sobre el mal, es tan compleja e incómoda como madura. Hoy no habría ningún adulto al timón para tomarla. 

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