Afganistán es el epicentro de un desastre humanitario encadenado, no sólo durante los 20 años de la mal llamada operación Libertad emprendida por Estados Unidos tras los atentados del 11-S, sino de más de 40 años de conflicto y de vulneración sistemática de los derechos humanos. Tras la desesperación vivida en el aeropuerto de Kabul con centenares de civiles corriendo tras un avión desesperados por abandonar su país, totalmente destrozado y del que se han adueñado nuevamente los talibanes, incluso con muertos, con personas cayendo al vacío de una pista de aterrizaje en pleno despegue, con imágenes de desolación absoluta, aparece el ministro del interior Grande Marlaska para decir que es un aeropuerto seguro. Inaudito.
Probablemente las vacaciones le han forzado a cometer tal irreal reconstrucción de la realidad, muchas veces extendida en política. Pero lo que es más grave es que, mientras Merkel o Macron se organizan para ofrecer a la ciudadanía explicaciones sobre la evacuación de sus ciudadanos o la posición del país frente al régimen talibán, tenemos a Sánchez fuera de juego. En las posiblemente 48 horas más duras que ha vivido el país en los últimos años y ante la situación en la que se queda, han hablado los líderes europeos de grandes países como Alemania, Francia o Reino Unido menos el presidente español. Afganistán es a día de hoy un desastre internacional tras la intervención de Estados Unidos pero amparado por todos. Poco se ha conseguido, o casi nada, en la construcción de un Estado democrático. Dos décadas es tiempo suficiente para un cambio en el que la administración norteamericana ha invertido miles de millones de dólares y España ha perdido a un centenar de soldados, la mayoría en el accidente del Yak 42. Muchas vidas humanas perdidas para nada porque una guerra sólo destruye no construye.
Proteger a los olvidados
Ahora, el pánico se apodera de una sociedad abandonada a su suerte, a unas mujeres que volverán a ser invisibles en su país y tratadas como un cero a la izquierda. Son muchas las comunidades que ya se han ofrecido a acoger a mujeres y niñas que abandonen el país, entre ellas Cataluña, Madrid, Murcia o Baleares. Desgraciadamente este gesto no es suficiente. Hace falta proteger a los periodistas desplegados en Afganistán y a los cooperantes internacionales que trabajan en la zona y que van a ser los ojos del mundo para saber qué ocurre con los talibanes y la población civil, tras ser abandonados por los cuerpos diplomáticos y los ejércitos que han estado operando allí en estos 20 años. Si no vemos lo que pasa no habrá reacción internacional alguna, más allá de la humanitaria.
Derechos humanos
Habrá que esperar también, más allá del drama que se vive, a ver cual será la estrategia en geopolítica y la legitimación internacional del régimen talibán para valorar si se seguirán vulnerando los derechos humanos, si las adúlteras o los homosexuales pueden ser castigados a pena de muerte bajo el amparo de la sharia, si las mujeres siguen siendo invisibles y las niñas privadas de la escolarización o realmente hay un cambio en el país. Si no lo hay sería bueno que las palabras de apoyo a los afganos y sus derechos se vieran ejemplificados en dar la espalda al régimen que les va a negar una vida digna. Europa no puede mirar hacia otro lado y debe actuar unida frente a la barbarie. Veremos si prevalecen derechos o economía. Cuídense.
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