El desarrollo de los acontecimientos en los últimos días con la repentina llegada de los talibanes a la capital afgana, Kabul, el pasado domingo, y la consecuente toma del poder en el país sorprendía a la comunidad internacional y horrorizaba a los ciudadanos de todo el mundo recordando la barbarie talibán, a la que hace 20 años se puso fin con el inicio de una operación militar de Estados Unidos bajo mandato de la OTAN.
Con este operación comenzaba un período de esperanza para los afganos que, ahora, ha quedado abruptamente suspendido. Dos décadas trabajando en los valores del estado de derecho y el respeto a los derechos humanos en el país. Valores democráticos en los que muchos jóvenes afganos se educaron, muchos de ellos mujeres, que abrieron el camino generando nuevas oportunidades para futuras generaciones, y que ahora peligran.
No es exagerado decir que corremos el riesgo de tirar por la borda todo lo conseguido en materia de derechos fundamentales. El caos, el miedo y la desesperación se han apoderado de Afganistán. Sus ciudadanos huyen ante la perspectiva de la instauración de un régimen de terror que algunos ya sufrieron. El ejemplo más gráfico lo encontramos en las impactantes y desgarradoras imágenes que hemos visto de ciudadanos afganos tratando de salir del país en el aeropuerto de Kabul.
Y es que sólo el recuerdo del anterior gobierno talibán y sus medidas fundamentalistas causan estupor: ejecuciones públicas, latigazos, lapidaciones, amputaciones por robo y castigos físicos, entre otras. En este sentido, me preocupa especialmente la situación de mujeres y niñas, a las que los talibanes despojaron de cualquier derecho y denigraron de manera inimaginable.
Centro de entrenamiento de terroristas
En el plano internacional, su victoria supone un importante retroceso en la lucha antiterrorista. Con los talibanes, Afganistán se había convertido en la base del terrorismo mundial y si bien, éstos no atentaban directamente fuera de sus fronteras, habían hecho del país centro de entrenamiento y refugio de grupos terroristas internacionales. Recordemos que la operación Libertad Duradera que acabaría con el régimen talibán se inició como respuesta a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, cuando las autoridades afganas se negaron a entregar a Osama Bin Laden a Estados Unidos que le reclamaba por ser el cerebro de los atentados.
Ahora, la vuelta al poder de los talibanes supone, por un lado, un retroceso y la posibilidad de volver al punto de partida en el que nos encontrábamos hace 20 años y, por otro, un fracaso vergonzante sin paliativos de Estados Unidos, la Unión Europea y toda la comunidad internacional para garantizar los derechos fundamentales de los afganos y proteger a nuestros ciudadanos del terrorismo global.
Restricciones a los derechos humanos
Haríamos mal en sucumbir a los cantos de sirena del actual régimen talibán que se presenta contemporizador en un intento de blanquear su imagen. Lo cierto es que hay informes de la ONU y así lo ha mencionado su Secretario General, Antonio Guterres, que alertan sobre las severas restricciones a los derechos humanos, especialmente a mujeres y periodistas, que los talibanes venían ya imponiendo en las zonas bajo su control.
La UE no puede legitimar al régimen talibán. Nos jugamos nuestra credibilidad moral, el respeto internacional y convertirnos en la potencia geopolítica
No podemos abandonar a los afganos a su suerte ni asistir impasibles a la transformación del país en un refugio de terroristas. La UE no puede legitimar al régimen talibán. Nos jugamos nuestra credibilidad moral, el respeto internacional y convertirnos en la potencia geopolítica, faro de valores en todo el mundo, que aspiramos a ser.
En cuanto a la iniciativa de los diferentes líderes internacionales en estos convulsos momentos, mientras mandatarios de todo el mundo como Angela Merkel llevan días trabajando intensamente sobre la situación en Afganistán, en contacto constante con la oposición y compareciendo ante sus parlamentos nacionales, Pedro Sánchez sigue de vacaciones y todavía no ha dado explicaciones a los españoles sobre su estrategia en el país. Una vez más, la improvisación está siendo su seña de identidad, haciendo que los aviones españoles sean los últimos en llegar a Afganistán, retrasando las repatriaciones y poniendo en peligro la vida de ciudadanos españoles así como de trabajadores afganos que han servido lealmente a España y de sus familiares.
Aunque del presidente del Gobierno español no queda ya esperar nada, trabajemos juntos desde la UE con Naciones Unidas y nuestros socios de la OTAN, para asegurar una solución pacífica y viable para el país.
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