Opinión

Una afrenta a la Justicia, un ultraje a la Nación, entre el prófugo Puigdemont y el ausente Sánchez

Carles Puigdemont
Carles Puigdemont, durante su intervención en el Arco del Triunfo de Barcelona EP / David Zorrakino

Una humillación a la Justicia. Una burla al Estado de derecho. Un ultraje a la Nación. Pedro Sánchez ha consentido que el retorno de Carles Puigdemont, prófugo desde hace 2.500 días, haya derivado en un inconcebible esperpento, tan inopinado como indigno. El delincuente más reclamado por los tribunales se permitió el lujo de protagonizar un mitin anunciado con 24 horas, en pleno corazón de Barcelona y ante un despliegue policial de primer orden sin sufrir contratiempo alguno.

El líder de Junts se encaramó en un atril primorosamente dispuesto con la colaboración del Ayuntamiento socialista ante la inacción clamorosa de los Mossos d'Esquadra, que mostraron la misma pasividad que en la jornada del referéndum ilegal de 2017. Las excusas al respecto difundidas por la Consejería de Interior hablaban de que cualquier tipo de intervención en ese momento habría derivado en una reacción violenta por parte de los concentrados, con grave riesgo para la integridad de las personas. Montaron luego una 'operación jaula' con el inequívoco objetivo de escenificar la búsqueda de un evadido en paradero no tan desconocido.

Lo extraordinario de todo lo ocurrido durante esta inasumible jornada es que el protagonista se esfumó nada más concluida su perorata. Tal y como llegó, se fue, como un improvisado Houdini, con una libertad de movimientos tan sospechosa como incalificable. Concluida su deposición ante el escaso público, los diputados allí presentes abandonaron la zona y se dirigieron hacia la Cámara para cumplir con la agenda de la asunción del candidato Illa como si no hubiera pasado nada. Esta es la Cataluña surrealista, en la que las astracanadas más impensables se convierten en monótona realidad.

Este es el único objetivo político de Pedro Sánchez: colocar a su peón en la cúspide del poder de Cataluña para consolidar, de esta forma, su farisaica política de la 'pacificación', la 'convivencia' y el 'entendimiento' con los independentistas

La única explicación razonable a cuanto ha sucedido en estas horas aún sin solución, pasa por la inevitable sospecha de un pacto entre la Moncloa y Puigdemont, con la anuencia del Gobierno de la Generalitat, para dar satisfacción al fugado y evitar así cualquier intento de boicot a la ceremonia de investir a Illa como president.

Un acuerdo que salvaguarda el único objetivo político de Pedro Sánchez: colocar a su peón en la cúspide del poder de Cataluña para consolidar, de esta forma, su farisaica política de la 'pacificación', la 'convivencia' y el 'entendimiento' con los independentistas, un embuste que no resiste ningún tipo de análisis pero que funciona como una patada a seguir en una legislatura sin mayores horizontes.

En la España sanchista se incumplen las leyes, se desprecia el ordenamiento jurídico, se degrada a las Fuerzas de Seguridad, se hace mofa de los tribunales y se deshonra cuanto encarnan y representa los valores que distinguen un régimen democrático de otro con resabios caribeños

Sánchez no sólo concedió el indulto a los golpistas catalanes sino que, en respuesta a sus exigencias, anuló el delito de sedición, rebajó el de malversación, diseñó una ley de amnistía a la medida de los delincuentes y, finalmente, ha acordado entregar la llave de la caja común de la Hacienda, en un ataque a solidaridad nacional y una embestida letal a la España del equilibrio y la convivencia autonómica. Ahora, con este obsceno montaje del retorno de Puigdemont, culmina esta deriva de cesiones a las fuerzas políticas a las que debe su continuidad en la Moncloa y corona la ofensiva de colonización de las principales instituciones del Estado. De ahí su silencio durante todos estos agitados días. De ahí el mutismo clamoroso de su Gobierno, impávido ante cuanto está ocurriendo. Es decir, cómplices de la enrevesada añagaza.

En la España sanchista se incumplen las leyes, se desprecia el ordenamiento jurídico, se degrada a las Fuerzas de Seguridad, se hace mofa de los tribunales y se deshonra cuanto encarnan y representan los valores que distinguen un régimen democrático de otro con resabios caribeños. En noviembre de 2019, Pedro Sánchez prometió que 'traería a Puigdemont y lo entregaría a los jueces". Ha hecho todo lo contrario. Ha permitido que regrese por su pie, que protagonice un espectáculo desafiante y grotesco y que, cuando se le antoje, ya irá a rendir cuentas ante el juez. Si ello entra en sus planes.

Urge una reactivación cívica y moral de los resortes más activos de una sociedad que se muestra tediosamente pasiva ante esta escalada brutal contra los cimientos que hasta ahora han propiciado un marco de convivencia y de progreso que está a dos minutos de precipitarse a un insondable precipicio.

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