El pleno del Congreso de los Diputados anticipaba la reforma del Reglamento dejando barra libre para el uso de las lenguas que son cooficiales en alguna de las Comunidades Autónomas que así lo tienen dispuesto en sus respectivos Estatutos a saber, el catalán, el vascuence y el gallego. Pinganillos para todos y pantallas adicionales para que apareciera traducida al castellano la versión escrita de las intervenciones en las otras lenguas. La aprobación de la reforma quedaba para el pleno del jueves día 21 y la sesión se limitaba a aprobar la toma en consideración de la proposición de Ley que el grupo socialista y el de sumar habían presentado acerca de la reforma del Reglamento, así como su tramitación de urgencia por el procedimiento de lectura única, que excluye su examen en Comisión y la apertura de plazos de enmiendas. Una vez más era la vuelta de la parálisis a la epilepsia.
Hubiera podido pronosticarse que para los diputados procedentes de esas circunscripciones con idioma diferenciado sería una jornada de celebración. Craso error, todos los del bloque que se ha dado en llamar progresista fueron subiendo por turno a la tribuna de oradores para desgranar una retahíla de los agravios indelebles sin cura posible, inferidos por los castellano hablantes desde tiempo inmemorial, para señalar que su propósito era impulsar la construcción nacional hasta lograr, cueste lo que cueste, la separación y para proclamar cuanto antes la independencia. Fue un desfile reiterado de rencores de tiempos pasados, de citas de poetas varios y de anuncios de nuevas metas volantes en la ruta hacia el abismo de la fragmentación al que nos conducen las necesidades acuciantes de Pedro Sánchez -ausente durante todo el Pleno de la cabecera del banco azul- en aras de alcanzar su anhelada investidura.
Craso error, todos los del bloque que se ha dado en llamar progresista fueron subiendo por turno a la tribuna de oradores para desgranar una retahíla de los agravios indelebles sin cura posible
El independentismo tiene muy en cuenta que la suya es una batalla psicológica y tiene muy determinado cuál es el centro de gravedad del adversario al que dirigir los golpes, el cual reside, precisamente, en la voluntad de mantener la unidad española. De ahí que, como tenemos explicado, lo fundamental para sus feligreses sea azuzar las crisis políticas internas de forma que se intensifiquen y los costes de mantener esa voluntad política se acaben haciendo insoportables. Todos sabían que el recurso a las reformas reglamentarias y la angustia de sus urgencias derivaban del estado de necesidad en que se encuentra Sánchez para sumar los votos que precisaría su investidura, que son un sumando del precio a pagar exigido a cambio de obtener los votos del prófugo de Waterloo, que quiere también compromisos adicionales referentes a la amnistía y al referéndum de autodeterminación.
Lo más impresionante para un oyente que hubiera seguido la sesión, por ejemplo desde la Tribuna de Prensa, habría sido concluir de modo inevitable que del otro lado, en la vertiente distinta de los nacionalismos cantonalistas no hay nadie con un proyecto de vida en común, capaz de presentar las ventajas de la concordia, de la reconciliación, de advertir de los costes gravísimos de la NO España y de imaginar un camino a compartir para salvarlos que valiera la pena recorrer. Veremos.
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