Opinión

Agua que no desemboca

La vida pública española ha entrado en una espiral de deterioro: se destruye más que se construye en común. No avanzamos, sino que retrocedemos en desarrollo socioeconómico, vertebración territorial, seguridad de las fronteras, competencia y prestigio

La vida pública española ha entrado en una espiral de deterioro: se destruye más que se construye en común. No avanzamos, sino que retrocedemos en desarrollo socioeconómico, vertebración territorial, seguridad de las fronteras, competencia y prestigio internacional. Los indicadores de regresión e inestabilidad política acreditados afectan a la salud política, institucional, educativa, productiva y ciudadana. Hasta el orden constitucional ha sido desnaturalizado para amoldarlo a los intereses de los partidos en detrimento de la unidad e igualdad de los españoles. Ejemplo: el Parlamento Europeo ha puesto en evidencia a las Cortes al afirmar de forma clara y rotunda que en Cataluña se vulneran derechos fundamentales de alumnos y familias al excluir el español como lengua vehicular y de aprendizaje como establece la Constitución. El problema no es que desde el Parlamento Europeo lo afirmen, después de haber observado lo que sucede en la educación catalana, sino que eso mismo ha sido dicho y argumentado por el Tribunal Constitucional desde la década de los 80 del siglo pasado, pero sin efectos. Corolario: en España no rige el orden constituido, sino la voluntad de poder de los secesionistas contra los españoles con la complicidad del Estado. Han convertido el tratamiento de las lenguas cooficiales, ¡mira que es fácil!  en un arma de dominación en contra de los derechos de los alumnos.

Este patrón de conducta nos ha llevado 45 años después a la actual crisis constitucional. Otro ejemplo, la amnistía contra la Constitución legitima actos criminales de las élites secesionistas catalanas, porque votan a Sánchez, envalentonadas para seguir su particular guerra contra los españoles.

Cunde, entre una gran mayoría de ciudadanos, la percepción ponzoñosa del estancamiento, del agotamiento del sistema que se ha dejado pudrir. No es nuevo, ya pasó con el Régimen de la Restauración y con la II República. Las democracias se nos pudren por dentro. “No, que no desemboca. Agua fija en un punto /respirando con todos sus violines sin cuerdas / ¡Agua que no desemboca!

Este nervio vital del desarrollo es sustituido por filias y fobias de bandas políticas, judiciales y mediáticas, cuya razón de ser es el enfrentamiento como acicate para la conservación, a toda costa, de poder, cargos y prebendas

Cada día, partidos y políticos chapotean en la misma agua estancada: corrupción política y económica, manejos de poder oculto, nadie responde por sus actos, los intereses de los partidos de la mayoría del Congreso sólo están unidos por cálculos de poder sectario: el gobierno social-comunista, sin mayoría social, y su obsesión enfermiza de controlarlo todo para cambiar la sociedad y la naturaleza humana. Se han inventado lo de la mayoría progresista donde han metido a separatistas vascos, catalanes y gallegos para controlar el Congreso de Diputados al precio obsceno del privilegio y la ofensa permanente a los españoles.

La guerra encarnizada de bandos enfrentados sume el debate público en la negación de la racionalidad común, clave de bóveda de la civilidad democrática que guio la Transición con saldo favorable de integración, crecimiento y paz social. Este nervio vital del desarrollo es sustituido por filias y fobias de bandas políticas, judiciales y mediáticas, cuya razón de ser es el enfrentamiento como acicate para la conservación, a toda costa, de poder, cargos y prebendas, manipulando la conciencia de muchos. El fundamentalismo ideológico y la intolerancia prevalecen sobre el ejercicio de la acción responsable, la opacidad del poder ofusca la posibilidad del control, condición de transparencia exigible.

No estamos, pues, ante un caso aislado en un contexto guiado por la razón común, sino en la negación misma de las condiciones de civilidad política necesaria. El ruido permanente ajeno al buen gobierno, el enrocamiento, el intento de destruir al otro al que se ha etiquetado como enemigo, convierte la vida pública en una guerra sucia, ajena al común de los ciudadanos y sus legítimos intereses políticos. Las instituciones democráticas no están a la altura de su titular, el pueblo español, mal representado por la suma fraudulenta de partiditos minoritarios: no les guía el interés general de España, sino sus particulares y contradictorios intereses.

Muchos se preguntan: ¿cómo revertir esta tendencia?, ¿qué decisiones clave habría que tomar para detener la sangría?, ¿qué partidos y liderazgos pueden asumir este reto histórico?

En agosto de 1930, en San Sebastián, se planificó el golpe contra la Constitución. Los conjurados fueron republicanos varios, socialistas y separatistas catalanes, vascos y gallegos

Similares cuestiones pudieron formularse en el Régimen de la Restauración y de la II República. Al final de la dictadura de Primo de Rivera, durante los gobiernos de Dámaso Berenguer y Juan Bautista Aznar, entre los años 1930 y 1931: el primero restauró la Constitución de 1876, y Aznar convocó elecciones municipales en abril de 1931. Pero ya estaba todo perdido. El sistema democrático estancado en lugar de regenerarse, fluyendo desde dentro con racionalidad común, cedió a las presiones revolucionarias. En agosto de 1930, en San Sebastián, se planificó el golpe contra la Constitución. Los conjurados fueron republicanos varios, socialistas y separatistas catalanes, vascos y gallegos. Se creó un plan revolucionario clásico con pronunciamiento militar y huelga general al que se incorporó Largo Caballero (PSOE y UGT). Se falsearon las elecciones municipales con la exaltación revolucionaria. El Rey abdicó y marcho al exilio. Los conjurados convertidos en el Gobierno Provisional de la II República alumbraron una Constitución a su medida, autogobierno a los separatistas e indulto a los golpistas catalanes con Companys a la cabeza. No aceptaron, en las elecciones de 1933, que los españoles dieran la mayoría a "los otros, la derecha”. La revolución se impuso a la República entre 1933 y 1936, con la insurrección anarquista en 1933; con la rebelión armada en Asturias, octubre de 1934; con centenares de muertos y destrucción de iglesias, fábricas, y edificios, protagonizada por socialistas, comunistas y anarquistas, amnistiados después; con fraude electoral en 1936 que dieron al poder al Frente Popular (ven en 1936: Fraude y Violencia; Álvarez, M. y Villa, R. (2019)); con violencia generalizada y sangre (sólo en cinco meses, entre febrero y julio de 1936, hubo unos 600 asesinatos políticos, incluido el jefe de la oposición Calvo Sotelo) que llevaron a la Guerra Civil.

Está sucediendo otra vez con la ley de amnistía, elaborada por criminales y aprobada por el Congreso de Diputados por una mayoría exigua, con voluntad de poder revolucionario postmoderno

Mirar el presente desde la perspectiva terrible de nuestra historia reciente lleva a concluir que otra vez la democracia liberal está amenazada. Parece que somos incapaces de superar el ciclo del retorno al mismo pozo de pasiones estancadas, sin salida, pero que al final estallan y, en su desbordamiento, alteran sin retorno el orden constituido. Está sucediendo otra vez con la ley de amnistía, elaborada por criminales y aprobada por el Congreso de Diputados por una mayoría exigua, con voluntad de poder revolucionario postmoderno. La autoría ideológica y partidaria de esta tragedia es la misma que acabó con la Constitución del 1876, que impuso con trampas la II República y la llevó al desastre final. Las ideologías de los partidos que mandan en el Congreso de Diputados son las mismas que en 1936: socialistas, comunistas y separatistas. Entonces se miraban en el modelo revolucionario marxista-leninista (dictadura, control de la vida y de los recursos, eliminación física de los “otros”), ahora se miran en el modelo revolucionario postmoderno de perfil neocomunista. Igual que en 1930, en San Sebastián, pero ahora socialistas y separatistas conspiran en Suiza, al margen de las Cortes, contra la unidad de España y la soberanía unitaria de los españoles. El nuevo orden autoritario, vistos sus actores, combina el progresismo neocomunista (control del poder, impedir la alternancia política, el control mental a través de la “verdad” oficial…), con el soberanismo de los secesionistas (servicios sociales, educación y cultura incluidas, independencia económica, acción exterior y refrendos…). De esto va la “España plurinacional”, legitimadora de naciones contra la Nación histórica y constitucional. Óptimo caldo de cultivo para la estrategia secesionista: diluir España, desprestigiar sus instituciones (Corona, Cortes, Judicatura), romper los nexos comunes de unión (lengua y cultura española, memoria compartida, tradiciones y símbolos) para fraccionar la soberanía unitaria de los españoles a través de refrendos de autodeterminación.

La España plurinacional

La continuidad de Sánchez pende de los acuerdos de esta conjura, por ahora, de socialistas y separatistas catalanes, pero ya Otegui se apunta a la jugada y exige la soberanía de los siete territorios vascos, incluyendo Navarra. Sánchez maniobra para que Conde-Pumpido mantenga la apariencia constitucional, pero fluida y adaptable al interés de los conjurados, todo es cuestión de palabras, es decir, de mentiras.

Por el contrario, para los españoles, encarar la luz de la verdad de los hechos es condición de futuro en libertad: los derechos lingüísticos de los niños españoles sufren escarnio y mutilación en comunidades bilingües, controladas por separatistas; la amnistía vulnera frontalmente la Constitución porque rompe la integridad del Estado de Derecho, factor fundacional del nuevo orden constituido, por eso la amnistía se excluyó expresamente del pacto constitucional de 1978; la España plurinacional es destrucción; la conjura Suiza para el cambio de régimen es una traición a la Nación constitucional, unitaria y descentralizada…

¡Levántate del agua!

¡Cada punto de luz te dará una cadena!

agua que no desemboca.

Poema: Niña ahogada en un pozo. Federico García Lorca (fragmentos)

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