Después de más de 100 días de gobierno, el presidente argentino Javier Milei mantiene un respaldo social racionalmente incompatible con las cosas que pasan a diario en el país. Con los precios y la inseguridad rampantes, con la incertidumbre sobre su propio futuro político, con sus propios aliados en contra, con nuevos amigos a los que antes odiaba, y con una larga lista de espera en el área del bienestar general.
La razón de su amplísima victoria electoral podría ser que los argentinos fueron humillados, empobrecidos y engañados el tiempo suficiente como para dañar severamente un tejido social que aún mantiene una cada vez más aspiracional clase media.
Esa es la explicación sencilla. Por eso ganó Milei con tanta diferencia, por eso es presidente. El famoso ego argentino está herido de bala y promete sufrir un tiempo prudencial. Milei viene a curar esa herida, siempre que no llegue a ser mortal, porque mortal sería que la política argentina se peruanice y haya elecciones en seis meses, y luego en otros seis, y así.
Muchos argentinos han votado por él dejando de lado su propio mañana, para poner el foco en el futuro de sus hijos. Porque en los últimos años el aeropuerto fue, para un gran número de jóvenes, la única salida digna.
A Milei también lo han hecho ganar los millones de ciudadanos expulsados de la orgullosa definición de André Malraux, que los hacía vivir en un país cuya capital era la de un imperio que nunca existió. Ser de clase media en Argentina fue durante todo el kirchnerismo estar condenado a vivir en el corredor de la muerte de tu bienestar social.
Milei cada día encuentra un pequeño éxito que comunicar y mantiene viva la llama de la indignación general que lo hizo triunfar. Es tanta la corrupción y la impunidad cotidianamente expuesta, que hasta le sobra material
A Milei lo votó en masa la juventud, nada menos, nada tan valioso, y muchos dicen que fueron ellos los que volcaron la balanza a favor de “el león”. Este impresionante cambio cultural, que aún no se ha evaluado bien, fue otro factor determinante de su victoria. El kirchnerismo se durmió en los laureles con parte de una generación que compró con las paguitas más creativas del planeta para que difundiera un relato falso.
Pero esos chicos crecieron y se convirtieron en larvas del Estado, ya grandecitos, sin importarles nada que a las siguientes generaciones nunca les hubiera llegado el balón. El kirchnerismo los perdió de vista. Sumemos las redes sociales a la ecuación y como resultado hoy en la Argentina los jóvenes de entre 20 y 25 son mayoritariamente liberales. Y entre los 16 y los 20 adoran a Milei.
Los jóvenes de menor a mayor votaron a Milei en manada, conscientes como el resto de sus votantes de que iban a pasarlo mal. Conscientes del desastre social y económico que les dejó el kirchnerismo y sobre todo del saqueo que ocurría durante la campaña, por obra y gracia de Sergio Massa, aquel último ministro de Economía y candidato a presidente. Incalificable.
Recuperar lo robado
En esa sumatoria está el resultado electoral. Porque Milei o mi tía Mabel, daba igual, que explote lo que tenga que explotar, pero al borde del precipicio desde donde se lanzó Venezuela, eligieron retroceder. Entendieron que era mejor dar varios pasos hacia atrás, antes que ese último paso que los hubiera condenado a aterrizar de cabeza en Caracas.
La sociedad abrió los ojos después de veinte años de ver como una casta ostentosa, impune y ebria de poder, fabricaba cada vez más pobres con ellos como materia prima, cuando de pronto apareció Javier Milei. Un economista e influencer exitoso, que irrumpió insultando a los políticos tradicionales con el lenguaje más soez, apestoso y asqueroso que uno pudiera imaginar, hablando como tertuliano loco en todos los canales de TV y radios de la Argentina. Y cada vez lo veía y escuchaba más gente, porque Milei aparecía y aumentaba el rating inmediatamente, en la medición de audiencia minuto a minuto los programas comprobaban que Milei era un fenómeno mediático de proporciones únicas.
Milei sabía que la casta dominante era la responsable absoluta de la pauperización inhumana de su pueblo, del abandono, de la emigración de los jóvenes, de la bancarrota, de la impunidad y de la impudicia. Y sabía que la gente también lo sabía.
Entendió que la sociedad ya no quería discutir sobre nada con sus gobernantes, pero sí quería insultarlos, vapulearlos, zamarrearlos, golpearlos, escupirlos, sacarlos del gobierno, y además meterlos en la cárcel. Estaban furiosos, ya no enojados. Querían agredir, ya no criticar. Por fin sentían que alguien hablaba por ellos, que eran ellos los que hablaban mientras Milei movía los labios.
Si Milei quiere ganar esta guerra contra la potente inercia del populismo clientelar y corrupto que sufrió la Argentina, necesita con suma urgencia tres insumos básicos, a saber: cintura legislativa, financiación y gente tras las rejas
Nadie sabe si él podrá lograr un cambio tan profundo como el prometido, pero que lo intenta parece ser verdad y eso es lo que lo está sosteniendo. Aunque los logros a nivel legislativo no lo acompañen, Milei cada día encuentra un pequeño éxito que comunicar y mantiene viva la llama de la indignación general que lo hizo triunfar. Es que tanta corrupción, impunidad e indecencia queda expuesta cotidianamente, que a veces hasta le sobra material.
Y cuando no le alcanza, recurre a su condición inesperada de fenómeno liberal de trascendencia global y se pelea con el Papa, con Maduro o con Petro y con AMLO al mismo tiempo, y al final también le sobra material. Su equipo de comunicación es básico, pero hasta ahora ha demostrado estar en condiciones de quitar el foco de lo caótico y de lo contradictorio de su personaje.
Sin embargo, en términos económicos, la cuestión se ve muy complicada y aunque es verdad que Milei los convence de que lucha por un cambio de rumbo, también es cierto que la necesidad tiene cara de hereje y habrá que ver cuándo pierden la fe. La clave estará en el tiempo que le den a Milei para cumplir con la satisfacción de sus expectativas, y esto dependerá no solamente de lo económico, sino de lo que los ciudadanos vean que alguien paga la cuenta.
Si ninguno de los que gobernaron y robaron termina preso en un lapso corto, recuperando al menos parte de lo robado, el tiempo de paciencia popular y el umbral de tolerancia social bajarán mucho y muy rápidamente. Tanto que su permanencia estará en peligro.
Entonces, si Milei quiere ganar esta guerra contra la potente inercia del populismo clientelar y corrupto que sufrió la Argentina, necesita con suma urgencia tres insumos básicos, a saber: cintura legislativa, financiación y gente tras las rejas.
Como toda la Argentina siempre, Milei representa una paradoja. Porque llegó de la mano de la derecha y lo que hoy necesita es mucha mano izquierda.
Carlos Souto es consultor político.
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