Opinión

El agujero negro de Cataluña

Las encuestas publicadas en las últimas semanas coinciden en señalar un retroceso en las expectativas electorales del Partido Popular, paralelo a un fuerte crecimiento de Vox. La suma de ambos

Las encuestas publicadas en las últimas semanas coinciden en señalar un retroceso en las expectativas electorales del Partido Popular, paralelo a un fuerte crecimiento de Vox. La suma de ambos partidos se aleja peligrosamente de la mayoría necesaria para formar Gobierno. Si hoy se celebraran elecciones generales, el cambio estaría en el canto de un duro, pese al espectáculo de incompetencia e inmoralidad que la coalición Frankenstein ofrece a diario.

Los comentaristas atribuyen la erosión del PP a sus guerras internas, en especial a la que enfrenta a la dirección nacional con Isabel Díaz Ayuso. El electorado liberal-conservador identifica a la presidenta de la Comunidad de Madrid con sus valores y la considera una heroína por haberse enfrentado al sanchismo a campo abierto. Cabe recordar que su audaz adelanto electoral representó un punto de inflexión a partir del cual el PP comenzó a liderar las encuestas. Se ha generalizado la opinión de que Génova está más ocupada en controlar internamente el partido que en llegar al Gobierno.

Aparentemente, los contendientes en la batalla de Madrid y en las de otras regiones han acordado una tregua para no perjudicar al partido en las elecciones de Castilla y León. La previsible victoria en esa región reforzará a Génova y será aprovechada por la dirección nacional para imponerse a sus rivales, construyendo un partido a su medida. Todas las noticias sobre lo que está ocurriendo en Madrid, Andalucía y Castilla y León han desviado los focos de Cataluña, en donde el Partido Popular no levanta cabeza, y en donde se puede estar jugando más de lo que parece.

Todo cuanto ocurre en Madrid, Andalucía y Castilla y León ha desviado el foco de Cataluña, en donde el Partido Popular no levanta cabeza, y en donde se está jugando más de lo que parece

La elección como presidente regional de Alejandro Fernández, uno de los políticos más sólidos intelectualmente y más elocuentes del panorama nacional, había despertado expectativas positivas que con el tiempo se han visto frustradas. Sea por errores propios o inercias del pasado, lo cierto es que el PP de Cataluña ha continuado aquejado por los problemas de siempre: la endogamia, la incapacidad para atraer talento y renovarse, la escasa presencia social, la división en clanes y camarillas… Y el más grave de todos: la sumisión a una dirección nacional que no ha acabado nunca de entender lo que está en juego en Cataluña.

Tras el fracaso en las elecciones autonómicas de 2021, en las que el PP catalán estuvo a punto de quedarse fuera del Parlament, la dirección nacional responsabilizó a Fernández del resultado y se ha dedicado a limitar su poder, apoyándose en sus rivales internos. Algunos medios comienzan a especular con su reemplazo al frente del partido a finales de este año, en favor de alguno de los “corregidores” de Génova. Si nada lo remedia, Fernández puede correr la misma suerte que algunos de sus antecesores: sacrificado por interés partidista, colocado como un jarrón chino en algún lugar donde no estorbe.

Los partidos de la moción de censura consiguieron 42 de esos escaños, por sólo 4 de PP y Ciudadanos. ¡Una diferencia de 38 diputados a favor de la coalición Frankenstein

El PP catalán estaba llamado a recoger una parte importante del voto que Ciudadanos ha dejado huérfano, protagonizando la reagrupación del constitucionalismo centrista y moderado. Sin embargo, no sólo no parece en condiciones de captar ese voto, sino que pierde buena parte de su electorado tradicional. Con Ciudadanos descompuesto y el PP fuera de juego, el constitucionalismo corre el riesgo de que miles de votantes moderados se resignen a la abstención o entreguen su voto al PSC. La defensa en las instituciones de la unidad de España y de asuntos clave como el bilingüismo quedaría exclusivamente en manos de Vox, un partido muy escorado a la derecha y limitado por su naturaleza.

En 2019, los catalanes escogieron 48 parlamentarios del Congreso, muy por encima de los 37 que se escogieron en Madrid. Los partidos de la moción de censura consiguieron 42 de esos escaños, por sólo cuatro de PP y Ciudadanos. ¡Una diferencia de 38 escaños a favor de la coalición Frankenstein, sólo en una región! Disminuir esa diferencia puede ser clave para la futura gobernabilidad de España y para evitar que el separatismo acabe consiguiendo sus objetivos.

En Cataluña, más que en ningún otro lugar de España, tiene sentido la reagrupación del electorado constitucionalista, no sólo para defender sus derechos en el Parlament o en los ayuntamientos, sino para evitar que el Gobierno nacional siga plegándose al nacionalismo o contemporizando con el problema, desviando la mirada de los graves atropellos que ocurren a diario. ¿Será el constitucionalismo capaz de articularse para obtener el poder político que le corresponde?

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