Así mismo lo dijo. Fue ya hace unos años pero no tantos como para haberlo olvidado. De hecho lo recuerdo muy bien porque el asombro me paralizó y no fui capaz de reaccionar. Aún me avergüenzo.
Un murmullo de aprobación recorrió la sala en la que aquel sindicalista clásico acababa de atizarle a una mujer por el atrevimiento de haber entrado a trabajar en una importante empresa…quitándole el pan a un padre de familia. Podría decir en su descargo que hablaba desde la inquina personal pero lo cierto es que no es disculpa alguna. Al contrario, aquel odio lo que hizo fue sacarle de su interior una idea tan intolerable como sincera.
España puede perder en una década 2.600.000 personas y lo peor de todo es que la tendencia no podrá ser revertida por los nuevos nacimientos
La VI Conferencia de Presidentes ha sido noticia sobre todo por el nuevo sistema de financiación autonómica y, naturalmente, por las ausencias de Puigdemont y Urkullu. Sin embargo, mucho más importante que la anécdota de los desplantes ha sido que se ha hablado, por fin, de la crisis demográfica que atraviesa España, que puede ser peor que una crisis; una decadencia lenta, difícil de revertir y con graves consecuencias sociales, territoriales pero también políticas, financieras y económicas.
Desde 2013 las previsiones del INE nos vienen hablando de que España puede perder en una década 2.600.000 personas y lo peor de todo es que la tendencia no podrá ser revertida por los nuevos nacimientos puesto que disminuyen dramáticamente las personas en edad fértil. Somos menos, más viejos y -obviamente- menos alegres.
Una de las muchas causas es la que con tan nítida crueldad expresó aquel individuo: la consideración de las mujeres como intrusas en la vida laboral. Naturalmente es algo que nadie dice públicamente, ni falta que hace. Ya se encarga el mercado laboral de dejar bien claro que no está para “florituras”, menos aún ahora, y que quien quiera trabajar ya sabe, porque se lo dicen, que debe tener formación, iniciativa, capacidad de trabajo en equipo, idiomas, etc. Pero también debe tener algo que nunca le dicen aunque las mujeres lo saben perfectamente: alguien que se ocupe de las cosas domésticas y familiares, evitando interrupciones e imprevistos.
Pero antes de lo que se piensa empiezan a faltar trabajadores, consumidores, contribuyentes y, sobre todo cerebros que lo sigan impulsando y haciéndolo avanzar
Las muchísimas chicas listas que se han formado con mucho éxito buscan ahora tener una carrera profesional que les ayude a realizarse, a crecer y a ser libres para decidir su vida. Para eso fue para lo que se prepararon ¡oiga! Y saben también que una baja larga, incluso un permiso indiscutiblemente legal es, como mínimo, un obstáculo en su carrera, cuando no un tobogán directo al paro. Si no es una baja sino varias… ni hablamos.
Los permisos materno/paternales, obligatorios o no, las ayudas directas a la maternidad (¿de verdad alguien tuvo un hijo en España porque le descontaban 2.000 euros del IRPF?) o la idea de los currículos ciegos, en los que no consta el género (antes sexo) de la persona solicitante, servirán de muy poco mientras los empleos que resultan más atractivos profesional y salarialmente se sigan haciendo a la medida de personas que puedan poner su dedicación por encima de todo, porque tengan -claro está- a “alguien” que se ocupe de los niños y todo lo que significan. Es decir, empleos para varones condenados a no ver a su familia o para mujeres que no se distingan de estos.
A un país que pierde población primero le sobran columpios y plazas de guardería, pronto los estudiantes se encuentran más anchos en las aulas que aún quedan abiertas, pero antes de lo que se piensa empiezan a faltar trabajadores, consumidores, contribuyentes y, sobre todo cerebros que lo sigan impulsando y haciéndolo avanzar.
Quien piense que se irá arreglando solo o que se puede solventar con algo de dinerito para las familias es que no ha entendido que estamos ante un cambio social profundo
Así que resulta una excelente idea la de la Conferencia de Presidentes de “asumir como un problema de Estado lo que ya era un problema de Estado”, en afortunada expresión del asturiano Javier Fernández. Esperaremos a ver por dónde va la estrategia para afrontarlo pero quien piense que se irá arreglando solo o que se puede solventar con algo de dinerito para las familias es que no ha entendido que estamos ante un cambio social profundo, que requiere modificar muchas cosas desde modelos de familia, hábitos, horarios, distribución territorial del trabajo y por supuesto, modificar las condiciones de trabajo.
Y, desde luego, si alguien sigue pensando que se trata sobre todo de un problema de las mujeres, que se lo haga mirar porque tal vez siga instalado sin saberlo en el discurso de aquel tipo que me avergonzó.