Eso nos dijo Alberto Núñez Feijóo el domingo, que podía ser presidente ahora o pronto, pero siempre con dignidad. Ahora no va a ser. Pronto, difícil está. Debo ser de los pocos españoles que no ha entendido muy bien el acto dominical del PP. Para empezar, todavía no sé lo que en realidad una manifestación, una concentración o un acto de partido. De las tres posibilidades la última me parece la peor. Dejar en la bandera de un partido político lo que es un clamor de una buena parte de la sociedad española, no es más que facilitar las cosas a Pedro Sánchez. El acto -perdón por la palabreja-, no fue transversal. Cierto, no estuvo Vox, pero tampoco los ciudadanos que detestan lo que está pasando y no han votado al PP.
Mañanas dominicales como esta las desea Sánchez a falta de otra foto de Colón. Y más cuando algunos medios jalean a los de Feijóo por haber tomado la calle. Así, al más estilo fragairibarne. Dicho esto, conviene desenmascarar a los tramposos y tramposas -pobrecilla la ministra portavoz, vaya papelón el de la ex munícipe puertollanense-, que insisten en que cuando la derecha se manifiesta incurre en una rebelión, pero cuando lo hace la izquierda no es lo mismo, porque siempre hay una razón, y cuando lo hacen los carlistas vascos, tampoco, y cuando salen a la calle los sediciosos catalanes, menos aún. Lo del PP es el discurso del odio y el miedo, asegura la portavoz del PSOE desde La Moncloa. Eso digo otra vez, pobrecilla.
El mentiroso de Pedro Sánchez decía a los suyos -y los suyos le aplaudían- que el acto de Madrid se hizo en contra de su investidura. No, hombre, no. Era contra la amnistía que llega y se les está inyectando a los socialistas en pequeñas dosis. Contra su investidura no se puede hacer más que denunciar la trola de que lo que salga sea un gobierno de izquierdas. Si el PSOE, si los diputados socialistas quieren creerlo porque la nómina es la nómina y los principios… ¡malditos principios! allá ellos.
Si después de esto lo que llega es la amnistía, o peor aún, que un prófugo de la Justicia no sea juzgado porque así lo quiere el Gobierno entonces la palabra legitimidad no cabe
Y aun así, llegado ese momento de la investidura de Sánchez, poco habrá que decir. Lo harán posible los votos de su partido, los de los 15 partidos que forman Sumar, los del PNV, ERC, Bildu y los del partido de Puigdemont, o sea, el progreso, oigan. Nadie con dos dedos de frente podrá discutir la legitimidad de esa investidura y posterior nombramiento como presidente del Gobierno. Pero si después de esto lo que llega es la amnistía, o peor aún, que un prófugo de la Justicia no sea juzgado porque así lo quiere el Gobierno entonces la palabra legitimidad no cabe.
Se entiende que los diputados voten la investidura de Sánchez, y se hace muy difícil entender que esos mismos diputados voten esa posible amnistía o los favores que venga con Puigdemont. Estos pastueños parlamentarios, bien pastoreados por ese cráneo privilegiado de la política que es Santos Cerdán, nos recuerdan que Felipe González cambió de opinión con la OTAN. Y es verdad. Pero González explicó su cambio -“no me castiguen ahora, háganlo en las próximas elecciones“-, ¿recuerdan? Pero, es que además convocó un referéndum. Sánchez no explica lo que va a hacer y desde luego, ¿estaría dispuesto a convocar un referéndum y preguntar en toda España sobre la amnistía? ¿Nos preguntaría nuestro parecer si se pretende que un prófugo de la Justicia, presunto delincuente, no sea juzgado como lo fueron el resto de los golpistas catalanes?
No sé si les pasa a ustedes, pero cada vez que salgo del foro madrileño y escucho otras voces pongo la misma cara de despiste que pone la vicepresidenta Díaz cuando le hablan en inglés. No entiendo nada
En realidad, no se trata de tomar la calle, tampoco de desbordarla; se trata de ganar las elecciones con la suficiente holgura para poder gobernar.
-"No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo", decía doña Rosa, la dueña del café en La Colmena de Cela.
Si de lo que se trataba el domingo es de que Feijóo acuda a su investidura animoso y acompañado, puede que lo del domingo sirva. Que sirva para que el PP, tan falto de ánimo estas semanas, recupere aire y crea algo más en su líder, también sirve pero poco más. Tomar las calles de Madrid no es tomar las calles de España. No sé si les pasa a ustedes, pero cada vez que salgo del foro madrileño y escucho otras voces pongo la misma cara de despiste que pone la vicepresidenta Díaz cuando le hablan en inglés. No entiendo nada. A los de aquí nos sigue costando mucho entender que lo que pasa en Madrid pasa en Madrid. Y así nos va cuando las encuestas derrapan con la realidad.
El toque de corneta de Aznar
Sostenía Núñez Feijóo el pasado domingo que, en algún momento, será presidente del Gobierno. Ahora o pronto, fueron las palabras elegidas. Claro, no iba a decir ahora o nunca, aunque tal y como están las cosas puede que esa sea una verdad cada día más perfilada. Feijóo se enfrenta a una investidura fallida en la que, a pesar de los miles de ciudadanos que vinieron a Madrid y más allá de su partido, estará sólo. Vox, cuyos votos una vez estuvieron en la hucha del PP, no puede hacer otra cosa que apoyarlo. Lo demás es testimonial, tanto como lo son UPN o Coalición Canaria.
Que uno vaya acompañado e impulsado por las más de cuarenta mil almas que se concentraron en la plaza de Felipe II no hará inevitable la derrota. Incluso puede suceder eso tan conocido que Ortega recordaba en algunos delicados momentos, que los esfuerzos inútiles lleven a la melancolía y la situación cambie a peor, sobre todo cuando los liderazgos van a remolque de titulares y al toque de la corneta de Aznar.
Mucha gente que se concentró el domingo gritaba eso de Puigdemont a prisión, y lo hacía porque es más fácil gritar soflamas que hacerse preguntas
Nadie le podrá negarle hoy a Feijóo lo que es evidente: que ha ganado las elecciones. Tampoco se lo negarán a Sánchez, que no las ha ganado. Sin embargo, el primero será jefe de la oposición y el segundo presidente de un Gobierno que se empeña en calificar absurdamente de progresista. Pero esa es otra historia. Y así será hasta que en la derecha española no cunda el concierto y el sentido común. Mucha gente que se concentró el domingo gritaba eso de Puigdemont a prisión, y lo hacía porque es más fácil gritar soflamas que hacerse preguntas. ¿Qué tiene que pasar para que la derecha en España gane unas elecciones y pueda gobernar? ¿Cómo ha conseguido Sánchez convencer a los suyos de que será un presidente de un Gobierno socialista apoyado por las derechas catalanas y vascas? La respuesta, en unas horas, justo cuando empiece la sesión de investidura de alguien que soñó que sería presidente, y que ahora ni tiene más remedio que reconocer que no lo será, ni ahora, ni por lo que estamos viendo, pronto.
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