Opinión

¿Y ahora qué?

Eso le preguntó Hitler a Von Ribbentrop cuando llegó la declaración de guerra del Reino Unido, algo que su ministro de exteriores había dicho que era imposible. ¿Ahora qué?, preguntó Negrín cuando finalizó la últi

Eso le preguntó Hitler a Von Ribbentrop cuando llegó la declaración de guerra del Reino Unido, algo que su ministro de exteriores había dicho que era imposible. ¿Ahora qué?, preguntó Negrín cuando finalizó la última reunión de lo que quedaba del parlamento republicano en Figueras. ¿Ahora qué?, preguntó Arias Navarro a un grupo de ministros en el entierro de Franco. Esta debe ser la frase más empleada históricamente en momentos de gran confusión, cuando el río de los acontecimientos parece desbordarse amenazando con inundarlo todo. Es una duda cabal que merece una mínima respuesta si no quieres convertirte en un objeto arrastrado por el torrente de los hechos hacia quién sabe dónde.
Sánchez debiera formularse esa pregunta. ¿Y ahora qué? Perdió de manera estrepitosa municipales y autonómicas, perdió las generales, las gallegas, las vascas. Las catalanas no las perdió porque jugaba con las cartas marcadas: el PSC es un partido inequívocamente separatista solo que con un rostro amable e hipócrita, pero no es más que una mala copia de la antigua Convergencia o de la moderna Esquerra. En los últimos comicios, los europeos, Sánchez también ha perdido. Incluso fagocitando a sus aliados comunistas, una de sus dos muletas para estar en Moncloa – me niego a llamar a lo de Sánchez gobernar – estos años.
Ahora se enfrenta a desairar al separatismo. O Junts o Esquerra. De momento, Illa ha dejado que Rull se haga con la presidencia de la cámara catalana, lo que no es baladí si recordamos que todas las barbaridades allí sucedidas lo fueron con el consentimiento e incluso ánimos de presidencias como las de Carme Forcadell o Laura Borrás. Estas gentes comparten con el socialismo un axioma antidemocrático y peligroso: el parlamento está por encima de la ley y no tiene por qué cumplirla. Así pues, proclaman repúblicas, ignoran prohibiciones judiciales, permiten votar infringiendo el reglamento y lo que haga falta puesto que no van con ellos minucias tales como el código penal y civil, la Constitución o el estatuto de autonomía.

Sánchez vive todo el día encerrado en su propia autopercepción sin darse cuenta de se ha quedado a la intemperie

Sánchez no ha podido aprobar los presupuestos, no ha podido sacar adelante la ley del suelo, Sánchez vive todo el día encerrado en su propia autopercepción sin darse cuenta de se ha quedado a la intemperie. Sánchez está a siete minutos como siete votos de dejar de ser presidente. Y sabe que, para que eso no suceda, para que tanto Junts como Esquerra no lo dejen caer, precisa cometer otra violación de la legalidad más: un referéndum de independencia catalán. Nadie dude que si de esto depende, que depende y mucho, que Sánchez agote su mandato lo convocará, como lo hará con el de las vascongadas, Galicia y cualquier otra parte de España en la que un puñado de traidores a la legalidad constitucional se lo pidan. No espere nadie que los socialistas de estos lugares se opongan. Serán los primeros en respaldar este plan de disolución de la nación española. Ahora bien, surge una duda: ¿firmaría Su Majestad la convocatoria de un plebiscito sobre la independencia de Cataluña o de cualquier otra parte integrante del territorio nacional?
Esa disyuntiva se nos antoja más peligrosa que la de Sánchez. Porque este último bien puede preguntarse qué va a hacer, pero el Jefe del Estado no se puede permitir tal cosa. De ahí mi respetuosa pregunta al monarca: Señor, como defensor de la Corona que soy, imagine que mañana le ponen delante una ley que trate de este asunto. ¿Entonces, qué?¿La firmaría, como ha hecho con la amnistía? Creo que los españoles tenemos derecho a saberlo. Porque, visto lo visto, todos nos preguntamos ¿y ahora, qué?

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