Lo mejor del documental sobre Ternera en Netflix es sin duda el principio. Un texto limpio y claro. Fuente blanca sobre fondo negro. Hechos. “La organización terrorista ETA asesinó a 852 personas y causó 2.661 heridos entre 1968 y 2010”.
A continuación el segundo bloque de texto recuerda que ETA se fundó durante la dictadura de Franco y que más del 90% de los asesinatos se cometieron en democracia. El tercero menciona que la guerra sucia contra ETA por parte del Estado y de grupos parapoliciales y de extrema derecha provocó 73 muertos. A partir de ahí comienza la película.
La puesta en escena está muy pensada. Francisco Ruiz aparece por primera vez de espaldas. El plano está tomado desde el interior de una casa, él permanece fuera mirando a una colina, es de día y el cielo está despejado. Hay algo en la escena que me hace detener la película. Después de unos segundos me doy cuenta: estoy viendo la escena final de Centauros del desierto. La puesta en escena está muy pensada, pero no sé si tanto como para establecer una asociación tan lúcida entre su protagonista y el nuestro.
Recuerda que tras la última ráfaga le hizo una plegaria a la Virgen para que le permitiera seguir queriendo a sus cuatro hijas. Pasó cinco meses recuperándose en el hospital
Francisco Ruiz era policía municipal en Galdácano. El 9 de febrero de 1976 a las 6 de la mañana acudió al trabajo para cumplir sus funciones. Ese día le tocó escoltar al alcalde del pueblo, Víctor Legorburu. Un comando de ETA los estaba esperando a unos metros de su casa. Los acribillaron a tiros. El alcalde falleció al momento. Francisco Ruiz sobrevivió. Recuerda que tras la última ráfaga le hizo una plegaria a la Virgen para que le permitiera seguir queriendo a sus cuatro hijas. Pasó cinco meses recuperándose en el hospital. Salió en silla de ruedas. Al salir se encontró con lo mismo que tantas otras víctimas de ETA: el rechazo de muchos de sus vecinos. No tardaron en marcharse del País Vasco.
“Welcome home, Ethan”, le dice Martha a John Wayne en la primera escena de Centauros del desierto. Poco después, los comanches asesinan a ella y a casi toda su familia. La última escena muestra a Ethan al otro lado de la puerta después de haber cumplido con su deber. No tiene ninguna casa a la que volver. Cualquier palabra en esa última escena habría sido una palabra de más. En el documental, Évole recurre a las interminables palabras de siempre. Los sentimientos. Las preguntas innecesarias, frívolas, desgraciadamente previsibles. “¿Ha sentido usted odio por las personas que cometieron el atentado?”
Francisco Ruiz deja paso a Josu Urrutikoetxea, que muy pronto nos ofrece las palabras más duras y tal vez más lúcidas de toda la película. “ETA surgió de este pueblo y ahora se disuelve en él”. Son imágenes de archivo. Ternera lee la carta mediante la que la banda terrorista daba por concluida su etapa armada. Hay también imágenes en las que se ve a Ternera compartiendo escaño con Arnaldo Otegi y alzando el puño junto a otros dirigentes históricos de HB, algunos de ellos hoy integrados en EH Bildu. Évole se topa con la idea fundamental sobre ETA y nuestra democracia -y ahora se disuelve en él-, pero vuelve a donde se siente cómodo. Los sentimientos triviales. “¿Está orgulloso de ello (de haber sido militante de ETA)?”. Le sigue una pregunta aún más incomprensible. “¿ETA ha sido su vida?”. Insiste. “Para mucha gente su nombre no es sólo sinónimo de terrorismo, también lo es de brutalidad, de crueldad”.
Hay un momento desconcertante en lo que sigue. Évole le pregunta por un atentado islamista en Londres. Ternera dice que no entiende esas acciones. Se refiere a ellas como “violencia que no tiene razón de ser”. Dice que no comparte las razones de los islamistas, que todos los ciudadanos (y ciudadanas, recalca) puedan ser designados objetivos por lo que ha hecho su Gobierno. Se adentran los dos en un debate teológico a la altura de lo esperado. “¿Qué diferencia hay entre matar por un dios y matar por la patria?” “¿Usted en qué cree?”.
“En lo que veo. En la naturaleza. Y en el ser humano”.
Unos minutos después le pregunta si se ha alegrado con alguna de las muertes. Ternera responde que no. La mayoría de las preguntas son propias de uno de esos formatos televisivos de sobremesa. El factor humano ante todo. Después le pregunta qué pretendía conseguir ETA con los asesinatos. Si le incomodaban todas esas muertes. Si era amigo de Yoyes. Y de nuevo: qué sintió cuando la asesinaron.
Alguien debería preguntar qué es una táctica fascista, en qué aspectos técnicos se distingue un asesinato fascista de uno comunista o nacionalista. Pero no será en esta película
Évole lee parte de la carta de Yoyes en la que declara haber sido amenazada y dice que “es inaceptable que una organización que se dice revolucionaria utilice tácticas fascistas o estalinistas con miembros que en algún tiempo formaron parte de ella”. A la ingenuidad, estupidez o cinismo de Yoyes le sigue el empecinamiento de Évole, que es también el de muchos otros: “¿Utilizó ETA tácticas fascistas para asesinarla?”. Alguien debería preguntar qué es una táctica fascista, en qué aspectos técnicos se distingue un asesinato fascista de uno comunista o nacionalista. Pero no será en esta película. Aquí sólo cabe el lado humano de las cosas.
La entrevista se hace demasiado cansina demasiado pronto. El entrevistador intenta hacer creer al espectador que en el fondo los etarras mataron por nada, que la gente no los apoyaba, que Ternera malgastó su vida. Ternera se defiende y da inconscientemente con varias verdades incómodas. “Yo no comparto eso, porque nunca he considerado que ETA ha matado por el hecho de que no se compartiesen sus ideas”. Tiene razón, pero preferimos agarrarnos al relato grandilocuente. “Murieron por la democracia” y “mataron porque no soportaban que la gente pensara distinto” son dos afirmaciones falsas, o al menos distorsionadas. Mataron por cálculo y murieron porque encajaban en el perfil.
En muchos momentos quien parece quedar descolocado es el entrevistador, como si fuera incapaz de procesar la realidad o le faltaran reflejos periodísticos. “En ningún caso en la historia de ETA su objetivo ha sido provocar víctimas indiscriminadamente”. En lugar de tirar de esa verdad, Évole se enreda en lo que cree que es lo esencial: “Pero las hubo”. Parece incapaz de entender que, efectivamente, ETA no mataba por matar. Que no era una banda de nihilistas lunáticos. Que las muertes estaban escogidas para provocar efectos concretos en la política española y en la sociedad vasca. Tal vez la incapacidad para entenderlo, que no es exclusiva de Évole, tenga que ver con las implicaciones profundas de esta idea. Los efectos conseguidos. Las transformaciones sociales sutiles que produjeron los asesinatos. El número de españoles que poco a poco fueron dejando de serlo. Cómo vivieron -y viven- los que se quedaron. La normalidad con la que Ernai y Sortu sacan a pasear las fregonas de las brigadas de desinfección antifascista. La fuerza política actual de la izquierda abertzale. Su integración en el bloque del PSOE. No hay nada de esto. Hay mucho de esto otro, una y otra vez: “Si tuviera delante a una víctima de Hipercor, ¿qué le diría?”.
Ejercicio de estupidez periodística
Hacia el final de la entrevista Évole cruza la última línea y hace muy difícil terminar de verla. Cualquier persona medianamente inteligente debería haber sabido antes de su estreno que en la entrevista no se intentaría blanquear ni a ETA ni a Ternera. También debería haber sabido que la entrevista sería un interminable ejercicio de estupidez periodística. Menciona la extorsión a empresarios y suelta esta pregunta: “Matar a quien no paga, ¿no es algo propio de la mafia?”.
Évole esboza al final la pregunta que ha estado presente durante toda la cinta. Si la vida de Ternera ha tenido sentido. La película quiere que pensemos que no. La realidad nos dice lo contrario. Ha sido parlamentario vasco. Ha tenido una enorme influencia en la política española. La suya ha sido una vida de sacrificios calculados y recompensas evidentes. Al final del trabajo, Ternera y sus compañeros vuelven a casa, a su pueblo. La disolución ha concluido.
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