Opinión

Ahora sí me gusta el fútbol

Nos han llamado racistas hasta el hastío, precisamente aquellos que reparaban en el color de la piel de algunos jugadores, en lugar de en el color de la camiseta

Hemos pasado de tener una selección nacional de fútbol masculina que era todo un ejemplo de pluralidad, diversidad, multiculturalidad y cualquier otra virtud progre que pareciera oportuna, a tener a una panda de fascistas que solo sabe darle patadas a una pelota.

Y para esto solo ha hecho falta una celebración con cánticos de “Gibraltar español”, luciendo cuerpos hercúleos, arropados con la bandera de nuestro país, y una recepción con el presidente en la que faltaron ganas de mirarle a la cara, aplausos y sonrisas. Los cantos de “presidente, presidente” no se echaron de menos, ya que se encargaron de ello unos niños recién llevados a la Moncloa desde Corea del Norte o, al menos, unos que recordaban de manera vívida a los que se suelen ver por allí.

Por lo visto, a la izquierda le molesta mucho que se estreche la mano de Sánchez sin ganas. Dicen en las televisiones, los tertulianos mejor pagados del Gobierno, que es una falta de respeto, no como lo que hace nuestro amado líder, que pasa por delante del Rey cuando no le corresponde y esconde las manos en los bolsillos en su presencia. Desde aquí mando un efusivo aplauso a su asesor de protocolo, que lo está haciendo fenomenal para ir directo al paro cuando se le acabe el chollo. (No me digan que entre los más de 900 asesores que le pagamos entre todos los españoles al presidente, ninguno hay que sepa de temas protocolarios).

Nos han llamado racistas hasta el hastío, precisamente aquellos que reparaban en el color de la piel de algunos jugadores, en lugar de en el color de la camiseta, que era lo único en lo que nos fijábamos los que veíamos los partidos con ilusión

Pero a la izquierda es que ahora le molesta todo, hasta los abdominales de Carvajal, que ya quisiera haberlos podido esculpir en mármol el mismísimo Miguel Ángel. El capitán de la selección nos regaló, al grito de “¡Viva España!”, el deleite de un torso al aire que, como dice un buen amigo mío, es como el capó de un Volvo de los 80, y los más expertos en feminismo nos vienen a hablar de la masculinidad frágil de Carvajal. Los que tienen por modelo de masculinidad a un tipo flacucho y desgarbado, con joroba, pelo lacio y sucio, barba adolescente desaliñada y almendras garrapiñadas por dientes, serían capaces de poner en duda hasta la masculinidad de Conan el Bárbaro, siempre que el cimmerio no mire a Sánchez con devoción, aunque a lo mejor se libraba por ser extranjero. Pero luego les infiltras un “Rabocop” y no da abasto el pobre, con las más progres y feministas haciendo cola para pasar por cama.

Hay que admitir que esta Eurocopa ha sido especialmente dura, pero por lo que se cocinaba fuera del campo. Nos han llamado racistas hasta el hastío, precisamente aquellos que reparaban en el color de la piel de algunos jugadores, en lugar de en el color de la camiseta, que era lo único en lo que nos fijábamos los que veíamos los partidos con ilusión. Nos han hecho tragar vídeos irrisorios, para luego acabar eliminándolos, soltando discursos sobre feminismo y hombres racializados, aunque uno de ellos resultara ser más blanco que el trasero de una monja y más rubio que el tabaco de Virginia. “Nena, que ni siquera es inmigrante, además tiene novia y tampoco es negra, que el chaval del que estás hablando es lo que viene a ser un hombre español hetero y blanco de manual...”. Y todos los progres buscando el manual, a ver qué era eso de “hetero”. Algunos cerebros de izquierdas se hicieron masa ese día, otros ya venían así de fábrica.

No sé qué problema hay en admitir que no se sabe de fútbol y que no has visto un partido en tu vida o incluso que lo has visto y no te has enterado de nada. Yo no tengo ese problema, no me cuesta en absoluto reconocer que me importa el fútbol lo mismo que los vídeos que cuelga Irene Montero en su Erasmus por Bruselas, pero prefiero ver cuerpos hercúleos sudando en pantalón corto, que pijiprogres fanáticas de las almendras garrapiñadas, subiendo y bajando escaleras mecánicas, mientras saludan a un iPhone y me dicen lo mucho que trabajan.

Y cuando ya creíamos que se cerraba el teatro de los ridículos más bochornosos, se abre de nuevo el telón y aparece en escena la que viene a postularse como reina de los egos, que no puede simplemente felicitar a sus compañeros de deporte y cerrar la puerta al salir, sino que prefiere aprovechar la oportunidad para subir a sus redes un par de fotos de cuando ganó el mundial el año pasado con la selección española femenina. No cabía tanto ego en una sola foto. Jenni es ese tipo de persona que se presenta en un cumpleaños, te regala un marco de madera con una foto suya soplando las velas de una tarta y se bebe tu botella de Rioja a morro. No, Jenni, no, se dice “felicidades”, se brinda alzando la copa y luego se bebe discretamente y sin estirar el meñique, cielo mío.

Comprenderán ustedes que, aunque no me apasione el fútbol, me haya aficionado al tremendo cirio que monta la izquierda para conseguir reventar cualquier evento futbolístico, ofendiendo a unos y enfadando a todos. Ya les digo que no estoy muy puesta en copas, eurocopas y recopas... Pero si tengo que esperar a 2026 para el Mundial de fútbol, me dan ustedes un disgusto. Díganme que tenemos circo antes.

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