Opinión

Al servicio de los ciudadanos

Es obligación de la sociedad civil reaccionar y activarse, levantar la voz sin desmayo de la manera más enérgica y eficaz posible para dar un aldabonazo de advertencia a la clase política

El pasado 1 de marzo tuvo lugar en Madrid una mesa de debate organizada conjuntamente por la Fundación Foro Libertad y Alternativa, por el Foro España Cívica y por el centenar de entidades que respaldaron la magna concentración en la plaza de La Cibeles el 21 de enero en defensa de España, la democracia y la Constitución, sobre los serios defectos de nuestro sistema institucional, como corregirlos y servir así a los ciudadanos y no a los partidos, que han colonizado de manera escandalosa los órganos constitucionales y reguladores, desvirtuando su papel en nuestro ordenamiento. Los ponentes fueron de excepción, Alfredo de Pérez de Armiñán, Francisco Sosa Wagner y Ramón Rodríguez Arribas. A mí me correspondió pronuncias unas palabras de apertura del acto, que paso a extractar porque creo que no es bueno que se las lleve el viento y que pueden ayudar a muchos de mis lectores a comprender la situación en que nos encontramos:

"España vive instalada desde hace demasiado tiempo sobre una serie de errores conceptuales, fragilidades morales, deteriores institucionales, divisiones lacerantes y políticas públicas lesivas para el interés nacional que nos permite, sin ánimo de catastrofismo o de indebido pesimismo, pero con absoluto realismo, afirmar que estamos siguiendo un rumbo profundamente equivocado y que, si no le ponemos remedio, vamos directos al fracaso colectivo y al desmantelamiento de la obra de la Transición, cuando es evidente que la rectificación de este camino desviado haría de España un país próspero, seguro, respetado y de éxito.

No han sabido estar a la altura de su misión, han fallado flagrantemente, han antepuesto sistemáticamente sus intereses parciales y electorales con una lamentable visión de corto plazo al interés superior de la Nación

Hemos de enfrentarnos a una realidad dolorosa y sin duda decepcionante, pero que hemos de entender y asumir porque de lo contrario el presente marasmo que nos envuelve nos devorará. Y esta realidad no es otra que los dos principales partidos que han desarrollado, gestionado y administrado el modelo territorial, político, económico, jurídico, social y ético diseñado por el orden constitucional puesto en marcha en 1978, no han sabido estar a la altura de su misión, han fallado flagrantemente, han antepuesto sistemáticamente sus intereses parciales y electorales con una lamentable visión de corto plazo al interés superior de la Nación. Ninguno de los dos es inocente, ambos nos han traído, unas veces por acción deliberada, otras por omisión dolosa, hasta el lamentable panorama que nos asedia y nos alarma, una Nación asaltada por fragmentadoras pulsiones centrífugas, endeudada hasta límites insostenibles, con sus peores enemigos instalados en el puente de mando del Estado, moralmente descuadernada y con un Gobierno empeñado aviesamente en destruir un orden social basado en el imperio de la ley, la separación de poderes, la libertad económica y la unidad nacional para reemplazarlo otro disolvente, destructivo y suicida en el que todos aquellos principios y valores que la experiencia histórica ha demostrado que fortalecen, vigorizan, dinamizan y proporcionan estabilidad, riqueza y convivencia civilizada en libertad a los grupos humanos que los respetan y los practican, son atacados en todas las esferas de la vida comunitaria, el esfuerzo, el mérito, el trabajo, la búsqueda de la excelencia, el afán de conocimiento, la eficiencia responsable en la asignación de los recursos públicos, el fomento de la actividad empresarial, el cumplimiento de la palabra dada, el afecto solidario entre españoles de toda condición, hasta las verdades biológicas más indiscutibles son puestas en cuestión mediante leyes aberrantes que causan un daño irreversible en muchos adolescentes sometidos a concepciones antropológicas monstruosas que no es exagerado calificar de criminales.

Por todo ello, es obligación de la sociedad civil reaccionar y activarse, levantar la voz sin desmayo de la manera más enérgica y eficaz posible para dar un aldabonazo de advertencia a la clase política y sacarla de la inercia letal en la que brega en contra de la racionalidad más elemental, de la lógica política más obvia y de la realidad misma. Hay una frase luminosa de Aristóteles en su Ética en la que hace a los griegos del siglo IV antes de Cristo una vibrante recomendación: "Sed en vuestras vidas, les dice, como arqueros que disparan a un blanco". Toda generación tiene una misión, que puede cumplir o no y un blanco al que apuntar con mejor o peor acierto. Pues bien, los que vivimos y participamos en la segunda mitad de los setenta de la pasada centuria, unos apoyando, otros como protagonistas, en la magna tarea de la transformación de España en una democracia occidental saludable y operativa, tenemos hoy, a la luz de lo acecido en los últimos cuarenta y cinco años, un objetivo, un blanco al que disparar y dar en la diana, y este afán no ha de ser otro que movilizar las energías positivas que aún laten en el seno de la sociedad española, soterradas, pero poderosas, para que surja imparable un estado de opinión que fuerce a la nueva mayoría parlamentaria que previsiblemente se formará dentro de diez meses a ser una verdadera alternativa que enderece el fuste torcido que es hoy España y no un simple paréntesis resignado en un proceso imparable de desplome.

Nuestra democracia, dijo Sosa Wagner, se ha vuelto adúltera y se ha ido de picos pardos con los partidos en lugar de protegerse de ellos para prevenir que la degraden

Es posible que sea una tarea que nos rebase y que pueda ser vista como voluntarista, ingenua y hasta estéril, que haya quien crea que es ya demasiado tarde, que el mal está tan extendido y es tan intenso que todo lo que hagamos llegue tarde y que es un empeño baldío, pero incluso si fuera así, es nuestro deber intentarlo.

Sentado lo anterior, quiero dejar claro que los partidos no deben ser reemplazados por sistemas totalitarios, como cierta izquierda concibe en sus sueños húmedos y que han de cumplir su función para articular la democracia. En otras palabras, más que un mal necesario son un mal inevitable. Sosa Wagner, con la chispa que le caracteriza, dijo en el coloquio que nuestra democracia se ha vuelto adúltera y se ha ido de picos pardos con los partidos en lugar de protegerse de ellos para prevenir que la degraden. Esta coyunda obscena es lo que henos de evitar y para ello nuestra arquitectura institucional requiere una valiente y rigurosa revisión. Intentemos crear una fuerte conciencia nacional al respecto para que la democracia española vuelva a llevar una vida decente, lejos de obscenas tentaciones.

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