Confieso no haber compartido la expectación que provoca el discurso navideño del Rey. En mi opinión, suele ser un compendio de obviedades, frases hechas, lugares comunes, y contadas opiniones siempre extremadamente contenidas. Buscando en la memoria, solo recuerdo dos ocasiones en las que el discurso de Juan Carlos I tuvo algo de enjundia. Una, en la Navidad de 1981 cuando tuvo necesariamente que referirse al frustrado golpe de Estado acaecido meses antes. La otra, cuando en plena ebullición del caso “Urdangarin-Borbón” manifestó aquello de “La Justicia tiene que ser igual para todos”, premonición estrepitosamente fallida en el citado asunto, pues el peso de la Ley solo cayó a una parte del entramado.
Además, la cita pascual del Jefe del Estado provoca el aluvión generalizado de alabanzas al discursante -artificiales, automáticas, robotizadas- de los muchos que entienden que la mejor defensa de la Monarquía es el permanente ensalzamiento acrítico de sus actos, manifestaciones y decisiones. Sucedió así durante décadas con don Juan Carlos y como el español es uno más de los animales que tropieza dos veces en la misma piedra, está sucediendo ahora con Felipe VI.
Una buena muestra de lo anterior es el general ensalzamiento de la actuación del actual Rey en relación con las pasadas andanzas del anterior. Personalmente, me encuentro en las antípodas de esa posición laudatoria y, es más, considero que constituye un descomunal default como Jefe de Estado, como Jefe de la Casa Real, y como hijo. Todo empezó con el comentadísimo comunicado de la Casa Real emitido el 15 de marzo de 2020, justo en el ínterin entre el anuncio de la declaración del primer Estado de Alarma y su entrada en vigor, comunicado elevado a los altares por los exegetas de Don Felipe y que, para mí, constituye un monumento a la deshonestidad.
Lo lógico, ético y estético habría sido que Felipe VI hubiera manifestado su intención de heredar lo que en su día le corresponda para, inmediatamente, ingresar en el Tesoro Público el importe de lo heredado
De entrada, emitirlo cuando la sociedad española se encontraba en un auténtico estado de shock pandémico y tenía solo ojos y oídos para la información relativa al covid, supuso un burdo e inaceptable intento de minimizar el impacto y la reacción sociales ante lo que se comunicaba. Desconozco la identidad y profesionalidad de los asesores de comunicación reales pero, además de fallar clamorosamente en su objetivo, provocaron que la Casa Real y con ella su Jefe fueran lacerantemente deshonestos con los españoles ¿No había otro momento para emitir un comunicado como el que se emitió?
Pero entrando ya en el contenido, éste no tuvo desperdicio. Primero, se manifestaba el conocimiento de irregularidades en la conducta de nuestro anterior Rey, confesándose explícitamente que, cuando menos, el actual Jefe de Estado conocía algunas desde un año antes, el 5 de marzo de 2019 ¿Por qué se esperó entonces 375 días para emitir el comunicado y fue a emitirse justo cuando se emitió?
Segundo, se anunciaba que, ante la gravedad de lo conocido, el actual Rey había comunicado al anterior “la decisión de renunciar a la herencia de Don Juan Carlos que personalmente le pudiera corresponder”. Volvemos a las fechas. ¿Por qué no se informó en su momento a los españoles de la citada comunicación cuando ésta se produjo? ¿Por qué se eligió precisamente el fin de semana elegido para hacerlo? Pero, además, los juristas se han encargado de aclarar el nulo efecto jurídico de una renuncia a una herencia que aún no existe. Es solo un brindis al Sol, un gesto para la galería, una raya en el Mar. Lo lógico, ético y estético habría sido que Felipe VI hubiera manifestado su intención de heredar lo que en su día le corresponda para, inmediatamente, ingresar en el Tesoro Público el importe de lo heredado. De ese modo, sí se repararía parcialmente el daño causado a los españoles. Por el contrario, su hipotética renuncia a heredar serviría exclusivamente para acrecentar lo heredado por sus hermanas.
Tercero, se anunciaba también que, ante la gravedad de lo conocido, el anterior Rey "deja de percibir la asignación que tiene fijada en los Presupuestos de la Casa de S. M. el Rey”. Si Felipe VI consideraba que su antecesor no era merecedor de la citada asignación, bien está que se la retirase. Pero es criticable que todo acabase ahí, dado que la retirada supuso también que automáticamente aumentara el importe de los fondos disponibles personalmente por don Felipe, sin que a los españoles nos tocara nada. Lo lógico, lo ético y lo estético hubiera sido que la cuantía de lo retirado hubiera retornado al Tesoro Público, disminuyéndose la cifra asignada a la Casa Real en los Presupuestos Generales del Estado. De ese modo, los fondos retirados hubieran beneficiado al conjunto de los españoles. Actuando como se ha actuado, el beneficio del dinero retirado al padre ha ido a parar al hijo.
Y enlazando ya con la última palabra del párrafo anterior, me permito compartir una reflexión personal sobre el actual estado de la relación paterno-filial. En mi opinión, resulta poco edificante la conducta de un hijo para con un padre anciano, enfermo y con evidentes problemas de movilidad. ¿No es posible compartir las medidas o decisiones oficiales que procedan con el mantenimiento de un mínimo de afecto hacia el padre? Criticamos ahora y con razón la conducta de Juan Carlos I como marido, pero creo que también merece ser criticada la de Felipe VI como hijo. Aunque bien es cierto que la historia de la dinastía repleta está de enfrentamientos entre padres con hijos, tíos con sobrinas, primos con primos…
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