Lo de 'la nueva política' fue un eslogan tan engañoso como los de toda esa publicidad que promete recuperar el pelo, el vigor y los abdominales a los 40. Quienes conozcan bien los 'movimientos asociativos' sabrán que detrás de ellos siempre hay algún zorro que pretende ejercitar el perineo o medrar con la excusa de defender una causa, aunque sobre todo un sueldo.
Los idealistas de las sociedades acomodadas no surgen tanto para defender al pobre como para pagar sus facturas o aspirar a una casa mejor. Muchas veces se olvida que se puede estar convencido de algo sin afiliarse e incluso ser activista sin carné. Lo que ocurre es que eso no es tan rentable y no es lo que buscaban quienes se agruparon hace una década para formar partidos o para movilizarse contra la crisis.
Quien se haya sorprendido por el fichaje -frustrado al final- de Alberto Garzón por la consultora Acento peca de inocente. Incluso de inmaduro, porque no ha entendido nada de lo que ha sucedido alrededor en los últimos 10 años. Fue comprensible que en aquellos tiempos de penurias económicas -sin brotes verdes- los mensajes revolucionarios de estos jóvenes tan parlanchines llegara a provocar emociones y a levantar pasiones. Le pasó al 'pueblo llano', pero también a muchos periodistas prestigiosos y untuosos que, un buen día, del que prefiero no acordarme, se deshicieron en aplausos cuando Luis Garicano les citó en el Círculo de Bellas Artes para presentar el programa económico de Ciudadanos. "Aquí está el cambio", escribieron, como quien se deja engatusar por un vendedor de biblias porque le gusta la tapa del libro.
Todo el mundo tiene derecho a conmoverse y a movilizarse. También a equivocarse. Pero quien no se haya desengañado a estas alturas de las mareas moradas, naranjas y derivados es que es de lenta reacción. Habían llegado para lo mismo y, como todos, ejercieron la política pensando en el presente... y en su futuro. Entonces, les unía un discurso revolucionario y, ahora, un hecho incuestionable, y es que desde que entraron en política el saldo de su cuenta corriente ha aumentado de forma importante.
Se presentaron ante la sociedad como mesías de nuestro tiempo, cuando, en verdad, ansiaban el dinero de la misma forma y cometieron fallos de bragueta -en algunos casos- bastante similares.
Dijeron que iban a “democratizar las instituciones”, a eliminar los aforamientos y a poner coto a los grupos de interés y a las puertas giratorias. Cuando llegó su turno, gritaron aquello de “tonto el último”: quien no utilizó su influencia para pillar un sueldo en un bufete mercantil se enroló en alguna empresa de su ramo o en una de esas consultoras que viven del negocio de la información sin que nadie sepa muy bien qué valor añadido aportan, más allá de molestar a los periodistas. Habrá quien piense que su cara es más dura que un febrero gris, pero su mayor pecado es su deshonestidad: se presentaron ante la sociedad como mesías de nuestro tiempo, cuando, en verdad, ansiaban el dinero de la misma forma y cometieron fallos de bragueta -en algunos casos- bastante similares.
De político ramplón a lobista de relumbrón
Lo de Garzón tiene una derivada que no es menor. Acento no es cualquier cosa. Es la empresa que ha tomado el testigo de Telefónica como el destino ideal para los políticos en retirada. Un lobby que bebe de las ansias de influencia en el poder de sus clientes y que, evidentemente, mantiene hilo directo con algunos de los focos de decisión más relevantes del país. Lo que la política desunía, Acento lo curó con el mismo desinfectante que utilizó Sánchez Llibre en Foment para poner a su servicio a los más espabilados del PP -Martínez Pujalte-, del PSOE -Valeriano Gómez- o del independentismo irredento -Carles Mundó o Elsa Artadi-. Todos comen alrededor de la mesa del Señor. Business is business.
En Acento coinciden Alfonso Alonso, Valeriano Gómez, Elena Valenciano, José María 'oh la Lasalle', el hijo de Esteban González Pons y Pepe Blanco. ¿Para qué? Lo explica este último en la web de la empresa. “Los retos actuales de bienestar de progreso de sostenibilidad de transformación… requieren imprescindiblemente de una confluencia, un entendimiento y una sintonía entre instituciones y empresas; en un marco de total transparencia”. Podría traducirse la frase, pero se entiende así. Sobre Blanco, poco más que decir. Ya lo sabemos, ya lo leímos y, lo que no, ya lo imaginamos.
Con Garzón -contaba El Mundo- querían asegurarse una buena relación con Sumar y, evidentemente, cierta capacidad para que se le pusieran al teléfono éste y aquel, dentro y fuera del partido. El político comunista se iba a prestar a ello. ¡Cómo no! ¿Acaso no se puede ser marxista y lo contrario a la vez? ¿Quién dice que no se pueda defender el fin de las puertas giratorias mientras se cruzan? Lo bueno lo quiero para el pueblo. ¿Yo? No me hagan caso, soy un caso perdido, por eso hago esto. Incluso sería capaz de defender a la industria cárnica en Bruselas tras haber pedido a los españoles que redujeran su consumo. Si me contratan y me pagan...
Pablo Iglesias, con el piolet en la mano
El político ha renunciado al puesto por decoro, aunque reconociendo su frustración por la reacción que ha suscitado “en el espectro de izquierdas”, incluida la de Pablo Iglesias, que, después de traicionarle para apoyar a Yolanda Díaz, le esperaba detrás de la esquina, piolet en mano, ojos en sangre, sonrisa torcida, mala baba. Es verdad que la reprimenda ha sido un poco injusta porque, en realidad, estos personajes ascendieron gracias a nuestra ignorancia y a la credibilidad que tantos y tantos le otorgaron a sus palabras de cambio, de renovación... de oxigenación de la democracia. Pero era evidente que su propósito era el mismo que el de los buscavidas que hasta ese momento se habían movido a codazos para intentar encaramarse al poder. Y era de esperar que tras abandonarlo, iban a actuar de esta forma.
En otros casos, encabezan o encabezaron fundaciones o convencieron a despachos de abogados con promesas descacharrantes. Son todos lo mismo. Viven muy bien gracias a la inocencia y la idiocia de los demás.
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