Con el sorteo de fondo en la radio intentando sacar el trabajo del día para no salir muy tarde y disfrutar algo de las luces, de los mercadillos y de la familia que este año sí ha vuelto por Navidad, se hace difícil no sentir cierto entusiasmo navideño. También es difícil evitar esa decepción seguida de una extraña emoción de alegría cuando los niños de San Ildefonso cantan con exaltación los premios que no nos han tocado, mejorando la vida de personas que no conocemos. Esto último es importante para mantener incólume el espíritu navideño cuando no se lleva ni el reintegro en la pedrea. COMPRUEBA AQUÍ TU NÚMERO.
Por eso seguimos comprando durante años el número de nuestro anterior trabajo, para que el jefe que te pidió que no te fueses --tras no valorarte-- no vuelva a recordártelo, para evitar que aparezca el espejismo del arrepentimiento por haberte atrevido a no conformarte. No hay entusiasmo navideño que resista algo así. Enfrentarnos sin décimo premiado a las decisiones que tomamos en el pasado que cambiaron nuestra suerte.
La lotería de Navidad se creó en España en 1812 para sufragar los gastos de la Guerra de la Independencia contra los franceses con un premio de 8.000 reales. Dos años después se trasladó de Cádiz a Madrid el sorteo y se fue consolidando como una tradición tan celebrada por los españoles que ni siquiera durante la Guerra Civil se suspendió, aunque una España dividida por fratricida celebró por primera vez dos sorteos. Uno en el bando nacional y otro en el republicano.
Sólo la ignorancia de los políticos que ocupan altos cargos en la Memoria Histórica puede salvar que dicho sorteo durante la Guerra, sólo de uno, no haya sido objeto de expropiación del premio a sus herederos. Podría parecer descabellado, pero también lo fue el requerimiento que recibió del Senado, a instancia un senador de compromís por designación autonómica, Carlos Mulet García, el alcalde de un pueblo de 155 habitantes en la provincia de Valladolid, Camporredondo.
El nacionalista pancatalanista preguntó por los acuerdos del pleno que retiraban el nombre a la calle Calvo Sotelo de su municipio advirtiéndole, en caso contrario, de incumplir la Ley de Memoria Histórica basándose en “un trabajo final de un Máster en Diseño de la información y Visualización de Datos cursado en un centro online adscrito a la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona redactado por un creativo publicitario que reside fuera de España”.
Desde una institución local sin recursos, de lo que él mismo denomina la España vaciada y olvidada, se dirige con justo desprecio intelectual y moral a las señorías de la Cámara Alta
La carta de contestación del alcalde de Camporredondo, Javier Izquierdo, que no recibe indemnización alguna, es un regalo de Navidad para todos. Una carta épica en la que comunica y fundamenta su negativa a cambiar el nombre de la calle. Contiene todos los elementos para mantener la esperanza y leerla cada vez que ésta aligere del espíritu. Desde una institución local sin recursos, de lo que él mismo denomina la España vaciada y olvidada, se dirige con justo desprecio intelectual y moral a las señorías de la Cámara Alta dedicadas a malgastar los recursos que extraen de los habitantes de ese pueblo contra ellos mismos.
Pero el que es para mí el nuevo Alcalde de España, con título a perpetuidad y merecedor de una placa en su pueblo, a ser posible en la calle Calvo Sotelo, y en el resto de los 8.000 municipios del país, ha hecho algo con una trascendencia que supera el acto concreto. Porque no es la historia del de abajo levantándose frente al de arriba. Es la historia de un ciudadano que se cuestiona las decisiones del poder que han ido demasiado lejos, con mayor racionalidad y desbordando la valentía que sólo da la convicción de estar haciendo lo correcto.
Si no eres un separatista catalán la acusación de vulnerar la ley es algo serio. Es una ofensa, es la última gota que puede aguantar una persona que se dedica a trabajar y pagar impuestos con la sensación de hacerlo para que otros tengan grandes vidas a su costa, mientras se conforma con poder sacar a sus hijos adelante y pagar la luz. Pero esa situación es tolerable y aceptada por el ciudadano. Lo que cruza la línea es que la fiesta que está pagando consista en destruir lo que es suyo, su país.
Hubiese sido una suerte haber tenido a este alcalde del PP en el Congreso cuando en base a un comité de expertos inexistente se votó cerrar las Cortes
La carta es también una oda a la verdad histórica y a la alta cultura que hay un pueblo, ausente en las altas instituciones en la actualidad. Una reivindicación de la Historia. Una denuncia a la obsesión por destruir y hacer desaparecer a todo el que no desprecie España. Única explicación de retirar una calle con el nombre calvo Sotelo. El odio al que piensa distinto, como una metáfora de cómo murió uno de los que llevaron dicho nombre.
También señala la corrupción de las instituciones al fundamentar sus decisiones en estudios sin rigor alguno que sólo pueden ser un insulto a cualquier ciudadano que acepte someterse a ellas. Hubiese sido una suerte haber tenido a este alcalde del PP en el Congreso cuando en base a un comité de expertos inexistente se votó cerrar las Cortes.
El alcalde de Camporredondo nos ha regalado un ejemplo. En tiempos en los que la Administración está tomando decisiones alejadas del sentido común sin importar la vulneración de derechos fundamentales y sin que sirvan para proteger la salud, los ciudadanos tenemos el deber de apelar a la cordura cuestionando las decisiones y exigiendo que ninguna se adopte alejada de la racionalidad y la legalidad.
Pero por encima de todo, con su carta nos ha regalado un recordatorio navideño de que España es mucho más que los pocos políticos que trabajan contra ella, contra nosotros. Que sólo tenemos que recordar quiénes somos para saber que saldremos de esta oscura y desquiciada época. Ojalá haya caído algo de la lotería de Navidad en Camporredondo. Y en La Palma.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación