Domingo, media tarde. Millones de familias españolas frente al televisor, rebosantes de felicidad. Carlos Alcaraz se ha llevado su primer Roland Garros, remontada épica incluida. Es la consagración de un tenista de primera categoría, que termina el partido con un despliegue de tenis devastador. Todo el mundo está en una nube, excepto en un momento incómodo: el discurso de aceptación de la Copa de los Mosqueteros, en el que Carlos se empantana en un estilo espeso, lastrado por el cansancio, las frases hechas y las limitaciones del inglés. De repente, me pregunto por qué tiene que usar, en ese momento de gloria, un idioma que no es el suyo. ¿Tan complicado resulta ponerle un traductor?
Es probable que el reglamento del torneo obligue a los participantes a usar el inglés pero ninguna batalla cultural se ha ganado sin romper normas. Pienso en la audaz actitud de Bad Bunny, que contesta en español a los periodistas que le abordan en la alfombra roja de los premios que recibe en Estados Unidos, desafiando las lógicas imperiales. En el festival de Coachella de 2023, en el que el artista fue cabeza de cartel, al comienzo de su espectáculo preguntó al público si prefería que les hablase en español o en inglés, recibiendo la respuesta correcta. Aunque muchos periodistas culturales lo traten con desprecio, es un auténtico guerrero de la defensa del nuestro idioma. Se ha ganando de sobra un sillón en la Real Academia de la Lengua.
Cuando usas una de las tres lenguas más habladas del planeta (un espacio geopolitico con 500 millones de personas) optar por usarla es lo más natural
El español y la Hispanidad sufren agresiones continuas cada día, como sabemos bien en el gremio de la prensa. Los expertos en SEO (posicionamiento en Google) recomiendan evitar tildes y eñes porque no le son simpáticas al algoritmo. También censuran contenidos sobre toros, por lo que muchos medios prefieren poner una foto no taurina en sus portadas y que los lectores vean la correcta solamente una vez hayan entrado en el artículo. Estamos ante una posición subordinada, impuesta por la fuerza, por eso cualquier cosa que hagamos a las bravas por defender el español siempre se quedará corta. Será simple y saludable autodefensa.
Alcaraz y la batalla del idioma
Deberíamos tener una ley de Hispanidad, al estilo de la francesa de excepción cultural, por la que todos los canales de comunicación tuviesen que emitir una mayoría de contenidos producidos en nuestro idioma (canciones, linros, series cómicas...) . No es una guerra que pueda ganarse a la defensiva. La primera medida sensata que debería tomarse es que nuestra TVE abriese sedes permanentes en Miami, Ciudad de México, Bogotá, Buenos Aires y Santiago de Chile. El ente público necesita crear un espacio audiovisual hispano al estilo de la BBC, pero evitando su tufo colonial. Los contenidos de los distintos territorios de la Hispanidad deben emitirse en pie de igualdad, contribuyendo a la fraternidad de los los distintos países. Las tropas reguetoneras, traperas y urbanas han ganado más batallas que los tercios, como hicieron los escritores del boom o nuestros mejores cineastas, así que lo mínimo es ofrecerles un escaparate a su altura.
Hace pocas semanas, en uno de sus discursos más delirantes, el ministro Óscar Puente señaló que Pedro Sánchez era "el puto amo", destacando que su nivel de inglés le permitía hablar directamente con cualquier líder internacional, en vez de quedarse aislado en una silla. En realidad, las cumbres nacionales siempre cuentan con traductores y la mayoría de diplomáticos recomiendan utilizar la lengua materna en las charlas con otros diplomáticos para no quedar en posición de desventaja. Cuando heredas una de las tres lenguas más habladas del planeta (un espacio geopolitico con 500 millones de personas) usarla es lo más natural.
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