El resultado de las elecciones federales alemanas del pasado 26 de septiembre no gustó a nadie. Ganó el socialdemócrata Olaf Scholz, pero con un porcentaje y un número de escaños en el Bundestag muy insuficiente para gobernar. Necesitaba no un socio, sino dos si pretendía ser investido canciller. En esta legislatura el Bundestag tiene 736 diputados, lo que deja la mayoría absoluta en 369. Los socialdemócratas sólo ganaron 206, por lo que necesitaba a los 118 de los Verdes y a un tercer socio que les pusiese los 45 que les faltaba.
Eliminado el CDU por razones obvias, quedaban sólo dos fuerzas en el parlamento: los liberales del FDP y Alternativa por Alemania. Die Linke, el partido de extrema izquierda acaudillado por Dietmar Bartsch se dio un buen batacazo en las elecciones y sólo ganó 39 escaños, por lo que quedó eliminado desde el primer momento. Sólo podía ser con los liberales de Christian Lindner. A esa coalición formaba por el SPD, los Verdes y los liberales se le conoce en Alemania como “semáforo”. Nunca se había ensayado a escala federal por lo que era una incógnita si iban a ponerse de acuerdo.
No cabía además la opción de una gran coalición como la que gobernaba hasta la fecha. Ni socialdemócratas ni conservadores querían hablar de ella así que o salía el semáforo o salía el semáforo, no había plan B. De lo contrario tendrían que repetirse las elecciones, algo de los que los alemanes no quieren ni oír hablar. La suya es una república parlamentaria, ellos han emitido su voto y la labor de los elegidos es ponerse de acuerdo. No existe el recurso de “no puedo formar Gobierno luego intentémoslo otra vez” que tanto nos gusta en España.
No parece un cambio revolucionario, algo que, vistos los resultados electorales, los alemanes tampoco querían. El pacto que han firmado confirma esa sospecha
Los elegidos se sentaron a negociar la semana siguiente a las elecciones. Algo similar había sucedido en 2017 cuando se encontraban con el mismo problema, Merkel había ganado, pero cabía la posibilidad de armar una coalición semáforo que sumaba más escaños que los de la CDU. La intentaron, pero los liberales se levantaron pronto de la mesa y aquello no avanzó. La formación de Gobierno se demoró meses, hasta febrero de 2018, cuando Merkel y el SPD anunciaron que reeditaban la gran coalición otros cuatro años. Esta vez no quedaba otra que sacar el semáforo adelante porque no había otra, así que socialdemócratas, verdes y liberales continuaron la negociación donde la dejaron hace cuatro años. Los tres salieron fortalecidos tras su paso por las urnas. Todos podían sacar pecho y poner condiciones. Pero sólo uno podía exigir la cancillería.
Ese es Olaf Scholz, que desde la semana próxima será el nuevo canciller, el hombre que reemplace a Angela Merkel. Es muy conocido en Alemania porque, aparte de ser el líder del Partido Socialdemócrata, hasta ahora ha ejercido de ministro de Finanzas y de vicecanciller. Además de eso durante años fue alcalde de Hamburgo, que es la segunda ciudad del país. No parece un cambio revolucionario, algo que, vistos los resultados electorales, los alemanes tampoco querían. El pacto que han firmado confirma esa sospecha.
El acuerdo es muy largo y consiste básicamente en repartirse áreas de influencia dentro del Gobierno. Junto a eso, un plan de acción inmediato en el que los asuntos climáticos tienen especial protagonismo. Los tres socios han acordado eliminar gradualmente la generación eléctrica con carbón. Pretenden prescindir por completo de este combustible para el año 2030, ocho años antes de lo previsto y, para ese mismo año, que las energías renovables supongan el 80% del mix energético, el doble que ahora. Este es el precio que Scholz ha tenido que pagar para subir a los Verdes al carro.
Si echamos un vistazo a cómo se ha atendido la demanda eléctrica en el país durante el primer trimestre de este año, observamos que las renovables han aportado el 41,4% de la electricidad
Es una apuesta arriesgada porque, a diferencia de otros países de Europa como Francia, España o el Reino Unido, en los que el carbón prácticamente ha desaparecido de la generación eléctrica, en Alemania es muy importante. Si echamos un vistazo a cómo se ha atendido la demanda eléctrica en el país durante el primer trimestre de este año, observamos que las renovables han aportado el 41,4% de la electricidad seguidas por el carbón con el 26,2%. A mucha distancia está el gas natural con el 16,7% y la nuclear con el 11,7%. El carbón en Alemania es, además, en buena medida de producción nacional por lo que las minas tendrán que cerrarse. Alemania es el mayor productor mundial de lignito, un tipo de carbón con un porcentaje bajo de carbono. Lo extrae en inmensas minas a cielo abierto en el norte y el este del país que llevan en la mira de los ecologistas desde hace muchos años, pero que no se cierran porque es un combustible muy barato que aporta algo así como el 10% de la energía eléctrica que consume el país.
A pesar de que los subsidios energéticos, los impuestos y un sinfín de regulaciones han disparado los precios de la energía, que se elimine el carbón y las minas de lignito es algo popular entre los votantes alemanes. Hoy el precio del kilovatio en Alemania figura entre los más altos de Europa y eso está comprometiendo muchos presupuestos familiares y la viabilidad de algunas empresas cuyo consumo de electricidad es intenso. Cabe preguntarse si seguirán siendo populares estas políticas climáticas si el precio de la luz se mantiene al alza. Eso sí, a Scholz siempre le queda la posibilidad de jugar a poli bueno-poli malo culpando a los Verdes del desaguisado.
La industria automotriz
Respecto al petróleo, también quieren sustituirlo y eso es aún más popular. En Alemania el electorado compra de forma entusiasta cualquier tipo de eslogan ecologista. El problema es que la industria automotriz es muy poderosa y, aunque está ya adaptándose a los vehículos eléctricos, esa transformación aún llevará unos años. Además, si el parque móvil alemán (formado por 48 millones de vehículos a motor) se electrifica la que tendrá que ponerse al día será la red eléctrica y ahí volvemos al problema de la generación y la distribución.
Si Alemania prescinde del carbón y de las nucleares tendrá que atender una demanda recrecida sólo con renovables y gas natural. La generación renovable es intermitente, necesita un respaldo fósil o nuclear para cuando no luzca el sol o no sople el viento. Todavía no es posible almacenar en baterías de forma económica esa energía de origen renovable. Sin carbón y sin petróleo lo único que les queda es el gas, que en Alemania se importa básicamente de Rusia. Los Verdes rechazan también al gas y se niegan a que se importe de Rusia, pero la alternativa es pedir a los alemanes que apaguen la luz de casa y se calienten con licor. Esto último no parece viable, luego la transición energética en Alemania consistirá, como ya ha sucedido en España, en pasar de depender del carbón a hacerlo del gas natural.
Para convencer a los liberales de embarcarse en el Gobierno, Scholz ha tenido que pagar un precio más asumible. El FDP se había marcado como línea roja el incremento de impuestos, algo que los socialdemócratas traían en la cartera. Scholz había prometido incluso un impuesto especial a los ricos, pero tendrá que olvidarse de él por ahora. Lindner ha hecho, con todo, una excepción dando por buenos los impuestos relacionados con las emisiones de dióxido de carbono. Por ahí ni Scholz ni Annalena Baerbock, la líder de los Verdes, estaban dispuestos a pasar. La carbonofobia es una de las religiones de nuestro tiempo y nadie quiere pasar por hereje para que no le quemen en la hoguera.
Lindner hará todo lo que esté en su mano para no elevar el techo de deuda y no gastar más dinero del estrictamente necesario en los planes de reactivación económica
Lo que si ha conseguido Christian Lindner es el influyente ministerio de Finanzas, el mismo que durante años ocuparon pesos muy pesados como Wolfgang Schaüble y Theodor Waigel. En Alemania el ministerio de Finanzas, cuya se sede se encuentra en el antiguo cuartel general de la Luftwaffe de Hermann Göring, es el encargado de recaudar impuestos y de elaborar el presupuesto. Lindner hará todo lo que esté en su mano para no elevar el techo de deuda y no gastar más dinero del estrictamente necesario en los planes de reactivación económica. No se encontrará con la oposición del canciller Scholz, que hasta ahora ha sido ministro de Finanzas y, por si algo se ha caracterizado, es por ser muy ahorrativo y mirado con el dinero del contribuyente, algo que le ocasionaba críticas continuas en las filas de su partido.
Para aplacarles, durante la campaña electoral el SPD vendió como un reclamo social irrenunciable el aumento en el salario mínimo. Esto si ha logrado que los liberales se lo respeten. Actualmente se encuentra en 9,6 euros la hora, desde el año próximo pasará a ser de 12 euros. Junto a eso, el Estado se encargará de financiar la construcción de 400.000 viviendas nuevas cada año durante toda la legislatura, algo a lo que ni Verdes ni liberales han puesto problemas porque con algo habrá que animar a la economía alemana después de la pandemia.
Los Verdes tienen un programa mucho más duro que el de los socialdemócratas. No les gusta ni el Gobierno chino ni el Gobierno ruso
Los Verdes, aparte de llevarse el premio gordo con el cierre de las minas y las centrales de carbón, se hacen con el ministerio de Asuntos Exteriores, algo que venían persiguiendo desde hace tiempo. En materia exterior, los Verdes tienen un programa mucho más duro que el de los socialdemócratas. No les gusta ni el Gobierno chino ni el Gobierno ruso. Fundamentan su aversión a sendos regímenes en que violan de manera sistemática los derechos humanos, lo cual es cierto, pero eso tiene implicaciones económicas directas. Alemania es el país europeo que más y mejor exporta a China, por eso Merkel trataba a Xi Jinping con tanta delicadeza. Respecto a Rusia, el país depende de su gas y su carbón para calentarse y mantener el fluido eléctrico. En el centro de toda la polémica está el Nord Stream 2, un gasoducto de 1.200 kilómetros de longitud que une Rusia y Alemania bajo las aguas del Báltico, al los Verdes se oponen a pesar de estar ya concluido y listo para entrar en operación. Pero sin gas los alemanes se quedarán a oscuras o tendrán que importar electricidad de Francia generada en reactores nucleares o de Polonia, donde el carbón es el rey y lo seguirá siendo.
Podría suceder que los miembros de la coalición pasen mucho más tiempo del conveniente discutiendo en los consejos de ministros. En muchos temas, Scholz verá como los liberales apuntan hacia una dirección y los verdes hacia otra. El plan proporciona un acuerdo base, pero siempre habrá cosas que no se podían prever o que se eludieron a propósito para sacar la coalición adelante. Eso aún no lo sabemos, pero muchos en Alemania ya están echando de menos a Merkel antes de que se haya ido.
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