Opinión

Alemania sin rumbo

Scholz era un director de orquesta al que sus músicos apenas hacían caso

El canciller alemán Olaf Scholz perdió el lunes una moción de confianza en el Bundestag, lo que le ha llevado de cabeza a la convocatoria de elecciones anticipadas que se celebrarán el próximo 23 de febrero. A nadie le sorprendió el desenlace de un drama que dio comienzo hace unos meses cuando el Gobierno de coalición empezó a fragmentarse hasta que colapsó por completo a finales de noviembre. Este Gobierno, forjado en 2021 tras las elecciones que marcaron el fin de la era Merkel, ha estado plagado de conflictos internos. Los socios simplemente no se entendían. Socialdemócratas y Verdes iban en una dirección, los liberales en la contraria. De marchar las cosas bien podrían haber encontrado puntos de encuentro, pero en Alemania la economía no marcha. Los desacuerdos entre los miembros del gabinete se habían convertido en la comidilla de los periodistas parlamentarios que mostraban a Scholz como un director de orquesta al que los músicos no le hacían caso.

El enfrentamiento final se produjo hace un mes. Scholz presentó un plan para incrementar la recaudación fiscal y estimular la economía con gasto público. El jefe de los liberales, Christian Lindner, no estaba de acuerdo, quería hacer exactamente lo contrario, reducir el gasto y bajar los impuestos. No había posibilidad alguna de entendimiento y la coalición saltó por los aires. Consciente de que no contaba con la mayoría necesaria para gobernar, Scholz optó por una moción de confianza que sabía que perdería. Las mociones de confianza son la vía que ofrece la Constitución alemana para forzar la disolución del Parlamento cuando un gobierno no puede gobernar. En 1949 introdujeron en la Constitución esta válvula de escape para evitar la inestabilidad permanente que castigó a la República de Weimar, caracterizada por Gobiernos débiles fácilmente influenciables desde la calle.

El Bundesbank pronosticó hace unos días otro año de estancamiento, el tercero consecutivo. Esto puede empeorar ya que en la Casa Blanca no van a tener precisamente un amigo y la competencia industrial china no hace más que intensificarse

De haber sucedido esto hace un par de décadas no habría pasado nada. A Scholz le hubiese bastado con buscar apoyo en la oposición y formar otra coalición, pero la política alemana ha cambiado mucho desde entonces. La fragmentación parlamentaria es la norma y eso complica la formación de coaliciones estables. Los partidos tradicionales como SPD, CDU, FDP y Los Verdes han visto cómo su base electoral se reduce, obligándoles a buscar alianzas con partidos más pequeños y menos alineados ideológicamente. Esa es la razón por la que, durante el debate de confianza, Scholz apeló directamente a los votantes, preguntándoles si querían aclarar el panorama político en las urnas. Daba así comienzo a la campaña electoral antes incluso de convocar elecciones.

Pero los problemas políticos no son más que un reflejo de los económicos. La economía alemana no atraviesa su mejor momento. El Bundesbank pronosticó hace unos días otro año de estancamiento, el tercero consecutivo. Esto puede empeorar ya que en la Casa Blanca no van a tener precisamente un amigo y la competencia industrial china no hace más que intensificarse. Sumémosle a eso las tensiones geopolíticas como la guerra de Ucrania o las dudas sobre la cohesión de la OTAN. Demasiados problemas juntos para un país que es adicto a la estabilidad.

Uno de los problemas fundamentales es el coste de la electricidad, mucho más alto que en Estados Unidos o en China. El causante de esto es una política un tanto suicida que en Alemania conocen como “Energiewende” (cambio o transición energética), una ocurrencia de Angela Merkel tras el accidente de la central de Fukushima en 2011

En Francia, la segunda economía europea, se encuentran en una situación similar. La oposición acabó con el Gobierno de Michel Barnier a principios de diciembre obligando al presidente Macron a nombrar primer ministro con carácter de urgencia a una vieja gloria, François Bayrou, que se había retirado como alcalde de Pau, la capital de su región natal. Pero en Alemania no cabe una solución así. La República Federal tiene presidente, un viejo socialdemócrata llamado Frank-Walter Steinmeier, pero es lo más parecido a un jarrón chino. Todo el poder reside en el Bundestag, que es quien pone y quita cancilleres. Las encuestas sugieren una posible victoria de la CDU de Friedrich Merz, pero probablemente necesitará coaliciones para gobernar, diluyendo así su ambiciosa agenda de reformas económicas.

La economía es casi lo único que preocupa hoy a los alemanes. El país se encuentra en un proceso de desindustrialización acelerada desde hace años. Uno de los problemas fundamentales es el coste de la electricidad, mucho más alto que en Estados Unidos o en China. El causante de esto es una política un tanto suicida que en Alemania conocen como “Energiewende” (cambio o transición energética), una ocurrencia de Angela Merkel tras el accidente de la central de Fukushima en 2011. Sus defensores pretendían abandonar los combustibles fósiles y la energía nuclear sin que eso afectase a la industria ni a los consumidores. Un objetivo poco realista que ha resultado en altos precios de electricidad, aumento del uso de carbón y, por ende, mayores emisiones de CO2, que es justo lo que querían evitar.

La competitividad de Alemania ha disminuido frente a China, que ha aprovechado su acceso a gas ruso y petróleo iraní baratos y ha escalado en la cadena de valor industrial. Desde la automoción hasta la tecnología de baterías, China ha superado a Alemania, gracias a estrategias como las empresas conjuntas y la adquisición de empresas alemanas. La respuesta de la UE a este auge industrial de China ha sido lenta y poco efectiva. Los intentos de proteger industrias estratégicas como la de baterías han sido tardíos y no muy eficaces. Se han encontrado, además, con resistencias internas, como las de Hungría de Viktor Orbán, que ve con buenos ojos la inversión china porque es su principal beneficiario.

La incertidumbre política puede empeorar los problemas económicos al retrasar reformas importantes. Los empresarios y analistas no terminan de confiar en que las cosas se arreglen en 2025. Los sondeos de intención de voto dan la victoria a los cristiano-demócratas de Friedrich Merz, pero no por mucho

El descontento en Alemania ha alimentado el surgimiento de partidos populistas como AfD y el movimiento de Sahra Wagenknecht, que aprovechan los temores sobre la inmigración, las agresivas políticas medioambientales y la relación con Rusia para ganar apoyo, especialmente en las áreas industriales en declive y en los “Länder” del este. Ambos partidos han estado bajo escrutinio por posibles actividades anticonstitucionales, lo que plantea cuestiones sobre la capacidad de Alemania para integrar estos movimientos dentro de su sistema democrático sin perder legitimidad.

El impacto de la crisis política sobre la economía es notable. La incertidumbre política puede empeorar los problemas económicos al retrasar reformas importantes. Los empresarios y analistas no terminan de confiar en que las cosas se arreglen en 2025. Los sondeos de intención de voto dan la victoria a los cristiano-demócratas de Friedrich Merz, pero no por mucho, apenas un 30% de los votos frente a un porcentaje similar que conseguirían socialdemócratas y ecologistas. Quien si puede mejorar mucho sus resultados es la derecha identitaria de Alternativa por Alemania, que en las encuestas se ha colocado ya en el 20%, un resultado similar al del SPD.

La campaña electoral no dará comienzo oficialmente hasta pasadas las festividades navideñas, pero todos los partidos están ya en modo electoral. Para la CDU el objetivo es recuperar la cancillería que perdieron en 2021 tras la derrota de Armin Laschet, pero no podrán hacerlo en solitario, si ganan tendrán que escoger socio y no es seguro que los liberales estén disponibles, por lo que quizá tenga que mirar a su derecha o reeditar una gran coalición como la de 2017. Reparar la economía no será tan fácil. Ahí son muchas las reformas que deben hacer y no parece claro que ni a izquierda ni a derecha estén dispuestos a abordarlas.

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