Stefan Zweig, en “El mundo de ayer. Memorias de un europeo” comienza de este modo el capítulo “Incipit Hitler”: “Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época. Por esta razón no recuerdo cuándo oí por primera vez el
nombre de Adolf Hitler, ese nombre que ya desde hace años nos vemos obligados a recordar o pronunciar en relación con cualquier cosa todos los días, casi cada segundo, el nombre del hombre que ha traído más calamidades a nuestro mundo que cualquier otro en todos los tiempos.”
Estas palabras fueron escritas poco antes del suicidio de este escritos y pensador en Petrópolis (Brasil), la ciudad en la que se exilió en 1942. La devastación y horror que provocaron el nazismo y el fascismo tuvo como consecuencia inevitable que la mención a Hitler y derivados continuara mucho más allá de su muerte. Al principio, y en las décadas posteriores, esta obsesión tenía toda su razón de ser, especialmente cuando el comunismo seguía vivito y coleando en la URSS y sus satélites (aún hoy se mantiene en pie, inexpugnable, sin que parezca crearnos excesiva preocupación).
El fascismo, sin embargo, se nos ha gastado de tanto usarlo. Es la pura vacuidad hecha palabra, exabrupto, consigna estéril, mantra a repetir incansablemente con objeto de aniquilar el mal, ya sea éste Núñez Feijoo, la violencia machista o, incluso, el clima de Pamplona. Si el fascismo, en última instancia, es todo lo que nos genera rechazo, lo justo sería incluir el clima de Pamplona, ¿Por qué no? Ya existen “estudios” que asocian el cambio climático con la masculinidad. La imaginación es la gran protagonista de nuestra era, no el fascismo. Eso, o la machacona alerta antifascista ha resultado igual de exitosa que intentar invadir Rusia por tierra en plenoinvierno.
El fascismo, sin embargo, se nos ha gastado de tanto usarlo. Es la pura vacuidad hecha palabra, exabrupto, consigna estéril, mantra a repetir incansablemente con objeto de aniquilar el mal
¿Es el fascismo una fuerza tan arrolladora que, a pesar de la Agenda 2030, de las políticas de la Unión Europea, del movimiento woke, de la escuela y universidad ideologizadas, de Netflix y de jugadores de fútbol arrodillándose contra el racismo ha sabido calar en las mentes de los ciudadanos, obligándoles a votar mal? ¿Son los antifascistas tan torpes que, a pesar de cantar el Bella ciao y representar el lado bueno de la historia, a pesar de todas sus advertencias, sólo han logrado que la gente en democracia vote lo que le dé la real gana? ¿Qué será lo próximo? Lo próximo será el triunfo del fascismo, del llanto y crujir de dientes, nos advertirá la progresía (y hará bien), recordándonos que Hitler accedió al poder en el contexto de una democracia liberal y a través de cauces constitucionales.
¿Son los antifascistas tan torpes que, a pesar de cantar el Bella ciao y representar el lado bueno de la historia, a pesar de todas sus advertencias, sólo han logrado que la gente en democracia vote lo que le dé la real gana?
¿Qué hacemos con la democracia, entonces? Quizá deberíamos suspenderla directamente dado que, a pesar de todos sus esfuerzos, el populacho no hace otra cosa que repetir una y otra vez el mismo error histórico, el fiar los gobiernos a la voluntad general. Ya nos lo advirtió Platón, entre otros. La eterna tentación totalitaria. La pregunta es: ¿Quién encarna esta pulsión actualmente? Si nos atenemos a lo que nos cuenta Zweig, deberíamos tener presente que a los contemporáneos no nos es dado conocer quiénes serán los monstruos del mañana, por más empeño que pongamos. Sospecho que dicho esfuerzo es todavía más infructuoso si tratamos de localizar quién es la reencarnación de Hitler, en lugar de atenernos a los naturales cambios de contexto y circunstancias que explican la actualidad que vivimos. Menos alerta antifascista y, sobre todo, menos despreciar a la gente humilde que ha dejado de votar a quienes se consideran sus mejores valedores.
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