En abril del pasado año, Pedro Sánchez organizó una minigira africana para atacar desde el aire a Isabel Díaz Ayuso. En una inesperada y estrambótica rueda de prensa, a 10.000 metros de altitud, el presidente del Gobierno desconcertó a los periodistas con un ejercicio de ensañamiento contra la lideresa madrileña en unos términos desorbitados. La llegó a situar a la cabeza del ranking de los peores gestores de la pandemia, una desastre casi apocalíptico, y resaltó, en contra de la estadística oficial, que Madrid registraba por entonces 'los peores datos de toda España'. Eran las vísperas del 4M y los nervios hacían temblar a Ferraz y producían estertores en el corazón de la Moncloa. Ayuso cabalgaba en las encuestas y el candidato del PSOE, aquel Ángel Gabilondo que aterrizó luego en el sillón como defensor del Pueblo, se hundía con su escaso crédito en la más profunda de las ciénagas.
Similar operación de vileza superlativa y aeronáutica acaba de ejecutar el mismo protagonista. Una sobrevenida conversación de Sánchez con los medios en pleno vuelo, rumbo ahora a Lituania, donde buscaba su fotito castrense y rámbica. Esta vez el ensañamiento del verbo presidencial, que suele oscilar entre la toxicidad y la mentira, estuvo centrado en la figura del Rey padre, a quien la Fiscalía de 'doña Dolores' acaba de exonerar de todos los asuntos que supuestamente tenía pendientes con la Justicia y que, en realidad, jamás fueron tales. Unos por prescripción y otros por inviolabilidad, don Juan Carlos jamás ha sido citado ni como testigo, ni como investigado, ni menos aún como procesado, en los tribunales.
Lejos pasar página con un asunto tan finiquitado como doloroso, quiso Sánchez, no solo hurgar en la herida, sino convertirla en titular de primera página
El rey padre había cursado una misiva a su hijo, redactada en comandita por su abogado, junto al jefe de la Casa y algún amanuense de la Moncloa, en la que asumía su papel de exiliado voluntario y quizás eterno, anunciaba que volvería a su patria de vez en cuando y que se alojaría en casas de amigos, nada de la Zarzuela. Un adiós a un retorno a la normalidad y la asunción del castigo por sus graves errores de antaño. Lejos pasar página con un asunto tan finiquitado como doloroso, quiso Sánchez, no sólo hurgar en la herida, sino convertirla en titular de primera página. De ahí su comparecencia ante la prensa en pleno vuelo para asegurar, en ese tono de inmarcesible soberbia que pretende disimular con un tonillo de voz empalagoso y suavón, que don Juan Carlos 'debe muchas explicaciones' y le reclamó, una vez más, que 'aclare sus actividades'.
Los informadores se quedaron petrificados en la cabina. Europa en guerra, Rusia arrasando el país más grande del continente y exterminando civiles como un poseso sanguinario y el jefe del Gobierno español ofuscado en arremeter contra la figura de quien algo tuvo que ver en el retorno de la democracia y quien, por otra parte, ha saldado sus cuentas con Hacienda y acaba de recibir las bendiciones irrefutables de la Justicia.
"Hobre, hombre, no se pude vivir sin siquiera un ápice de piedad", clamaba Dostoievski, ahora rehabilitado. Sánchez no dudó en abofetear la figura de don Juan Carlos, ahora reducida a una sombra insomne, un personaje inofensivo, que vive alejado de su país, que no abre la boca y apenas da que hablar, por dos motivos evidentes. El primero, desviar foco de la angustia que zarandea a la sociedad española ante el irrefrenable aumento de los precios de la energía, traducido en recibos inasumibles e impagables de luz, gas, gasolina y derivados. En estos casos, agitar el señuelo del 'Emérito' tiene respuesta inmediata en los medios sanchistas, los que mangonean los 'Migueles, que se encelan con la figura del anterior jefe del Estado y se olvidan así de dar cancha a la 'pobreza energética' con la que crucficaron a Rajoy cuando la luz subía dos céntimos.
Se trataba de templar gaitas con sus socios morados, muy levantiscos por la actitud 'belicosa' y beligerante de Moncloa ante la agresión del criminal de Moscú contra Ucrania
La embestida de Sánchez, con todo, va mucho más allá. Zarandear la figura de don Juan Carlos es hacerlo también con la del hijo y, al tiempo, con la propia institución. Nunca ha sido tan hostigada la Corona como desde la llegada de Sánchez y su banda trapera de Frankenstein al poder. Una obsesión inclemente que ha conocido episodios ridículos, escenas chuscas, inaceptables afrentas e insultos estridentes. En esta ocasión, se trataba de templar gaitas con sus socios morados, muy levantiscos por la actitud 'belicosa' y beligerante de Moncloa ante la agresión del criminal de Moscú contra Ucrania. Dos soplamocos intempestivos en el rostro de don Juan Carlos y las fierecillas moradas, las del 'partido de la guerra', parecieron calmarse.
El maltrato a la Corona tendría, sin embargo, un segundo episodio en Santiago de Chile, donde Felipe VI acude a la investidura del joven presidente del país, Gabriel Boric, quien llega al Palacio de la Moneda impulsado por la oleada radical que removió a la sociedad transalpina tras unos largos meses de revueltas y violencia. Le han asignado al Rey, como compañeros de viaje, a la vicepresidenta Yolanda Díaz y a la ministra de Igualdad Irene Montero, a quienes se vio cuchicheantes y dicharacheras al descender del avión, una de ellas en zapatillas, y sin mantener esa compostura que se supone en quien comienza una visita oficial a otro país.
La ministra de Igualdad, con la aridez intelectual de un puercoespín, ha frecuentado, en su vertiginosa escalada todo tipo de jaculatorias muy poco amables hacia la Monarquía. "Es algo de otro siglo, que se parece demasiado a quienes pisotean España, esos corruptos, buitres financieros, banqueros...". "Es muy difícl separar a la Corona de la corrupción". "La Casa Real tiene un presupuesto brutal de 8 millones de euros". No ha mencionado que acabamos de asjudicarle a su inútil y prescindible Ministerio algo más de 20.000 millones para que la mujer pueda ir al médico sin prisas y tomar un café sin agobios. "Economía de la vida", lo llama.
Su idea del Rey es una especie de holograma con corona, que no abre la boca más que cuando debe, sale de Palacio cuando se le ordena, sin apenas agenda propia, con mínima presencia social y una relevancia mediática menguante
Sánchez no sólo disfruta, sino que anima estas agresiones a la Institución. Su idea del Rey es una especie de holograma con corona, que no abre la boca más que cuando debe, no sale de Palacio más que cuando se le ordena, sin apenas agenda propia, con mínima presencia social, menos relevancia mediática que el utillero del Albacete y sin más momento de relativo brillo que en el mensaje de Navidad, ahora emborronado por los censores de la presidencia del Gobierno. "No vamos a entrar en dinámica alguna que pueda lastrar, condicionar, enturbiar y perjudicar la estabilidad del sistema", explicó un portavoz socialista, tras conocerse la misiva de Abu Dabi, a modo de excusatio non petita.
Sánchez intensifica sus desplantes al monarca al ritmo que se agita e incendia el malestar social por los recibos de la luz y todo lo demás. "Es la guerra de Putin", se empeña en proclamar, con escaso éxito. Por eso azuza a las ministras de la jauría podémica, para que arruinen el viaje del Rey con su infatigable estrépito mientras él se abraza en Bruselas apasionadamente a un Macron enfebrecido y sobón. "Creo que don Juan Carlos debe volver a España", sentenció Felipe González en una reciente emisión televisiva. No es del mismo criterio el PSOE que ocupa desde hace tres años la Moncloa, empeñado en socavar la monarquía parlamentaria, la convivencia democrática y el edificio constitucional. ¿Quién es el próximo que quiere escupir a la Corona? Bolaños da la vez.