No es lo más adecuado empezar un artículo con una pregunta pero ahí va: ¿Cómo es posible que un partido que se ha hundido hasta el punto de quedarse con menos escaños que los perdidos no genere de inmediato una crisis en su dirigencia? Tengo de Pablo Casado una buena opinión, y tengo la peor del equipo que ha firmado junto a él el peor resultado de este partido desde que se llama Partido Popular. Nadie le está pidiendo a que haga una barbaridad antes de las elecciones del 26-M, que eso sería ponérselo muy fácil a Albert Rivera, pero tras esos comicios de Mayo el PP debería entender que así no puede seguir. O simplemente que no van a poder seguir.
Yo no sé si el PP amerita una refundación, una gestora o una disolución, pero creo saber, como lo saben muchos de sus simpatizantes, que aquellos dirigentes que llenaron las listas de toreros, apellidos de renombre, tertulianos, y jovencitos y jovencitas sin las ideas claras no pueden continuar ahí. Que aquellos dirigentes, con Casado a la cabeza, que se fueron del centro para, nerviosos y asustados, competir con la extrema derecha de Vox han destrozado al partido. El PP se hunde, y probablemente estemos viendo sólo el principio ante el enroque de sus dirigentes en sus despachos. Inaudito. ¿Es posible que no haya ahí alguien con un mínimo de vergüenza torera que lo vea? La plaza casi vacía, el ganado puro desecho de tienta y la cuadrilla con menos oficio que una partida de monosabios. Eso es el PP hoy martes.
¿Es Rajoy culpable de la debacle? Rajoy no se ha presentado a las elecciones ni ha diseñado la campaña ni ha seleccionado a tanta mediocridad
Escucho en todas las radios y leo en muchos sitios que es la herencia recibida de un Rajoy incapaz y blandiblú la culpable de que hoy estén así. Puede ser. Pero Rajoy no se ha presentado a las elecciones ni ha diseñado la campaña ni ha seleccionado a tanta mediocridad. El agotamiento en las ideas y la falta de respeto por sus verdaderas raíces que sujetaron al PP a la moderación y al centro se echaron a perder en el mismo momento en el que Casado y los suyos vieron como Vox reventaba plazas de toros y polideportivos. Y hoy ya sabemos -en realidad eso ya lo sabíamos si hubiéramos recordado como llenaba sus mítines Fuerza Nueva y que poquitos la votaban después- que una cosa es el ruido y las banderas y las emociones y los patéticos vivas a España de gente que sólo quiere su España y otra los votos que entran en las urnas.
Nadie sabe, ni siquiera Pablo Casado, qué va a pasar en el partido del que es presidente. Pero seguro que no tiene duda alguna de que un segundo revolcón en mayo lo dejará con la figura descompuesta y presto para el arrastre. Mejor prepararse. No vale con el reconocimiento del fracaso si después el fracaso no tiene nombres y apellidos. Y los tiene. Urge hacer algo, al menos algo que envíe un mensaje de que la debacle no debe salir gratis. O el PP se fortalece desde dentro y lo hace con diligencia y sin complejos o ya no habrá dudas de que Albert Rivera a hará realidad su sueño de invadir sin remilgos todo el espacio que el PP gratuitamente va dejando. De Rivera, Casado no va a recibir ningún apoyo, y lo sabe; de Vox tampoco, y lo sabe; de su equipo y de sus nuevos diputados lo justo, porque justos o muy justitos son la mayoría. Y sacar de paseo el bigote rancio de Aznar sólo ha traído una mezcla de miedo y cachondeo en forma de memes que no ha hecho ningún favor a líder conservador.
El cuatro de marzo de 1933 Franklin Delano Roosevelt fue investido presidente de los EE.UU y recibió un país paralizado por la Depresión. En su discurso de investidura dijo solemne que “lo único que hemos de temer es al mismo miedo”. Es una pena que Casado no haya leído “La Conjura de América”, de Philip Roth, libro que le hubiera enseñado a enfrentarse sin miedo y con gallardía, y sin renuncias ideológicas, a un partido de extrema derecha que sólo aportaba, como programa político, mentiras, promesas imposibles y emociones rancias. Es una pena, pero empieza a ser tarde. Muy tarde, señor Casado.
Antes de terminar
Cada vez que Albert Rivera diga que su única obsesión es España, la democracia, la regeneración y la Constitución me tocaré el bolsillo de la cartera. Alguien estará metiendo la mano. Rivera, el mismo que en 2016 se abrazó a Pedro Sánchez, es hoy rehén de la estrategia y del tactismo político. También luciría bien con él Iván Redondo, jefe de Gabinete del presidente del Gobierno, que aquí no cabe la ética y menos la moral.
Si Sánchez termina a merced de los arribistas de Podemos y de los independentistas catalanes, Rivera tendrá que dar una explicación de cómo un político como él ha llegado al punto de ver consumirse la Nación a la espera de su oportunidad. Y entonces será tarde. Muy tarde, señor Rivera. Incluso para creerle.
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