Opinión

¡No abraséis al pelotero Almeida!

Un encargo endiablado. El 'alcalde de todos los madrileños' deberá descender al barro, a la contienda. Casado promociona a Almeida con un nombramiento erizado de riesgos

Hasta hace nada era un eficaz pelotero en el PP de Madrid. Depurada técnica, buen controlador del centro del campo, fiable estratega, creador de juego. Casado le parachutó a un puesto más ofensivo, cabeza de lista en las municipales y ahí, tras una serie de afortunadas carambolas, una buena noche se topó con la vara de mando y se fue a la cama como alcalde de Madrid. Triunfó en el puesto, se consagró durante la pandemia, ascendió su cotización y ahora José Luis Martínez Almeida (Madrid, 45) acaba de ser encumbrado a la figura de 'crack' nacional, el número tres del PP, en la primera línea del ataque, donde se marcan goles y se ganan partidos, donde se concentran los fotógrafos y donde se encela el público. Donde un jugador se consagra o se hunde. Almeida, de modesto pelotero a restallante goleador.

Casado al fin se libró de Cayetana Álvarez de Toledo, la portavoz más brillante y beligerante del Hemiciclo e improvisó una fórmula para situar a Almeida como número tres de su formación

También esto ha sido una carambola. Casado se libró de Cayetana Álvarez de Toledo, la portavoz más brillante del Hemiciclo, un puesto que quizás no se le debió ofrecer, e improvisó una fórmula compensatoria. Todo se apañó en unas horas. Almeida por Cayetana, misma generación, similares raíces aznaristas, padrinos comunes, soltura expresiva... Un portavoz que entra por el que sale. Y aquí no ha pasado nada. 

A Casado, como a Rajoy, le agrada el orden, la calma y las cosas en su sitio. Huyen del ruido y detestan las polémicas. Rajoy cumplió con lo que se espera del presidente de un partido: decapitar a los discrepantes y rodearse de un equipo próximo y leal. La solvencia y la eficacia, ya si eso... Así lo hizo también Aznar mediante Cascos, así González con Guerra, o el propio Sánchez mediante Lastra-Ábalos. Es lo que toca. Casado, dos años después de llegar a la planta más noble de Génova, aún no ha logrado consolidar su liderazgo y despejar la organización de trepas y traidores. Está rodeado de barones desleales, proclives a la insidia y la traición.

Consintió que Teodoro García Egea, su mano derecha, le propiciara un soberbio patadón a Alfonso Alonso, pieza de caza menor, ocho diputadines en el País Vasco y un horizonte político inservible

Meses atrás, en un rapto de decisión y coraje, consintió que Teodoro García Egea, su mano derecha, le propiciara un soberbio patadón en el trasero a Alfonso Alonso, una pieza de caza menor, ocho diputadines en el País Vasco y un horizonte político inexistente. Pensaron en Génova que esta degollina de bolsillo podría tener un efecto de aviso a navegantes. El tiro salió por la culata. En las elecciones pasadas, el candidato de la casa, un Iturgáiz, perdió dos escaños en tanto que Núñez Feijóo, lograba en Galicia su cuarta mayoría absoluta.

El aplauso Frankenstein

Sonaros así las trompetas de la moderación. El bucle eterno en la era Casado. Feijóo triunfa con un planteamiento transversal, inclusivo, 'atrapavotos', habrá que hacer lo mismo en Madrid. Cambio de estrategia. ¡Adiós batalla de las ideas! ¡Adiós guerra cultural! ¡Adiós a las trincheras, a las 'palabras como puños'a las 'minorías indomables'! ¡Adiós, Cayetana! No se trata del enésimo y frustrante intento de reeditar el fatigoso viaje al centro como celebran los enemigos del PP. Ni de la derrota del radicalismo, como airean los medios del régimen socialista. Ni de poner distancia con Vox, como jalean las cacatúas orgánicas del sanchismo. Todos ellos, junto al coro Frankenstein, aplauden efusivos la defenestración cayetana. 

"Eficacia, solvencia, coherencia, credibilidad, humildad", son los adjetivos que adjudicó Casado a su nuevo PP. No suena demasiado épico. Recuerda más bien a ese 'sentido común' del marianismo

Se trata de un cambio de partitura. Casado pone sordina en el combate ideológico, una artillería con la que consiguió pocos réditos en las dos últimas generales, y se abraza de nuevo al fervor de la gestión, la vía con la que el PP alcanzó sendas mayorías absolutas en glaciaciones anteriores. "Eficacia, solvencia, coherencia, credibilidad, humildad", son los adjetivos que adjudicó Casado a su nuevo PP. No suena demasiado épico. Recuerda más bien a ese 'sentido común' que el marianismo enarbolaba como la línea maestra de su actuación. La crisis sanitaria, el desplome cataclísmico de nuestra maltrecha realidad económica, la quiebra de miles de empresas, el hundimiento de millones de familias condenadas a un horizonte miserable, serán los argumentos que desalojen a Sánchez de la Moncloa. Como ya ocurrió con González. Y con Zapatero. Tan sólo hay que mostrar músculo de gestión (Feijóo, Bonilla, Almeida...) y esperar. Las batallas ideológicas no son para los tiempos de pandemia.  

Y ahí entran Ana Pastor y Cuca Gamarra, las dos apuestas del centroderecha. Marianismo y sorayismo a partes iguales y en estado puro. Torpes en el combate, inútiles en la refriega, intrigantes cum laude y eternamente consagradas a la obediencia. Lo que viene siendo el 'aparato'. Luego, naturalmente, la gran sorpresa, Almeida, el mayor activo de la formación, el político más en alza, el valor más rutilante del tablero nacional. Almeida, abogado del Estado, buen jurista, excelente conocedor de los entresijos de la Administración, se ha encumbrado merced a su estupenda gestión durante los terribles meses de la crisis. Sentimiento, inteligencia, cercanía, humildad y simpatía. Ni un minuto de negligencia o de cansancio. Estos son sus poderes. Amen de no granjearse enemigos inútilmente, no vociferar más de lo necesario y no sacar los pies del tiesto salvo en casos extremadamente necesarios 

Querido por todos

Casado le acaba de endilgar un encargo endiablado. "Tres veces me tuvo que repetir la oferta y no porque yo dudara", reconocía Almeida en la Cope al describir el momento de la negociada designación para un puesto que nunca existió. Almeida ha esculpido con delicadeza su imagen de político abierto y dialogante, alejado del sectarismo y capaz de superar, mediante acuerdos, problemas en principio sin solución. Ni siquiera produce rechazo en el merenguismo furibundo, pese a su inexplicable militancia colchonera.

Como número tres del partido no tendrá fácil Almeida mantener esa imagen admirable y encomiable, el 'alcalde de todos los madrileños', querido por todos, por encima de colores, ideologías y facciones. Tendrá que mojarse y batallar. Y remangarse, bajar al barro, sumergirse en combates que nunca daría, pisotear algunos charcos que para él, ni existían. Casado no es tan pérfido como para enviar a territorio tan hostil a quien puede ser, a la vuelta de no tanto, su sustituto. A quien le puede arrebatar el cargo. Tal idea no entra en sus esquemas, pero sí en los de tanta gente del PP que piensan que esta designación huele a operación 'abrasar a Almeida'. De modesto pelotero a fulgurante goleador. O a estrepitoso fracaso, el tiempo lo dirá.

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