Como de todo vive en la viña del Señor, hay quien todavía niega la existencia de la covid-19 o quien se muestra valiente o timorato en su día a día en función de su color político. No hay duda de que si la izquierda no estuviera en el Gobierno las calles habrían ardido a estas alturas, del mismo modo que las protestas del Barrio de Salamanca, de Madrid, no hubieran tenido tanta repercusión si la derecha ostentara el Ejecutivo. Unas caceroladas, por cierto, que estuvieron organizadas por una señora que afirma que la vacuna de Bill Gates podría impedir que los seres humanos se reproduzcan.
Ocurre que el sectarismo se alimenta de la ignorancia y España ha dado una lección, en este sentido, durante los últimos meses. Porque mientras los más distinguidos intelectuales dejaban las tribunas a disposición de los portavoces políticos y los periodistas con carné de partido demostraban su total dejación de funciones, los ciudadanos han padecido las consecuencias de un Estado en el que todos reclaman competencias, pero nadie asume responsabilidades. Comenzando por su presidente, el veraneante.
Es evidente que una buena parte de la población vive al día y todavía no ha asimilado que el próximo otoño-invierno se reproducirá por estos lares un escenario muy similar al de una posguerra, con los hospitales comprometidos por la confluencia de dos epidemias -covid y gripe- y con un cuadro macroeconómico condicionado por un déficit disparado y por una tasa de desempleo controlada por la respiración asistida de los ERTEs. Nunca en los últimos años la ruina estuvo tan cerca y lo peor es que comparecencias como la de Pedro Sánchez de este martes vuelven a confirmar que aquí no hay nadie al volante.
Los ciudadanos han padecido las consecuencias de un Estado en el que todos reclaman competencias, pero nadie asume responsabilidades. Comenzando por su presidente, el veraneante.
Son muchos los que hablarán de las grandes virtudes del Estado autonómico y de su contribución a la modernización de España, pero la realidad es que, en un momento de emergencia, ha fallado de forma estrepitosa. Lo ha hecho porque el sistema de partidos ha condicionado el abordaje de los problemas a la estrategia política, en detrimento del interés general. Decía Ortega que una nación se debe caracterizar por tener “un sugestivo proyecto de vida en común”. ¿Cómo conseguirlo cuando hay quienes defienden nacionalismos excluyentes? ¿O, como en esta pandemia, cuando hay Administraciones, comenzando por el propio Gobierno, que han priorizado la tarea de quitarse 'el muerto de encima' a la gestión de la crisis?
Las trampas de Sánchez y Redondo
Pedro Sánchez ha aparecido este martes en la sala de prensa del Palacio de la Moncloa para ofrecer a los presidentes autonómicos su apoyo para declarar el estado de alarma en caso de que lo consideren necesario. Se entiende que lo ha hecho porque, como el virus no se ha extendido de la misma forma en los diferentes territorios, sería ilógico aplicar esta medida al conjunto del país.
Sobra decir que este mensaje tiene cierto aire de venganza, pues implica derivar el marrón a las autonomías y dejar en sus manos posibles medidas como el cierre de negocios o la imposición de confinamientos. Como siempre, la propaganda oficial omite deliberadamente que lo que se criticó entonces fue la forma del estado de alarma -ineficiente- y no el fondo. También, por qué no decirlo, las concesiones a los nacionalistas que acompañaron algunas de sus prórrogas. Es lo de siempre: pídeme lo que quieras, que te necesito.
Por otra parte, convendría preguntarse el porqué del giro radical de la estrategia del Ejecutivo, que ha pasado en pocos meses de apostar decididamente por el 'mando único' a defender aquello de que cada cual gobierne en su cortijo. Desconozco si será más acertado, pero, desde luego, no es serio. Es cierto que son las comunidades las que tienen las competencias de sanidad; y es evidente que por esta razón el Ministerio de Salvador Illa hizo el ridículo a la hora de adquirir material hospitalario tras la declaración del estado de alarma. Pero resulta desconcertante el cambio de criterio de Moncloa, aunque tiene una explicación: la política. No se trata de contener una pandemia, sino de salir menos perjudicado que el adversario de esta situación excepcional.
Penosa pelea
Tampoco es nuevo que el enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Gobierno de la Comunidad de Madrid ha sido contraproducente a la hora de gestionar la pandemia. Resultaba patético observar este martes a Pedro Sánchez y a Isabel Díaz-Ayuso comparecer al mismo tiempo, como si su única prioridad fuera salvar su cabeza; y no controlar la epidemia. Hasta ese punto hemos llegado.
No es el único frente abierto, ni mucho menos; y no sería de extrañar que, antes del final del día, los independentistas de uno u otro pelaje criticaran que Moncloa haya reclutado a 2.000 soldados para ejercer labores de rastreo de los casos de coronavirus. Cualquier puede resultar ofensiva para los amorales que son capaces de considerar como un casus belli cualquier cosa que huela a España.
Así funcionan las cosas por aquí y es lógico que nada funcione; y que los ciudadanos poco a poco pierdan la esperanza de que sus representantes sean capaces de enderezar el rumbo de esta nave. Es el sentimiento propio de un Estado fallido. De un país en el que el Gobierno, casi en pleno, se fue de vacaciones con la epidemia por controlar y ha vuelto con la situación descontrolada. Es el gran desastre español de este siglo. Y el que manda, detrás, tenía a su lado este martes un eslogan que afirmaba: “Salimos más fuertes”. Claro, claro...
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