Opinión

La alta inflación sigue presionando a los bancos centrales

Tanto J. Powell como C. Lagarde han dejado claro que para luchar contra la inflación hay que reducir y encarecer la liquidez

Como la recesión no ha llegado, en gran parte por el impulso del fin de las medidas anti-COVID chinas y el abaratamiento del gas y el crudo ante un invierno menos duro climáticamente de lo esperado, los precios no ceden: la persistencia de la subyacente y los IPC generales adelantados conocidos de febrero, han sorprendido al alza. Hay quien pretende defender que hay motivos para el optimismo ya que las cifras interanuales de IPC son bastante más bajas de las del pasado otoño. Del mismo modo, como estos meses que vienen las interanuales del IPC se compararán con datos de hace un año, cuando ya habían subido mucho respecto a 2021, es muy posible que aún bajen más pero no, eso no supone una reducción de la inflación, simplemente baja el ritmo de subida porque se parte de unos niveles de precios mayores.

El problema es que si en marzo de 2022 un producto -pongamos un huevo- costaba un 10% más que en marzo de 2021 y en marzo de 2023 vale un 5% más que en marzo de 2022, aunque salga el político de turno afirmando que la inflación ha bajado del 10% al 5%, lo cierto es que sólo es menor el ritmo de crecimiento de los precios y la verdad es que ese huevo es más de un 15% más caro que hace 2 años. 

Esta dura realidad, peor de lo previsto según los últimos datos, ha endurecido el mensaje de los bancos centrales, tanto de la Fed como del BCE, que no sólo alejan la posibilidad de una bajada de tipos para este año, es que insinúan más subidas de las previstas hace algunas semanas. Tanto J. Powell como C. Lagarde han dejado claro que para luchar contra la inflación hay que reducir y encarecer la liquidez, algo que muestra el reconocimiento implícito de sus errores pasados y hasta qué punto ambos son culpables del actual brote inflacionista, puesto que llevan años haciendo justo lo contrario, aumentando y abaratando la liquidez y reaccionando tarde a los primeros síntomas de subidas de precio, ya en la primera mitad de 2021. Triste, aunque muy corriente, que sigan a cargo de apagar el fuego los mismos que lo avivaron.

Triste, aunque muy corriente, que sigan a cargo de apagar el fuego los mismos que lo avivaron

El reflejo de esta situación de alta inflación y de crecimiento por encima de lo esperado (apenas unas décimas pero suficientes para alejar los fantasmas de la recesión) en los mercados ha sido que la renta fija (las emisiones de deuda y su negociación en los mercados secundarios) tanto privada como pública, ha sufrido un encarecimiento de sus tipos de interés puesto que descuenta que los bancos centrales seguirán con su política restrictiva más tiempo, mientras que la renta variable ha subido sus cotizaciones con bastante fuerza. Esta divergencia no es nada habitual, los últimos años las bajadas de tipos de interés se han visto acompañadas de fuertes subidas en las bolsas y el año pasado, las subidas de tipos han ido en paralelo a caídas bursátiles, especialmente en Wall Street. Tiene sentido que sea así porque el dinero barato y abundante proporcionado por los bancos centrales animaba a invertir tanto en renta fija como en variable y lo contrario, a desinvertir.

Durante años el mercado nos ha enseñado que no se puede ir contra los bancos centrales: si ellos inyectan liquidez barata, como pasó la última década, todos los activos suben de precio, incluso virtuales como las criptomonedas; y si ellos hacen lo contrario, como es el caso, lo racional es pensar que la reacción será bajista. Pero este año, de momento, en bolsa no pasa eso.

En 2023 estamos viendo máximos de muchos años en las rentabilidades de la deuda, tanto en la de corto como de largo plazo que, vistos los IPC y las intenciones de los bancos centrales, parecen tener todo el sentido. Y, a la vez, estamos viendo un rebote de las bolsas, en parte comprensible por la bajada anterior, en parte por lo beneficiados -por la subida de tipos- que se ven los bancos, con gran peso en varios índices (el Ibex es uno de ellos), en parte porque la economía está comportándose mejor de lo esperado. Si la inflación sube y el PIB y los beneficios empresariales también, como ocurre ahora, tiene sentido que suba la rentabilidad de la renta fija y, a la vez, rebote la renta variable pero no parece que esta atípica situación sea sostenible en el tiempo, otro tema es que la caída de la bolsa se magnificara en 2022 y ahora estemos viendo un rebote que corrija -o lo haya hecho ya- la exageración bajista anterior. 

En 2023 estamos viendo máximos de muchos años en las rentabilidades de la deuda, tanto en la de corto como de largo plazo que, vistos los IPC y las intenciones de los bancos centrales, parecen tener todo el sentido

El consenso de analistas sitúa ahora los tipos del BCE entre el 3,5% y el 4% para el verano y el Euribor ya está rozando el 4%. Esto tiene efectos en la economía real, más allá de lo que pase en los mercados. Si nos imaginamos a la típica familia que ha perdido poder adquisitivo -porque con el dinero que ingresa puede adquirir menos- y que además paga bastante más por su hipoteca, ¿podrá mantener un nivel de consumo como para que las empresas, a las que también les afectan los tipos más altos, mejoren sus resultados? Y puede que el PIB suba, y más en España que exportamos más, ingresaremos más por los turistas, y recibimos unos generosos fondos europeos (es decir, nos viene dinero de fuera), pero mientras no bajen los precios, el precio del dinero será más caro. ¿Cuánto tiempo se mantendrá el consumo y la inversión en niveles aceptables con menos fondos disponibles, tanto por el encarecimiento de bienes y servicios como por el mayor pago de intereses por las deudas? Y esto aplica a hogares, empresas y hasta a las propias administraciones públicas.

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