Obtener 800.000 votos a la primera en unas elecciones europeas, como Alvise Pérez, es sin duda llamativo, pero tiene precedentes: en 1989, la Agrupación Ruiz-Mateos logró 608.000 votos y obtuvo dos eurodiputados. El distrito nacional único y la alta abstención, unida a cierta irresponsabilidad testimonial, hacen más fácil el voto friki en las europeas. Pero el alvisismo ofrece otras enseñanzas interesantes que conectan con uno de los fenómenos degenerativos europeos más avanzados: la gran fractura entre el establishment político tradicional y sus élites asociadas (empresarios, académicos, intelectuales, periodistas etc.), y una proporción creciente de la sociedad. Especialmente, los jóvenes.
No crean a los que dicen que es fácil cambiar un sistema político por otro: es un proceso ignoto lleno de peligros, aunque peor resulta el inmovilismo fósil
Cada país europeo es un mundo, pero hay fenómenos convergentes. Con permiso del euroescepticismo, Europa tiene cada vez más peso en los asuntos nacionales; incluso en ausencia, como testimonia el desencanto británico con el brexit. Pero, por muchas razones, Europa está lejos de ser un proyecto político claro y consistente. Y la gran fractura ideológica es otro desafío.
Veamos el caso de Italia: su clase política de la Guerra Fría colapsó en los años de la tagentópolis a causa de la corrupción, el bloqueo de alternativas y el cansancio social. La democracia cristiana, ese invento católico italiano, bávaro y belga, y también la poderosa izquierda comunista, cayeron en la desaparición o la marginalidad impotente. En buena medida, por la acción de algunos jueces y fiscales, conocidos como Mani Pulite (Manos Limpias), decididos a limpiar aquella cuadra de Augías. Recuerda poderosamente el momento español actual.
Pero los que recogieron beneficios políticos fueron tipos turbios como Silvio Berlusconi, gracias a su oligopolio televisivo, los aventureros del Movimiento Cinco Estrellas y los separatistas padanos, todos ellos variedades deletéreas del populismo. No crean a los que dicen que es fácil cambiar un sistema político por otro: es un proceso ignoto lleno de peligros, aunque peor resulta el inmovilismo fósil que se llevó por delante la obra de tanto sutil y astuto político italiano, de Andreotti a Berlinguer (y que aquí parece dominar en el Partido Popular).
Cambiar un sistema de partidos también es difícil por la influencia de viejas estructuras mentales y sesgos latentes que solo desprecian los tontos. Es el caso de Alemania en estas europeas: el voto divide el país en dos grandes zonas, la de hegemonía de la CSU, y la de AfD: coinciden exactamente con las viejas RFA y RDA comunista. Las diferencias afectan a todas las esferas sociales, como revelan los estupendos mapas de este tuit. Sí, 35 años después de la unificación y de billones de marcos invertidos, este y oeste de Alemania siguen siendo dos mundos mentalmente diferentes: ossis y wessis. Los ossies suelen ser más nacionalistas, xenófobos, dependientes y autoritarios, seguramente a causa del Estado comunista que destruyó los valores liberales (nunca muy populares en Alemania). Hay patrones similares en Polonia y otros países de centro Europa.
Sociedad preocupada y élites en Babia
Ya ven, el guerracivilismo español, el anclaje en el pasado, no es algo exclusivo nuestro. Vayamos a Francia, donde la fractura entre franceses hartos y establishment inquieta el país desde hace mucho. El vecino del norte padece otro divorcio, que se remonta a la revolución jacobina, entre París y el resto, la provincia. Ahora, esa inmensa provincia vota en masa contra los listos, pijos y políticos de París, produciendo un mapa electoral elocuente: París es una isla de corrección política autosatisfecha en medio de un océano indignado que vota “ultraderecha”, sobre todo al RN de Marie Le Pen.
El desgaste del léxico político tradicional es evidente e impide entender muchas cosas, pero dejémoslo para otro día. Tras la convocatoria electoral decidida por Macron para controlar daños, Francia quizás camine hacia una alienación en dos bloques de siniestra memoria: un Frente Popular antifascista de izquierdas (y antisemita), y un posible frente de derechas nacionalistas en torno al RN de Marie Le Pen. Macron cree poder combatir y explotar la polarización ofreciéndose como justo medio: on verra.
En Francia no pocas voces han acabado descubriendo la clave del progreso del lepenismo en el abandono político e intelectual de problemas que preocupan a la mayoría: la inmigración ilegal, la criminalidad, la burocracia asfixiante, la sensación de estancamiento y retroceso en todos los órdenes que solo ignora ese establishment encantado de conocerse. Es un diagnóstico que vale para toda la Unión Europea, o casi.
Ni la firma del Rey ni el pucherazo
La fractura entre una población harta y clase política tradicional, más las posibilidades de conexión que ofrecen las redes sociales, sobre todo a jóvenes que no usan otro medio de comunicación, es el origen del alvisismo. Fenómeno que, lejos de repugnarle, viene estupendamente a Sánchez porque completa su círculo de alianzas para acabar con la democracia: por ejemplo, cuando Alvise acusa al Rey de inútil y logra que sus seguidores se olviden de la amnistía, o cuando denuncia un pucherazo que le habría robado dos millones de votos. Falso como un euro de corcho, pero muy creíble para sus seguidores adictos al escándalo, y más cuanto más inverosímil resulte. Todo lo de Alvise es falso, salvo una voluntad napoleónica de poder personal (otra más) que habría erizado el mostacho de Nietzsche.
A diferencia de Vox, Alvise no ofrece un partido ni tiene más ideología que el oportunismo más absoluto y ramplón. Su público natural es, además, la generación Tiko-tok: jóvenes excluidos de la economía-cohete de Sánchez y sus secuaces, víctimas de una educación en valores mala y super ideologizada que desprecian, y que dan más crédito a cualquier influencer descerebrado que a nadie, aunque solo hasta que aparezca otro más entretenido. Cosas de la educación y la vida gamificada.
Un sector despreciado por la intelectualidad y el establishment, pero que cuenta y puede decidir elecciones. Solo tipos tan alejados de la realidad social y cultural juvenil como los que mandan pueden sorprenderse de su existencia. Hace cien años, la sociedad de masas de personas conectadas pero aisladas y rabiosas -las masas que temía Ortega y Gasset- dio la base electoral a los partidos antisistema de izquierda y derecha extremas.
Hoy ese fenómeno está siendo multiplicado por internet, que conecta a gente aún más aislada y frustrada que entonces por cosas como tener un grado universitario o varios másteres, trabajar y sin embargo no poder ni alquilar un pequeño apartamento, no digamos ahorrar e invertir. Las alarmas suenan, pero quienes siguen al frente y bloquean alternativas prefieren creer que son cohetes de feria.
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